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CARLOS SEDANO
Viernes, 28 de enero 2011, 20:47
A los que normalmente nos movemos en moto y tenemos scooter para desplazarnos por la ciudad, probar un T-Max 500 es un shock. Todas nuestras referencias cambian. Acelera como un poseso y frena como una moto deportiva. Hemos estado acostumbrados a tratar a este tipo de vehículos como eminentemente urbanos, con muchas limitaciones a salir por carretera y nada deportivos. Y así era, hasta que salió el T-Max 500.
Puede no parecerlo, pero este modelo de Yamaha lleva ya diez años a la venta. Creó en 2001 un nuevo nicho de mercado y, desde entonces, reina en el trono de los scooters. Cada nueva versión ha sido una vuelta de tuerca en cuanto a perfección, en cuanto a comportamiento e imagen.
No nos engañemos, el T-Max 500 no es barato, pero sin embargo se agotan todas las unidades que se ponen a la venta. Pagar casi 10.000 euros es más de lo que vale una 600 deportiva de última generación, pero eso no quita para que todos quieran uno y que su valoración en el mercado de segunda mano sea alta. Todo nos lleva a la conclusión de que es un magnífico vehículo de dos ruedas, que nos sirve para todo, y no solamente para hacer trayectos urbanos. Y tiene un perfil muy específico de propietario: usuarios de motos de mediana edad (a partir de 35 años) que han pasado por todo tipo de moedelos y que vienen de vuelta en esto de las motos. Quieren comodidad, seguridad y exclusividad, y todo eso lo da de sobra el T-Max 500.
Choca al principio lo ancho que es cuando te subes por primera vez, por lo que los bajitos tendrán que estar de puntillas en los semáforos. Al poner en marcha el motor notamos un sonido grave y distinto a lo que estamos acostumbrados en el segmento, que deja traslucir que estamos ante un motor muy potente, tanto como 44 CV. Esta jauría de caballos nos permite ser imbatibles en esto de acelerar a la salida de un semáforo para llegar al siguiente, pero claro, con tanta potencia, es mejor hacerlo en carretera abierta, donde la ausencia de marchas y embrague hace que acelerarlo sea tan fácil como retorcer la mano derecha, ayudados por su motor bicilíndrico con inyección electrónica, que es un prodigio de suavidad.
El chasis de aluminio es más de una moto grande que de un scooter, de ahí su increíble capacidad para tumbar con total seguridad, incluso a alta velocidad y cargado. Y si tenemos que frenar, solo con un dedo cada maneta lo paramos en espacios sorprendentemente cortos, a pesar de su peso de 205 kilos.
Súmenle que tiene espacio bajo el asiento para cascos y otros enseres, que se le puede poner un baúl trasero para meter aún más cosas y entenderán por qué todos los motoristas quieren uno.
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