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Un director de orquesta. / SUR
El Hombre Orquesta
CRUCE DE VÍAS

El Hombre Orquesta

JOSÉ ANTONIO GARRIGA VELA

Domingo, 26 de abril 2009, 04:59

LO vi el sábado 18 de abril a la entrada de la Filarmónica de Berlín. Arrastraba una puerta que apoyó en la pared. Iba vestido con un traje negro que le quedaba bastante holgado. Se puso delante de la puerta y empezó el concierto. Enseguida se formó un corro de curiosos. Jesús tocaba todos los instrumentos utilizando solamente su propia voz y aquella puerta. Cuando terminó de interpretar Caballería Rusticana, me acerqué a él. Me reconoció enseguida, aunque no nos habíamos vuelto a ver desde que acabamos el bachillerato; hacía casi cuarenta años. Entonces Jesús quería ser violinista. Ahora se había convertido en un hombre orquesta que guardaba dentro de la caja torácica todos los sonidos de la Filarmónica de Berlín. Le dije que lo invitaba a cenar después del concierto y él aceptó.

Fuimos a una braserie de la calle Französische y luego al bar Newton. En ninguno de los dos sitios le pusieron ningún impedimento a la hora de dejar la puerta en el guardarropa. Una puerta cubierta de grafitis que parecía arrancada del antiguo muro. La puerta del muro, pensé. Nada más sentarnos, antes de que yo le hiciera ninguna pregunta, me confesó que su mujer le había dado con la puerta en las narices y que por eso iba con ella a todos los lados. «Mi pareja es la puerta, José Antonio». Me contó que se había casado muy enamorado pero que su matrimonio nunca fue bien. «Los músicos somos muy raros y yo aún lo soy más, aunque resulte paradójico un hombre orquesta es el ser más solitario de la creación. Vivo encerrado en mí mismo. Solo y callado. Igual que si mi cuerpo fuera la Filarmónica de Berlín y mi alma estuviera dentro escuchando un concierto».

Jesús no paraba de hablar. Me di cuenta de que realmente estaba solo y de que necesitaba desahogarse, transmitir sus sentimientos, algo que no fuera la mera simulación de un instrumento musical. Afirmó que la vida para él llegó a convertirse en un crescendo orquestal angustioso. Que ya no aguantaba más. Y que por eso lo dejó todo. Ahora se sentía bien así: Arrastrando su supervivencia por el mundo, riéndose de sí mismo, parodiando su sagrada vocación de músico. «No soy el primer violín, pero he conseguido ser el hombre orquesta más conocido del planeta. ¡No te puedes hacer ni idea del número de televisiones que me han grabado!».

Nos despedimos de madrugada. Antes de irse, me dijo que persiguiera la música por las calles de las ciudades y que seguro que en alguna de ellas lo encontraría. Luego se fue con la puerta a cuestas, como si llevara un contrabajo. Mientras regresaba en taxi al hotel, recordé que Jesús era un niño superdotado y que quizás por eso se había convertido en Hombre Orquesta. ¿Qué director iba a ser capaz de controlar su inspiración?

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