
John Wayne sobre un caballo... de ajedrez
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manuel azuaga herreRA
Domingo, 17 de enero 2021, 01:00
Una tarde de 2004, en la apacible playa californiana de Carmel (EE. UU.), contemplé cómo el sol, convertido en una gran pelota anaranjada, se sumergía en el horizonte del océano Pacífico. Buscábamos el rayo verde, sin suerte. Por entonces sabía que Clint Eastwood había sido alcalde, durante años, de aquel pueblo tan idílico que no tiene ni semáforos, pero no conocía la anécdota que vinculaba a John Wayne con Carmel y el ajedrez. A principios de los años 70, Wayne y su tercera mujer, la actriz peruana Pilar Pallete, visitaron la villa como dos enamorados. Pilar quería participar en un campeonato de tenis que tomaba el nombre de Clint Eastwood, buen aficionado a la raqueta. Nada más llegar, fueron recibidos por Donald Hamilton, promotor y director del torneo. «¿Qué puedo proporcionaros para haceros felices durante vuestra estancia?», preguntó Hamilton. «¿Bueno, yo no juego al tenis, pero me encanta beber tequila y jugar al ajedrez», contestó John Wayne. Al día siguiente, Hamilton le pidió a Wayne que le acompañara a una caseta colindante con las pistas de tenis. En la puerta de la caseta colgaba el siguiente cartel: «John Wayne está dentro y le encanta jugar al ajedrez». No faltó en el camerino una buena botella de tequila Sauza Conmemorativo y un hermoso tablero. Según relató Pilar Pallete muchos años más tarde, la fila de curiosos que querían jugar contra su marido «se extendió a lo largo de una cuadra de la ciudad».
El escritor y crítico de cine Juan Tejero describe a John Wayne como «el último héroe americano». Y no le falta razón. Si repasamos sus inicios a golpe de telegrama, a través de frases cortas, el mito de uno noventa y tres se hace más y más gigantesco porque, en cierto modo, su biografía es la fábula de un ídolo que se construye a sí mismo. Lo resumo tal y como sigue. Entrecomillo: «El nombre real de John Wayne era Marion, un nombre de chica. Su madre, según cuentan, nunca lo quiso; su padre, sí. Sin saber por qué, Marion soñaba con serpientes. Iba siempre con su perro, 'Little Duke'. Por extensión, a Marion empezaron a llamarle 'Duke' (menos mal que fue así, y no al revés). Su padre era tuberculoso. La enfermedad obligó a la familia a cambiar con frecuencia de residencia, en busca de un mejor clima. 'Duke' quería ser abogado. Logró una beca para jugar al fútbol americano. Fue la estrella del equipo de la Universidad del Sur de California. Por entonces, ya jugaba al ajedrez, aunque no sabemos mucho más, ni tenemos partidas registradas. Un día, se rompió la clavícula. Perdió la beca. Se buscó la vida y trabajó en una sala de cine: hermoso presagio. Marion seguía soñando con serpientes. Para salir del paso, hizo de chico de los recados en los estudios de la Fox. Allí lo descubrió John Ford, quien habló con Raoul Walsh para que le diese a Marion el papel protagonista en 'La gran jornada' (1930). Walsh accedió. También vio claro que aquel joven apuesto necesitaba un nombre artístico. Un vaquero no podía llamarse Marion. Pensó en Anthony Wayne, como el héroe de la Guerra de la Independencia, pero la eufonía se impuso finalmente: John Wayne. Sí, ese nombre sonaba perfecto». Y tanto.
De ese modo quedó bautizado el personaje, pero aún no había nacido el mito. No lo hizo hasta su inesperada aparición en 'La diligencia' (1939), gracias de nuevo a John Ford, quien filmó una obra maestra del cine del Oeste, una historia sublime y coral. En un principio, Ford le ofreció el papel principal del pistolero Ringo Kid a Gary Cooper, pero éste lo rechazó. Entonces pensó en Wayne, hasta la fecha un completo desconocido. Wayne había participado, durante casi una década, en más de 70 wésterns de serie B. Ese era todo su bagaje. El ritmo de los rodajes, era frenético. Y John Wayne, para sobrellevarlo, jugaba al ajedrez en los descansos.
Se cuenta que Wayne era capaz de recitar a Shakespeare de memoria. En este punto, me permito suponer que la práctica ajedrecística debió ayudarle a mantener su cerebro en forma y a retener con mayor facilidad sus líneas de guion. De hecho, él mismo presumía de recordar todo lo que leía. Y es que, a pesar de su aspecto rudo y profano, a Wayne le interesaba la literatura, sobre todo los libros de Conan Doyle, de Dickens y de Agatha Christie. En 1933 se casó con Josephine Saenz, única descendiente del cónsul de Panamá, con quien tuvo cuatro hijos: Michael, Mary Antonia, Patrick y Melinda, en ese orden. Wayne les transmitió a todos su fascinación por el ajedrez, como si con ello les descubriera los secretos de la vida misma en el tablero. Con su hija Melinda continuó jugando durante años. Hay una hermosa fotografía de ambos, cara a cara, frente a las piezas. Wayne lleva las negras. Melinda, despreocupada, es una guapa treintañera. Sonríen. Se miran con verdadero amor. Navegan. Navegar fue otra de las grandes pasiones del Duque.
Es conocido que John Wayne se embarcó, en el amplio sentido, con la alemana Marlene Dietrich. El dramaturgo y cineasta francés Jean Cocteau, director del extravagante documental '8 X 8: A Chess Sonata in 8 movements' (1957), dijo de ella: «Su nombre empieza con una caricia y termina con un latigazo». Wayne conoció el lado más amable, el de las caricias, durante el rodaje del film 'De isla en isla' (1940), de Tay Garnett. Entre toma y toma, era muy frecuente verlos jugar al ajedrez, algo que también ocurrió cuando coincidieron en 'Los usurpadores' (1942) y en 'Forja de corazones' (1942). En internet, circula una fotografía que muestra uno de estos encuentros. Es un póster de época. Precioso. Durante años, John Wayne y Marlene Dietrich mantuvieron una relación amorosa y sexual que les marcaría para siempre. Marlene, por el flanco de dama, tejió buenos lazos de amistad con el gran maestro de ajedrez argentino Héctor Rossetto, un personaje de vida fascinante que frecuentó los círculos culturales y ajedrecísticos de California. En 1945, el primer Torneo Panamericano de ajedrez se celebró en Hollywood, y allí estaba Rossetto, junto a la actriz Carmen Miranda, Humphrey Bogart, Steiner y su querida «ángel azul», Marlene Dietrich.
John Wayne, entre bambalinas, jugó al ajedrez durante toda su filmografía. En ocasiones, su interés cruzaba el set y se mostraba directamente como injerto argumental de una escena. Así ocurre en la película 'Tres padrinos' (1948), otra genialidad de John Ford, donde el personaje de Wayne, Robert Marmaduke, es un astuto ladrón de bancos. El sheriff (encarnado por Ward Bond, amigo de borracheras de Wayne) lo atrapa y lo mete entre rejas y, mientras el bandido espera su juicio, los dos juegan una partida de ajedrez, cada uno a un lado de la celda. «Apuesto a que él también será bueno en esto», dice el sheriff.
Hablo con el escritor Miguel Ángel Oeste, crítico de cine, y me señala que «John Wayne es algo (o mucho) más que el típico actor de películas del oeste, es un icono. Su manera de moverse y de ser tenía algo orgánico que ha generado una imagen única, perdurable». Pues es verdad. Cuando pienso en John Wayne recuerdo su forma de caminar en 'Río Bravo' (1959), una joya del wéstern, y canturreo la melodía de 'My rifle, my pony and me', aunque no les llego ni a las espuelas a Dean Martin y Ricky Nelson. Durante el rodaje de la película, John Wayne jugó al ajedrez con todo el reparto. Resulta que Claude Akins (soberbio en el papel del villano Joe Burdette) era otro apasionado de las sesenta y cuatro casillas y, al parecer, enseñó a mover las piezas a Dean Martin. Según Akins, él nunca perdió una partida contra John Wayne.
Uno de los hijos de 'Duke', el también actor Patrick (Pat) Wayne, no trabajó en 'Río Bravo', pero sí que visitaba a su padre en los descansos, casi a diario. «Solía jugar mucho al ajedrez con él», confesó Pat, «pero nunca me fue muy bien». Sin embargo, un día le ganó tres partidas seguidas. Entonces John Wayne colocó de nuevo las piezas, ávido de revancha, pero su hijo estaba cansado y rechazó seguir jugando. El padre, tablero en mano, lo persiguió durante horas y, al final, logró que aceptara. «Nos sentamos y me machacó», escribió Pat. Les recomiendo buscar una fotografía (otra, esta se encuentra fácilmente) en la que aparecen padre e hijo en mitad de una partida. La imagen es magnífica, nítida, en blanco y negro, y nos muestra una posición muy superior para John Wayne. En cuanto la tuve delante, pasé la imagen a un editor de tableros y le envié el diagrama al gran maestro Ernesto Fernández, él es el experto. Le bastaron unos segundos para escribir su dictamen: «Las blancas (Pat) juegan bastante flojo; y las negras (John Wayne), con torre de ventaja, tampoco juegan muy allá, pero están machacando». Ernesto usa, exactamente, el término «machacar». Me pregunto si será esta, caprichosa casualidad, la partida a la que Pat se refería.
En la década de los 60, John Wayne era un dios del celuloide. En 'El gran McLintock' (1963), un wéstern cómico que ha envejecido mal, tan mal que ha perdido toda la gracia (si es que alguna vez la tuvo), Wayne controló todo el proceso creativo y de producción, junto a su hijo Michael Wayne. La actriz principal, Maureen O´Hara, la reina del tecnicolor, estaba casada con Charles Blair, un afamado piloto con el que John Wayne pasaba horas delante del tablero en un avión privado. La película 'El gran McLintock', como les digo, es una cinta menor, pero tiene su interés ajedrecístico. Wayne aprovechó para incluir a su hijo Pat en el reparto y para rodar varias escenas con el ajedrez como elemento estético y argumental. McLintock (John Wayne) aparece como un personaje capaz de resolver al instante un problema de ajedrez. También ocurre que pasa una noche en vela jugando una partida con el joven Devlin Warren, interpretado, curiosamente, por Pat Wayne, lo cual convierte la escena en un entrañable paisaje familiar. «¿Eres bueno?», le pregunta McLintock. «Me defiendo», responde Warren. «Recuerda que soy mal perdedor», avisa McLintock.
Lo del mal perder de John Wayne era cierto fuera de la pantalla. En cierta ocasión, jugó contra Christopher Mitchum, hijo de Robert Mitchum, con quien coincidió en varias películas. Christopher no podía creer lo que estaba viendo en el tablero: ¡John Wayne hacía trampas! «Extendía una mano para mover un alfil, pero con el pulgar deslizaba una torre», contó Mitchum. El asunto se solucionó días más tarde cuando Wayne volvió a las andadas. «Disculpe, 'Duke', está moviendo dos piezas a la vez», le recriminó el joven, con todo respeto y temor. «Me preguntaba cuándo ibas a decir algo», respondió Wayne entre carcajadas.
Algún día, volveré a Carmel. Me sentaré a orillas del Pacífico y contemplaré cómo el sol se esconde por el horizonte. Entonces recordaré la fila de curiosos que espera para jugar con John Wayne. Beberé tequila. Jugaré al ajedrez con el primer desconocido y, con un poco de suerte, soñaré con serpientes.
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