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Animales de compañía

'La máscara moral'

Juan Manuel de Prada

Viernes, 25 de Noviembre 2022, 15:19h

Tiempo de lectura: 3 min

Así ha titulado Edu Galán su más reciente obra, publicada por la editorial Debate, en la que disecciona un fenómeno que amenaza con esterilizar por completo a las sociedades contemporáneas. El derrumbe de la moral compartida que antaño vertebraba y cohesionaba a las sociedades propició la floración de un individualismo euforizante, un espejismo de autosuficiencia personal que las llamadas ‘nuevas tecnologías’ no han hecho sino agigantar. Y, en volandas de estas ‘nuevas tecnologías’, potenciada por las redes sociales, se ha impuesto una nueva forma de impostura o ‘postureo’ moral que desborda y deja chiquita la hipocresía de antaño (que no era más que el homenaje que el vicio rendía a la virtud), que se traduce en un exhibicionismo furioso de presuntas cualidades personales que implican la crítica de otros comportamientos que no se adaptan a ellas. De este modo, las redes sociales se convierten en herramientas para el control moral de las personas, a quienes se celebra cuando su conducta se adapta a los ‘valores’ impuestos desde Silicon Valley y se execra cuando osan apartarse de ellos.

En su ameno y clarividente ensayo, Edu Galán nos propone diversos ejemplos de impostura moral que han adquirido carta de naturaleza

Pero el embrujo tecnológico hace creer a estas personas alienadas que son ‘protagonistas’ de su vida, que sus automatismos morales son valiosas elecciones personales, cuando en realidad no hacen sino reproducir estereotipos y códigos gregarios de conducta impuestos globalmente. Así, el mundo se convierte –en palabras de Galán– en un «teatro con miles de máscaras donde todos los personajes quieren ser los protagonistas»; y para obtener el aplauso del público, todo estará permitido, desde airear nuestras intimidades hasta señalar al réprobo, en un remolino de ansiedad emotivista que, a la vez que nos hace sentir ‘buenos’, nos obliga a mimetizarnos con la impostura moral reinante, en una pantomima agotadora: pues por un lado nos empuja al autoritarismo y la simplificación, nos instala en el prejuicio y la superioridad moral; pero por otro lado nos llena de miedos y vergüenzas (puesto que íntimamente sabemos que estamos representando una mascarada) que acaban estallando, tarde o temprano. Puesto que nunca estamos a la altura del papel que representamos, acabamos quebrándonos interiormente, o recurriendo a las autojustificaciones más peregrinas para no ser señalados, como antes hemos hecho nosotros con otros cuya debilidad no hemos perdonado.

Edu Galán nos propone diversos ejemplos de esta impostura moral que han adquirido carta de naturaleza. Así, por ejemplo, el amor desmedido a las mascotas, que en España ha alcanzado proporciones por completo desquiciadas (hasta un cuarenta por ciento de los españoles consideran que los animales merecen la máxima consideración moral, que ellos mismos son sujetos morales) y en algunos activistas se adentra en los «mágicos vericuetos del animismo», considerando incluso que en los animales existe sociedad política, biografía, personalidad o razonamiento complejo. También la consideración de la obra artística como un artefacto didáctico que reivindique causas en boga (el transgenerismo, la religión climática, etcétera), de tal modo que, al adherirnos a sus reivindicaciones, lleguemos a sentirnos coautores o coproductores del bodrio en cuestión. Huelga decir que en esta impostura moral el humor –y no digamos la sátira– resulta por completo inconcebible. Y, puesto que la vida se ha convertido en una competición individual por exhibir moralidad, se exige la deshumanización de quienes no comparten mis valores, que ipso facto se convierten en diana de las más crueles persecuciones. Así surge la moda de la ‘cancelación’, que condena al ostracismo a aquellas personas que se atreven a contravenir el postureo moral: no se trata de una crítica legítima, sino de destruir la carrera profesional y la vida personal del ‘cancelado’, a quien se etiqueta y demoniza, para que las personas que hasta entonces han trabajado con él sientan vergüenza de contratarlo, sientan como una obligación expulsarlo a un arrabal de descrédito y humillación del que le resulte por completo imposible salir.

En su ameno y clarividente ensayo, Edu Galán se centra en el análisis sociológico; aunque aquí y allá se apuntan algunas reflexiones filosóficas y se desliza la genealogía de este mal que está esterilizando por completo a nuestras sociedades. Un mal que tiene un cuño inequívocamente protestante, ligado en sus orígenes al ‘libre examen’, que proclama la suficiencia absoluta de la voluntad humana para erigirse en árbitro de su vida moral. Y ese árbitro acaba siempre desligándose de un orden moral objetivo, para ligarse emotivamente a principios que cree salidos de su caletre y que en realidad están dictados desde Silicon Valley.


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