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Uno de los objetivos que se ha marcado el nuevo Rey es acercarse más a la sociedad española.
Los 1.000 días de Felipe VI

Los 1.000 días de Felipe VI

Sus casi tres años en Zarzuela han estado marcados por el ‘caso Nóos’ y el bloqueo institucional. Ha recuperado parte de la popularidad que perdió su padre. «Es un Rey de su tiempo y la gente lo nota»

INÉS GALLASTEGUI

Miércoles, 15 de marzo 2017, 00:36

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Felipe VI cumplía este miércoles mil días como jefe de Estado. Tras la abdicación de su padre, el 19 de junio de 2014 recibió un regalo envenenado: una corona tocada por el caso Urdangarin y el episodio de la caza del elefante en Botsuana, que perfilaban a una Familia Real ajena a la tragedia cotidiana de millones de españoles en medio de una grave crisis económica. Como telón de fondo, una creciente presencia institucional de partidos republicanos. En estos casi tres años, el Monarca ha aprobado medidas innovadoras de transparencia y austeridad para la Casa Real y se ha enfrentado a un reto inédito en la democracia española: diez meses de gobierno en funciones con maniobras políticas en la sombra para intentar que favoreciese a un candidato sobre los otros.

¿El balance? Notable, según los expertos consultados: la mayor parte de la sociedad ha asumido el relevo con naturalidad y aprecia su actitud firme ante el bloqueo postelectoral y los chanchullos de su cuñado. Con doña Letizia como activo pero en segundo plano, los Reyes ganan puntos dentro y fuera de España. «Son jóvenes, atractivos y modernos. Suscitan empatía. Proyectan un mensaje de futuro y de esperanza, una dimensión simbólica de las monarquías difícil de describir pero que todo el mundo percibe»,argumenta el historiador Charles Powell, director del Real Instituto Elcano.

Pocas semanas después de relevar a su padre, don Felipe aprobó varias medidas encaminadas a renovar la Monarquía. Entre ellas, la publicación de las cuentas de Zarzuela y su memoria de actividades; la dedicación exclusiva de los miembros de la Familia Real, que no pueden trabajar para empresas públicas o privadas; o la regulación de los regalos de Estado, que son cedidos a Patrimonio Nacional si exceden el presente de cortesía. «La rendición de cuentas no está reñida con la dignidad de la institución», afirma Powell, que cree que en España se hacen «críticas demagógicas» a los gastos de los Borbones, una de las jefaturas de Estado más baratas de Europa.

Pero la medida de limpieza más dura que adoptó fue cortar radicalmente las relaciones con su hermana Cristina. Las apariciones de la infanta con el resto de la Familia Real habían comenzado a espaciarse con la imputación de su marido en 2011, pero la proclamación de don Felipe la apartó definitivamente. Un año después, el nuevo Rey la despojó del título de duquesa de Palma.

El cortafuegos para aislar a la Monarquía de la corrupción afectó a la familia. «Ha actuado más como Rey que como hermano», subraya Almudena Martínez-Fornés, corresponsal de Abc en la Casa Real desde hace 15 años. «Para él ha sido un desgarro personal resalta José Apezarena, periodista y biógrafo del Rey, pero el mensaje ha calado y la sentencia del caso Nóos ha afectado menos de lo previsto». «Era un toro difícil de lidiar humana e institucionalmente y ha estado impecable», zanja Inocencio Arias, exembajador de España en la ONU.

Pero el auténtico desafío se planteó tras las elecciones generales del 20-D de 2015, primero, y el 26-J de 2016, después: diez meses con el Gobierno en funciones y los partidos incapaces de llegar a un acuerdo para formar otro. Tras la renuncia de Mariano Rajoy a someterse a una investidura fallida, el Monarca resistió las presiones del PP para que convocara nuevas elecciones y, en cambio, encargó a Pedro Sánchez que intentara formar gobierno. No funcionó. También rechazó proponer un candidato de consenso. «Consultó a muchos constitucionalistas para saber qué podía hacer y qué no. Y salió airoso. Ha demostrado que es útil», señala el autor del libro Felipe y Letizia. La conquista del trono (ed. Esfera de los Libros, 2014).

Símbolos y rituales

Según una encuesta reciente, el 72% de los españoles aprueba la labor del Rey y el 61%, el funcionamiento de la institución. El historiador hispanobritánico cree que, condicionado por los 44 años de ausencia de la Corona en el siglo XX, don Juan Carlos desplegó un estilo de reinado muy personal, «ligero de ropaje», y redujo al mínimo «símbolos, rituales y ceremonias». Por eso, «cuando su figura entró en crisis, la institución entró en crisis». Para Powell, que conoce a don Felipe desde la adolescencia, Su Majestad tiene como «gran tarea pendiente» la institucionalización de la Monarquía. Quizá la reconquista del Palacio Real para lucir la historia de España ante las visitas de Estado vaya en esa dirección.

Con la baza de una renovada imagen de familia joven y guapa, Felipe se ha esforzado por recuperar la popularidad perdida y acercarse a la sociedad. Por ejemplo, ha sustituido algunas recepciones de autoridades por celebraciones abiertas a empresarios, sindicalistas, organizaciones sociales, artistas o científicos, como en la cena de verano en el Palacio de la Almudaina de Palma. Sin ir más lejos, el pasado fin de semana apareció de forma inesperada, él solo, en los Mundiales de Freestyle Ski y Snowboard de Sierra Nevada. En las pistas se mezcló con otros esquiadores, estrechó manos y se dejó fotografiar. Y aplaudió como uno más la primera medalla española del Campeonato: la del doostiarra Lucas Eguíbar.

Don Felipe ha cambiado en su relación con los medios de comunicación. «Los periodistas tendemos a llamar la atención sobre cosas anecdóticas y él procura no salirse del guion para evitar que la anécdota mate el mensaje que quiere transmitir», afirma la corresponsal madrileña. Desde que lleva la corona, bromea menos con los profesionales que cubren su actividad. ¿Envarado? «No, pero sí más imbuido de su papel», matiza Martínez-Fornés.

La proclamación

  • Cuando Juan Carlos abdicó, algunos monárquicos se asustaron ¿se había precipitado? ¿no era posible corregir los errores? Casi tres años después, «Felipe VIha sido aceptado con naturalidad y el debate entre Monarquía y República está archivado», resalta su biógrafo José Apezarena. «Estos mil días demuestran que la abdicación, que era un paso audaz en una institución hereditaria, fue una decisión acertada. Don Felipe estaba preparado, por su formación y experiencia», apostilla el historiador Charles Powell. El Rey ha evolucionado hasta en el físico. «La barba canosa transmite autoridad observa la periodista Almudena Martínez-Tornés. Desde niño ha tenido aspecto de príncipe Disney. Ya no».

Menos diplomático es el diplomático Inocencio Arias. «En Zarzuela parece existir una obsesión con que el Rey no meta la pata en nada, sacrificando en algún momento, dice algún observador, la espontaneidad», admite.

Aunque la Constitución establece que no puede intervenir en política, el reto independentista de Cataluña es otra patata caliente de su reinado. A juicio de su biógrafo, su actitud es inteligente: ha habilitado el Palacio Albéniz, la residencia real en Barcelona, para pasar allí más tiempo y transmitir a los catalanes que forman parte de la familia española.

Durante su primer año y medio en el trono don Felipe mantuvo una intensa agenda internacional que se estrenó con una visita al Papa e incluyó viajes de Estado a Estados Unidos, México, Marruecos y varios países europeos. Pero su papel como embajador de la marca España se vio prácticamente anulado por el desgobierno interno. Vivió casi un año «encerrado» en la Zarzuela.

Un Rey viajado

Con la investidura de Rajoy en octubre y la sentencia del caso Nóos en febrero, se abre un nuevo horizonte. Tras su controvertido viaje a Arabia Saudí en enero con un fuerte contenido económico, recupera el tiempo perdido en la arena internacional. Irá a Japón en abril y a Londres en junio.

En este terreno es, quizá, donde más se recuerde a don Juan Carlos. «Era un diplomático de excepción. Los dignatarios extranjeros lo adoraban afirma Arias, que fue portavoz de Exteriores con UCD, PSOEy PP. Don Felipe tiene menos cercanía con sus interlocutores, pero habla idiomas y está muy viajado. Algunos extranjeros lo encuentran más soso que el padre. He viajado con él; no es en absoluto un muermo, tiene sentido del humor. Los comentarios que oigo en el diplozoo extranjero son, casi todos, elogiosos, pero la proximidad del padre es difícil de igualar». «Es una figura moderna y afable, accesible y que al mismo tiempo inspira respeto», subraya la titular de la Secretaría General Iberoamericana, Rebeca Grynspan.

Iberoamérica es su punto fuerte: ha estado en casi 80 tomas de posesión de presidentes en la región, como Príncipe y como Rey. «Es muy respetado y muy querido en América Latina afirma Grynspan, exvicepresidenta de Costa Rica. Su proclamación permitió la continuación sin fisuras de las relaciones con los distintos gobiernos de la región, pues se trataba de una figura con lazos ya establecidos y con una visión estratégica conocida. En el mundo actual, esa confianza y esa predictibilidad son bienes muy escasos».

«Felipe VI está preparado y es sensato concluye Inocencio Arias. No será Platón, ni Churchill, ni Ortega y Gasset, tampoco Cicerón, pero no hace falta que lo sea. Resiste en responsabilidad, en profesionalidad y en cultura la comparación con otros monarcas europeos. Con ventaja, diría yo».

Un sondeo de Paris Match situaba hace unas semanas a Felipe y Letizia como los miembros de casas reales del continente más valorados, solo por detrás de los duques de Cambridge. Según la revista, sus lectores juzgaban positivamente su gestión del caso Urdangarin. «Es fácil destruir la imagen de la Monarquía y no tan fácil recuperarla concluye Charles Powell. El daño que se hizo a la Corona se ha deshecho».

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