
SERGIO G. HUESO
Miércoles, 14 de marzo 2018, 00:03
almería. Ayer fue el día de despedir al que hubiera sido un biólogo marino de ojos vivos y sonrisa cautivadora. Desde bien temprano eran cientos de personas las que habían acudido a presenciar en la catedral de Almería el último y triste acto público de la corta historia de Gabriel. La expectación era enorme. Parecida a la que ya hubo en los momentos de búsqueda del menor, en la concentración del viernes en la capital, durante los cinco minutos de silencio tras la muerte del chiquillo o en el velatorio del pasado lunes. Una larga escalinata de sinsabores a cuyo último escalón se llegó exhausto. Al funeral fue la gente solo con el chico y su familia en la cabeza para respetar el deseo expreso de Patricia, que no quería más rabia en la calle y que pidió que toda la energía se derrochase en despedir a su hijo y olvidar a la asesina de su niño. «Gabriel está ya con sus peces y la bruja mala del cuento ya no existe», insistió a los medios al finalizar la misa.
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La consecuencia fue el respeto y el recogimiento que se vivió en las puertas de la Iglesia, a la que a partir de las nueve fueron haciendo entrada los allegados de Gabriel y las autoridades. El pueblo estaba fuera, lo seguiría todo por una gran pantalla instalada junto al templo. En el gran pasillo y mientras esperaba, con cada presencia de guardias civiles, de policías o de agentes de protección civil, a la gente se le caía un sentido aplauso de agradecimiento.
Dos repiques de campana retumbaron a las 10.30 horas. Todo se tornó entonces en mutismo. En un sorprendente silencio fueron llegando a la plaza coches oficiales. De algunos de ellos se bajaron la vicepresidenta Soraya Sáez de Santamaría y el ministro Juan Ignacio Zoido, que ya portaba la famosa bufanda azul celeste que vestía Patricia, quien se la había obsequiado minutos antes. Su llegada trocó el silencio en aplausos, que se fueron incrementando a medida que iban llegando más familiares del pequeño. Con casi todos ya en sus asientos en el templo catedralicio, llegaría para todos los presentes el primer momento verdaderamente duro del día. La comitiva fúnebre con el cuerpo del pequeño hizo su entrada seguida de dos utilitarios, donde iban sus padres y abuelas. En uno de ellos, ya parado en el pasillo de acceso, se bajó la ventanilla poco a poco y una mano comenzó a saludar. Era Patricia, que una vez más se fundía en un alegórico abrazo con toda esa gente a la que tantas veces ha emocionado con sus palabras. Conmocionado, todo el mundo ya esperaba el peor momento: el traslado del pequeño féretro blanco al interior del templo.
La comitiva recorrió los escasos 20 metros que les separaba de la oscuridad del templo. Tras Gabriel, sus padres caminaban abrazados acompasando su dolor con el del resto del cortejo, que poco a poco fue entrando en la Iglesia mientras se oía el clamor de la plaza: «¡No estáis solos!».
La misa 'corpore insepulto' la ofició el obispo de Almería, Adolfo González. La siguió toda la plaza con respeto por todos aquellos que no habían podido asistir. Eran la representación efectiva de un pueblo que se volvió a partir de impotencia cuando la comitiva caminó sobre sus propios pasos. Con la última palabra del obispo comenzó el principio de fin de la vida pública de la familia de Gabriel. Los operarios hicieron de nuevo su trabajo con discreción.
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En mitad de la plaza, ahí estaba el coche fúnebre abierto con el ataúd del chico esperando el penúltimo adiós. Sus padres se acercaron lentamente y lo besaron. «Siempre estarás con nosotros, Gabriel», le dijo Ángel a su hijo entre lágrimas. Seguidamente dieron dos pasos atrás dejando intimidad a la abuela, que se avalanzó sobre el féretro y apoyó su cara, como si le oyera hablar. Tras la triste escena y con las tripas destrozadas, la gente escuchó lo que tenía que decir Patricia. La madre pidió dos cosas, sensatez en la reacción por lo sucedido e intimidad para que ella y su familia pudieran sepultar a Gabriel en el pequeño cementerio Fernán Pérez de Níjar.
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