
ALFREDO TAJÁN
Viernes, 1 de mayo 2009, 04:32
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DENTRO de las novedades editoriales que presentarán las diversas Ferias del Libro, a lo largo y ancho de nuestro país, se encuentra una novela llamada 'Color prohibido' -Alianza Editorial- del polémico autor japonés Yukio Mishima, que se suicidó en 1970. Muchos escritores son conocidos, más que por sus obras literarias, por sus vertiginosas biografías, el caso de Mishima es uno de ellos.
El escritor nipón tuvo una infancia difícil y una tortuosa adolescencia en el Japón de la posguerra, ocupado por las tropas americanas vencedoras, con el general Mac Arthur a la cabeza, que humilló al emperador Hiro-Hito en varias ocasiones, y que intentó anular las tradiciones milenarias del viejo Shogunado, considerando a los nobles criminales de guerra y a las geishas unas rameras vendidas al mejor postor, y no era eso precisamente lo que significaban ni los unos ni las otras. El desprecio americano hacia el Japón jamás se le olvidó a Yukio Mishima, y de esos vientos estallaron, después, terribles tempestades.
En aquellos años grises, el autor de 'Confesiones de una máscara', que era de constitución débil, sufría doblemente; primero, por la dependencia del Japón a las estrambóticas y sanguinolentas aventuras asiáticas, Corea, Camboya, Vietnam, del horrendo general MacArthur; segundo, por algo muy íntimo, su no asumida homosexualidad, que le llevó a contraer matrimonio y a la vez llevar una vida oculta y vedada. De este padecimiento nace el relato 'Color prohibido' -que sirvió posteriormente a los músicos Sylvian y Sakamoto para componer una delicadísima pieza musical en los años ochenta del pasado siglo-, una historia cuyos protagonistas masculinos, un viejo escritor depravado y un efebo bello y armónico, se aman desde el espíritu a la carne y viceversa. Esta novela es primeriza y está concebida y diseñada por Mishima como un jardín zen con escollos insalvables, pero ya se atisba el estilo ágil que más tarde perfeccionará y le hará famoso.
Para el autor de 'Madame Sade' la vida se fue convirtiendo en un infierno, y él decidió seguir adelante. Mishima estudió minuciosamente las distintas variaciones iconográficas de San Sebastián -martirizado por las flechas de la guardia de Diocleciano-, y se obsesionó especialmente con el retrato del santo que hizo Guido Reni, hasta tal punto que se sometió a duros entrenamientos físicos hasta parecerse al modelo. A la par fundó un club de samuráis, entre sus discípulos, en el que fomentó la vuelta al Japón tradicional, por lo que fue acusado, no sin razón, de pertenecer a la extrema derecha. En la cumbre del éxito literario fue propuesto como candidato al Nobel y no se le concedieron: se lo llevó su compatriota Kawabata, que también se suicidaría, cómo son estos japoneses, porque no se consideraba digno de ganarlo.
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Mishima soportó mal la derrota y organizó su muerte secuestrando a un general del ejército imperial y haciéndose el 'seppuku', una suerte de 'harakiri' con decapitación incluida, ante las cámaras de televisión japonesas y ante la estupefacción del mundo. Mishima pintó su biografía con colores prohibidos y salió mal parado.
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