

Secciones
Servicios
Destacamos
ANABEL NIÑO
Martes, 6 de diciembre 2022, 13:03
Hay historias que comienzan en los lugares más idílicos, otras en los más remotos y muchas de ellas en los espacios menos previstos. Algunas tienen un carácter personal que a veces nos empuja a querer mantenerlas entre nuestro círculo más cercano, mientras que otras merecen ser contadas y, sobre todo, que se hablen de ellas. Esta historia comenzó a escribirse hace cerca de ocho años en la ciudad más poblada del estado de Texas, Houston, con el propósito de seguir avanzando en una investigación que lograse estar aún más cerca de un posible tratamiento que frenase la progresión del alzhéimer, un trastorno neurodegenerativo bautizado hace más de un siglo como 'la enfermedad del olvido' y cuya cura sigue siendo uno de los grandes desafíos de la ciencia a nivel mundial. Sin embargo, un reciente estudio liderado por la Universidad de Texas, y en el que ha participado la Universidad de Málaga, podría aportar un poco de luz a esta enfermedad, al identificar una posible diana terapéutica no invasiva con la que se pretende eliminar las proteínas tóxicas del cerebro que afectan de manera directa en este tipo de demencia, todo ello a través de la sangre.
Una de las protagonistas de este científico relato, compuesto por un numeroso grupo de investigadores, es Inés Moreno González, neurobióloga CIBERNED e investigadora Ramón y Cajal en el departamento de Biología Celular de la Universidad de Málaga, institución donde Moreno se licenció en Biología, y consiguió su doctorado en el área de neurociencia en 2009. Tan solo seis meses más tarde cruzaría el charco para comenzar su andadura como investigadora postdoctoral en suelo norteamericano, concretamente en el Departamento de Neurología de la Universidad de Texas, punto de partida de esta historia y donde se mantendría como profesora hasta 2019 –actualmente sigue siendo docente adjunta–, momento en el que decide volver a Málaga.
Pero no lo hace con las manos vacías, sino que se trae consigo una parte de esa investigación, en la que actualmente sigue trabajando activamente desde la UMA: «Ahora mismo tengo a varios estudiantes trabajando conmigo con esta terapia a través de la sangre y la implicación de la misma en la enfermedad del alzhéimer. Estamos teniendo muy buenos resultados y que están siendo muy esperanzadores. Seguimos manteniendo nuestra vinculación y colaboración con Texas. Además, en Chile también tenemos colaboradores, y estamos trabajando los tres centros para poder avanzar en la cura de esta enfermedad», explica Inés Moreno.
Por el momento ya han conseguido dar un paso más hacia una posible diana terapéutica que en un futuro pueda frenar el avance de la enfermedad, cuya característica principal es la acumulación de dos proteínas que se expresan en condiciones normales y poseen una función biológica: bet-amiloide y tau. El problema radica en que, durante el envejecimiento –aunque aún se desconoce el motivo–, estas proteínas comienzan a acumularse en el cerebro, llegándose a volver tóxicas. «Cuando los niveles de estas proteínas aumentan, adquieren una estructura patológica, formando una especie de acúmulos que se terminan depositando en el cerebro. Una vez se agregan, se vuelven tóxicas, y de forma directa o indirecta, terminan induciendo la muerte de las neuronas. Además, se produce un proceso inflamatorio en el cerebro que afecta a la función cognitiva y al funcionamiento normal del mismo», detalla la investigadora. Asimismo, como bien subraya Moreno, esta patología ocurre durante un largo periodo de tiempo, ya que esta acumulación de proteínas tóxicas en el cerebro se produce de una manera «lenta, progresiva pero acumulativa», que puede llegar a ocurrir «durante 20 años», y que, finalmente, acaba ocasionando daños cognitivos en el paciente.
Desde que el doctor Alois Alzheimer descubriese esta enfermedad tras encontrar placas seniles en el cerebro de una paciente de 55 años fallecida con un grave cuadro de demencia, han sido muchas las investigaciones e investigadores que han realizado una aproximación a este tipo de demencia para dar con un tratamiento o terapia que frenase su avance. Y es que, si el factor principal de esta enfermedad es la acumulación de las proteínas tóxicas de bet-amiloide y tau, el objetivo de los estudios previos era intentar eliminarlas del cerebro. De hecho, en Estados Unidos hace tres años se aprobó la terapia del Aducanumab, una inmunoterapia con la que se trataba de eliminar estas proteínas, pero que no tuvo el resultado esperado, ya que generaba una mayor cantidad de efectos secundarios que de beneficios y su coste, además, era muy elevado.
Es por ello que la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) no aprobó su puesta en práctica, ya que los beneficios no compensaban con la parte negativa de la terapia. Sin embargo, las investigaciones continuaron orientándose hacia la vía de la eliminación de las proteínas tóxicas del cerebro, descubriendo que estas podrían estar en cierto equilibrio con las mismas proteínas que se encuentran en la sangre. Pero, ¿cómo llegan hasta ahí? La investigadora de la Universidad de Málaga describe este proceso como «la forma en la que el cerebro se limpia», ya que este órgano necesita deshacerse de aquellas sustancias 'sucias' que se acumulan en la zona: «El cerebro también se tiene que limpiar, y el líquido cefalorraquídeo –que es el líquido que baña el cerebro– lo limpia. Ese líquido se vierte a la sangre y la sangre se filtra en los riñones y a su vez se depura en el hígado. Por tanto esas proteínas también se eliminan, se vierten a la sangre, y parece que hay una especie de equilibrio en los niveles de estas proteínas entre el cerebro y la sangre», detalla.
Estos estudios hacían pensar que cuanto más bet-amiloide y tau hubiese en el cerebro, más habría en sangre, debido a ese posible equilibrio, aunque por el momento se desconoce «la relación exacta entre ambos». De esta forma, desde la Universidad de Texas se preguntaron si al extraer aquellas proteínas de la sangre, el cerebro puede responder eliminando más cantidad hacia esta vía, lo que bajaría la concentración de estas proteínas tóxicas de la zona cerebral.
Así, comenzaron con los ensayos preclínicos con ratones de laboratorios –con modelos específicos de la enfermedad de alzhéimer y que presentaban una acumulación de bet-amiloide en el cerebro–, a los que de manera mensual se les sacaba una cierta cantidad de sangre para posteriormente recibir sangre de un donante sano de la misma edad. «Esto se estuvo haciendo durante varios meses y nos encontramos con que los niveles de bet-amiloide se reducían en el cerebro y que los animales tardaban más en comenzar a tener esos fallos cognitivos de memoria y aprendizaje, y si la terapia se hacía en animales que ya tenían síntomas, estos disminuían», describe Moreno.
A pesar de que han encontrado un nuevo camino por el que continuar, el proceso todavía sigue siendo extenso, ya que por el momento desconocen si el mecanismo molecular exacto del funcionamiento de la terapia se debe a que se está forzando a que esas proteínas tóxicas del cerebro vayan a la sangre y, por tanto, se reduzcan los niveles de bet-amiloide, o que gracias a la infusión de sangre de animales sanos se introduzcan sustancias o factores que faciliten que la enfermedad no progrese tan rápidamente o no comience de manera tan prematura.
«Lo que queremos hacer exactamente es analizar las diferencias que hay en la sangre de los animales enfermos en comparación con los animales que son donantes sanos para ver qué podríamos estar introduciendo que fuese beneficioso para la enfermedad. Queremos estudiarlo, pero todavía nos falta camino que andar», señala la investigadora.
Y es que, aunque el avance ante una posible terapia ha sido más que notorio, el camino aún es largo, ya que sacar adelante esta clase de proyectos conlleva muchísimo tiempo: «Es tiempo de preparación, de generación de un plan de investigación, de producir los animales, porque estos que se han usado para la investigación tienen una edad de casi dos años. Es una enfermedad del envejecimiento, por lo tanto cuanto más viejos sean los animales, más aproximada es la traslación a lo que ocurre en pacientes», destaca la investigadora.
Al tratarse de una posible diana terapéutica en la que estaría muy involucrada la sangre, hablar de un futuro ensayo clínico en humanos no parece ser del todo utópico, e incluso Moreno plantea algunos de los procedimientos que se podrían emplear: «Por un lado se podría sacar sangre, eliminarla y recibir nueva de un donante, por lo que en cierto modo se estaría limpiando la sangre al reducir la concentración de estas proteínas tóxicas», expone.
Asimismo, otro de los métodos de actuación podría ser a través de un tipo de diálisis adaptada para este tipo de casos, donde la sangre del paciente se extrajese, se limpiase de ese bet-amiloide o tau y volviera a entrar al sistema vascular, lo que a la larga «sería una técnica mucho más específica y posiblemente más eficiente que las transfusiones sanguíneas», continúa describiendo.
A pesar de los avances esperanzadores, Moreno se mantiene cauta y recuerda que una enfermedad que afecta a alrededor de un millón de personas en España no se puede trivializar ni esperar que se solucione con una transfusión sanguínea, por lo que el recorrido todavía es amplio y hay que plantearse aún muchas preguntas. «¿Cómo lo hacemos? ¿Cuántas dosis? ¿Qué cantidad de sangre? ¿Qué frecuencia? Son muchas variables. La enfermedad de alzhéimer es un continuo y no todo el mundo está en el mismo estado de la enfermedad. Todo eso hay que analizarlo, y como es una enfermedad que se desarrolla lentamente en el tiempo, hay que hacer el seguimiento de esas personas. Estamos a la expectativa de saber cómo salen los resultados de estos ensayos clínicos con las transfusiones sanguíneas, que indicarían si esta propuesta es beneficiosa», subraya.
Por el momento, las historias sobre investigaciones que giran en torno al alzhéimer y a una posible cura o tratamiento que beneficiase a los pacientes que sufren esta enfermedad, se siguen escribiendo en muchas partes del mundo, entre ellas Málaga. Mientras tanto, habrá que esperar que el apoyo y las aportaciones económicas a la ciencia y la investigación no caigan en el olvido.
Publicidad
Abel Verano
Fernando Morales y Álex Sánchez
J. Gómez Peña y Gonzalo de las Heras (gráfico)
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.