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María Eugenia Merelo
Miércoles, 10 de diciembre 2014, 13:12
Su padre, Gregorio López, abrió la marisquería hace 60 años. Inicialmente, en el rótulo figuraba el nombre de Florida. Para la gente del barrio era el Pimpi, por la fama de sus gambas al pimpi (versión paleña de pilpil). Y nada mejor que unir las designaciones del propietario y de los clientes para inmortalizar el nombre de un espacio único en el que el marisco y el buen vino son excusa para derrochar alegría y diversión al ritmo de una banda sonora única y ecléctica. Antonia, su madre, y Rosa María, su hermana, reinan en la cocina. En la barra, él ha sido el emperador de un espacio en el que los clientes hacen cola para tapear y en el que la estrechez no escatima espacio a los desmelenes sublimes. Desde las paredes, collages con fotos de actrices míticas, reinas de la copla y muchos amigos presiden este templo del buen rollo con fama en lugares remotos.
«Con siete meses me llevaron a ver a Juanita Reina. Me lo cuentan, yo no lo recuerdo»
«Los médicos me han enseñado a echar el freno Macareno, que no lo cuentas de nuevo»
«La gente me decía "Mira Jesús, tú padre era un león pero tú no vales»
«Me siento como un actor que recuerda sus películas pero ya no trabaja en el cine»
Vaya, casi cuatro décadas detrás de una barra y usted quería ser publicista.
Me encantaba la publicidad. ¿Recuerda la película "Pepi, Luci y Bom", de Almodóvar? Esa Carmen Maura y las grandes utilidades de las Bragas Ponte. Esas cosas me encantan y me hacen mucha gracia. La película es genial. ¡Mira que me reí! Me encanta el mundo de la publicidad. Estudié tres años. Me acuerdo que decían: «Con la palabra "stanley" dibujen el envase de un perfume». Éramos cien en la clase y tu dibujo tenía que ser diferente al de los 99 restantes. Era un mundo de mucha competencia, pero bellísimo, el dibujo y la fotografía.
Y murió su padre.
Tenía 22 años cuando él muere. Murió de repente, era muy fuerte. La gente venía a decirme en mi cara: «Mira Jesús, tú para esto no vales; tu padre era un león pero tú no sirves». Mi padre tenía una gran personalidad. Yo era más dulce con el público. Mi lema era, mucha, mucha educación, tratar al público con mucha educación. La pelea, descartada al máximo. Y ya es difícil, 36 años al frente del negocio y ni una pelea.
¿Y cómo se convierten 30 metros cuadrados en un espacio infinito para la alegría y la diversión?
Con gente muy especial. Ese público absolutamente maravilloso que viene todas las noches. Ahora está de moda para la gente joven y los universitarios. Un nivel muy alto porque es gente muy civilizada, no hay peleas, no hay broncas, no hay jaleo. En estos 30 metros se produce un milagro porque el público es superior, muy especial. Tenemos mucha suerte con el público.
Y a parte de buen marisco y buen vino, ¿qué le da a la gente?
Muchísimo cariño. Hay una relación fuerte entre el público y nosotros. De hecho, he tenido grandes amigos y amigas en este bar. Es uno de los regalos que me ha dado, conocer a gente muy interesante. Un director de orquesta, un periodista, un músico, un portero o un barrendero. Hablar con ellos y llegar a ellos es lo que más me gusta. Es lo que damos, amistad auténtica, cariño. Y es recíproco. Ellos te lo devuelven.
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He buscado El Pimpi en Internet y llena páginas y páginas.
Es un mundo nuevo. Me asombro leyendo cosas tan bonitas de todas partes de España. Es devoción. No hace mucho, una chica periodista, Olga, abrió un club de fans en Facebook y al poco tiempo pasaba de las mil personas. Es increíble como se mueve la gente. A veces da miedo la potencia y la difusión. Y ahí estamos nosotros, metidísimos. ¡Mira que modernos estamos!
La gente de ciudades remotas comenta momentos inolvidables en su bar. Y suben vídeos.
Y muchos cuentan las botellas que se bebieron y que salieron de aquí a gatas. Lejos de avergonzarse, porque no hay por qué avergonzarse por pasárselo bien. Y aquí al clientela no molesta a nadie y lo pasa muy bien. Después llaman a su taxi y se marchan todos pacíficamente.
Parece que andamos equivocados. Dedicamos demasiado tiempo al trabajo y a los problemas y poco a los amigos y a la diversión.
No nos damos cuenta. Pero yo, que ya tengo una cierta edad y un infarto a mi espalda, veo que hay que frenar un poquito y dedicarnos pequeños homenajes a nosotros mismos. Cuando somos jóvenes, trabajamos como locos. Pero cuando ha pasado el tiempo le das mucha importancia a ese poquito de tiempo libre para gastarlo con la gente que quieres, con los amigos, con tu hijos, con tu familia. Es importantísimo. Todo es más bonito con la edad. Te aplaca. Con 20 años estás loco, loco de alegría, de júbilo en la mente. Con 30, 40 ó 50, ya es perfecto. Con 80 es ideal.
¿Con 80?
Sí, porque ya has vivido. Y todo lo que llega a partir de los 80 son auténticos regalos, cada vez lo aprecias más. Mira la duquesa de Alba, enamorada hasta los huesos. ¡Fantástico! Como es inmensamente rica, puede permitírselo, y muy bien que hace. Los hijos si que son malos, que no le permiten a esta señora que se case con la de relaciones que tienen ellos constantemente. El corazón no tiene edad.
Entre tantos momentos sublimes, ¿es posible quedarse con alguno?
A veces, la visita de un cliente hace ya que la noche sea maravillosa e inolvidable. Mi madre siempre recuerda como un día especial, y mira que lleva aquí 60 años, la noche que Mari Fe de Triana vino por primera vez. Me acuerdo que fue un jueves, ella me dijo que iba a venir tempranito, que no hubiera mucha gente. Y nada más llegar, la gente estalló en una gran ovación. En ese momento mi madre lo estaba viendo y se emocionó. Para mí los artistas han sido muy importantes. Imperio Argentina, Pepe Marchena, Jesús Quintero, Marisol, una mujer maravillosa. Lolita, una mujer con mucha personalidad, muy guapa. Y sobre todo la gente que viene diariamente.
Ha recordado su infarto. ¿Todo en la vida tiene su cara y su cruz?
Sí, también. El infarto me cogió sin esperarlo. Trabajaba corriendo, casi 24 horas al día. Era una locura. De repente, me dio el infarto. Yo creía que ahí se había acabado todo. Pero no. Ahora ya no trabajo en el bar y vivo tan feliz y tan tranquilo. Eso me ha dado mucho relax, mucha tranquilidad. Los médicos me han enseñado a eso, a echar el freno Madaleno, que no lo cuentas de nuevo. Aprecias más las cosas.
¿Qué pensó cuando se vio en la UCI?
El infarto me dio en el bar y no me acuerdo absolutamente de nada, ni dolor ni nada. Tuve le corazón parado casi dos minutos. Me despierto casi treinta días después en la UCI. Para mí que me había raptado una secta para hacerme pruebas como un conejillo de indias.
Una voz.
De niño, mi padre nos llevaba muchísimo al teatro Cervantes. Con siete meses me llevaron a ver a Juanita Reina. Eso me lo cuentan, yo no me acuerdo, claro. En el Cervantes escucho a Pepe Marchena, a Manolo Caracol, a Enrique Montoya, Juana Reina, Marifé de Triana, Lola Flores. Todos en directo y sin micrófonos. Era impresionante. Hasta el punto que cuando yo iba al teatro decía: esta mujer es la que pone mi padre y canta en el bar. A mí llegó a cautivarme la voz de Juana Reina. Pero muchos años después escuché a Caballé, y a otro nivel, era alucinante. Y Edith Piaf o Chavela Vargas. En ópera, Pavarotti, Carreras, Kraus... Son muchas voces. ¡Hasta nuestra Karina!
Una película.
Tengo tres recuerdos espectaculares. Con ocho años, yo estaba acostumbrado a ver cine de acción. Y fui a ver una película mexicana que toca el tema de la muerte, "Macario". Salí impresionadísimo ante aquel drama tan tremendo. Me dejó marcado. Es la primera vez que yo comprendo que el cine no es solamente aventura, alfombras que vuelan, romanos, que es mucho más. Puede llegar a ser una denuncia alucinante. Con 11 años vi "Esplendor en la hierba". Me quedo abombado de lo guapa que puede ser una mujer como Natalie Wood. Me enamoro de ella y me cambia el chip del cine otra vez. Con 18, "Gritos y susurros", el non plus ultra para mí, de Ingmar Bergman. Luego he visto todas las películas del mundo. Me encanta todo, no tengo escrúpulos.
Y una ópera.
"Salomé", de Strauss, me vuelve loco. Ahí voy directo. Además, la versión de Caballé, que es modélica, nadie la alcanza.
¿Sigue obsequiando a sus clientes con licor del amor?
Era un licor azul que parecía líquido de frenos. Repetían, repetían y repetían. Pero el representante se escapó con una carnicera fondona y dejó a la mujer y a los seis hijos. Cosas que pasan. El amor, a cierta edad, es que es terrible.
¿Cómo lo ve todo ahora al otro lado de la barra?
La vida dentro de la barra te mata, te da un infarto, pero es apasionante. Fuera, me siento como un actor que recuerda sus películas pero ya no trabaja en el cine.
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