José Manuel Cabra de Luna. :: CARLOS MORET
A CORTA DISTANCIA

José Manuel Cabra de Luna: «Soy un escéptico con muchas pasiones»

Abogado, creador plástico, coleccionista, poeta y académico (Málaga, 1949) Entusiasta e incansable buscador del pensamiento libre y de la independencia Hace suya la frase de Gregorio Marañón: «Soy un trapero del tiempo» Se rinde ante los colores, «un auténtico milagro y fuente de energía»

UNA ENTREVISTA DE M. EUGENIA MERELO

Domingo, 28 de noviembre 2010, 02:57

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El despacho de este abogado experto en Derecho Mercantil es un espacio amplio, cómodo, luminoso y con color, mucho color. En las paredes cuelgan obras de Barbadillo, Brinkmann, Peinado, Jiménez, Calder, Bridget Riley y una vista del puerto de Málaga de Eduardo Ocón. En algunas paredes, pinturas murales de Cabra de Luna. La abstracción geométrica de su trabajo es el mapa, la fotografía de un espíritu autoexigente y perfeccionista. La búsqueda del trazo exacto. Y la intensidad energética del color. «Cuando soy capaz de unir dos colores que antes no había visto juntos, sabiendo además que son infinitos, se me abre un mundo precioso», apunta un hombre con profesión de letrado y oficio de creador plástico y explorador vital.

-Su primer libro fue un Quijote ilustrado por Gustavo Doré que le regaló su padre y que le abrió el mundo. A partir de esa puerta, ¿qué ha descubierto?

-La frase pude sonar un poco cursi, pero para mí es absolutamente real. Yo he intentado hacer de mi vida una aventura intelectual. A veces estoy en mejor momento, otras, en malísimo. No diferencio entre realidad y libro. El libro es también realidad y me da otro tipo de realidad. He vivido siempre rodeado de ellos. Y después, ya más tarde, de cuadros también. ¿A dónde me han llevado? No lo sé. ¿A dónde me tiene que llevar todavía? Tampoco lo sé, pero sí a intentar un pensamiento lo más libre posible. No estar sujeto a demasiadas reglas y, desde luego, llevar una vida, en el buen sentido de la palabra, lo más independiente que pueda.

-Una aventura intelectual dice. Cuando se vive tanto en el intelecto, ¿no pierde uno algo del corazón?

-Estoy seguro. Diré más. Si de alguna forma me tuviese que definir lo haría como un escéptico atravesado de pasiones, lo cual parece contradictorio. Efectivamente, una vida en exceso intelectual puede privar de ciertos goces que la pasión tiene. Pero también es cierto que sólo a partir de una cierta dominación y una cierta indiferencia ante muchas cosas es como yo, al menos yo, he podido soportar la vida. Si no me habría sido muy difícil. Si te quedas en la ataraxia, la distancia hacia las cosas, hacia ciertas emociones, sin duda ninguna pierdes, pero te da un mínimo de estabilidad y serenidad, que puesto en la balanza quizás a mí me interese más. ¡Eso no quiere decir que no esté dispuesto a perder la cabeza de vez en cuando! Es mi aspiración más que mi realidad.

-¿Le llena más el arte del derecho o su derecho a ser artista?

-A estas alturas de mi vida, que el próximo 8 de agosto cumpliré 40 años de ejercicio profesional ininterrumpido, que son muchísimos, creo que estoy consiguiendo ejercer mi profesión de abogado como yo había querido, de una manera muy creativa. Y mi derecho a ser artista que, ¡ojo, me ha perjudicado mucho! Me ha costado mucho más trabajo que a lo mejor a un muchacho que está empezando, no ya exponer, sino pedir el exponer. Me mostré tarde como artistas. En cuanto a pintor. No en cuanto a escritor, que eso lo hice de muchacho. Y después ya, no sé por qué, la poesía se fue y fueron entrando los colores.

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-¿Tiene algo de doctor Jekyll y mister Hyde?

-Sin duda alguna. Todos lo tenemos.

-Y vivir con una profesión y con un oficio, ¿de qué le ha quitado?

-De muchísimas cosas. Mi familia se ha sacrificado. Con mis hijos he estado mucho menos de lo que tendría que haber estado. Pero en cambio, mis hijos saben trabajar con las manos, han aprendido que hay otras maneras de desarrollarse y pasarlo bien en la vida que no son las usuales. Nada habría sido posible si no hubiese sido una persona mínimamente ordenada. Durante muchos años estaba siempre despotricando de mi falta de tiempo para hacer las cosas. He aprendido que no hay que protestar sino hacer todo lo que puedas, porque más de lo que puedes no puedes hacer. No tengo tele, ni juego al golf, ni salgo demasiado y tengo un poquito más de tiempo que los demás. Soy trapero del tiempo, como decía Marañón.

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-Pintando se le pasan las horas. ¿Pintar es olvidar?

-No, es entrar en una especie de vacío. El olvido es una carencia de la memoria. Si la memoria fuese tan perfecta que lo recordara todo estaríamos locos. No es posible que eso ocurra, el hombre necesita olvidar. Pero cuando se está pintando, o al menos como yo ejercito la pintura, entro en un punto en donde no hay tiempo. Es un vacío. Casi no hay ni pensamiento.

-¿Cuánto tiene un coleccionista de inversor, cuanto de acaparador y cuánto de vanidoso?

-Lo he pensado mucho porque padezco del agudo mal del coleccionismo. Distingo entre el comprador de cuadros y el coleccionista. Los grandes bancos, como personas jurídicas, o un señor con una potencia económica importante se rodea de sus asesores y como una variable de inversión piensa en el arte. A mí eso tampoco me interesa mucho. Acaparador, más bien cazador, y hoy con Internet muchísimo más. El buen coleccionista lo que hace es construir un mundo a partir de su colección, ordenar el mundo a partir de su colección.

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-¿Qué hay de la vanidad?

-¿Vanidosos? Todos lo somos. Pero no creo que se esté rodeado de arte por vanidad. Uno se rodea de arte, casi por necesidad. Los cuadros acompañan mucho.

-¿Qué ha descubierto en el color que no haya visto el resto de los mortales?

-Goethe, en su libro 'Teoría de los colores', decía que los colores son padecimientos de la luz. Fíjese que cosa más bonita. Para mí, los colores son un milagro. Cuando soy capaz de unir dos colores que antes no los había visto juntos, sabiendo además que son infinitos, se me abre un mundo precioso. Aparte, los colores son extraordinariamente energéticos. He coincidido en muchos aeropuertos con Adolfo Domínguez y dan ganas de darle dos euros para que se compre un bollo, con esos colores tan tristes. Elias Canetti, que era un zorro tremendo y listo como el hambre, tiene una frase: «Aunque solo fuera por los colores merecería la pena vivir eternamente».

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-¿Qué facturas pasa la coherencia?

-Es muy cara, carísima. El ser mínimamente coherente se paga tremendamente. La gran factura de la soledad, sobre todo. Por eso tiene uno que aprender alimentarse de ella.

-Dijo en su ingreso en San Telmo que nuestra vida carece de sentido. ¿Sigue pensando lo mismo?

-Bueno, sigo pensando que toda nuestra vida no es más que un intento de darle sentido a esto. Claro que sí. Creo que esta civilización está muy vencida. Hacen falta mundos nuevos. El otro día leía unas declaraciones del sociólogo Emilio Lamo de Espinosa y decía que posiblemente el tiempo de occidente ha pasado ya. Creo que nuestra cultura ahora mismo tiene muy pocas cosas que decir. Y claro, se hace mucho más difícil vivir si no tenemos un sentido, un por qué y un para qué. Nuestra sociedad no nos ayuda mucho, aunque la búsqueda de sentido es siempre una aventura individual.

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-Sabio es el que nada espera, decía Spinoza, ¿usted, espera algo?

-Sinceramente, intento educarme para esperar muy poco o nada. Me definiría como un escéptico que al mismo tiempo tiene mucha pasión en algunas cosas. Si las alegrías son pocas, las penas serán ninguna, posiblemente. Esto es quizás muy duro, pero creo que es mejor. Intento dejarme llevar por Spinoza.

-Y la curiosidad, ¿con que se premia?

-Tengo el ejemplo de mi madre, que se murió con 94 años y a esa edad tenía un interés enorme por poder manejarse con Internet. Eso es estar vivo y que el mundo no se acabe. Uno de los síntomas de la vejez en su peor estadío sin duda ninguna es la falta de curiosidad. Y ahí se acaba el mundo. Porque el mundo, al fin y al cabo, lo que te da, si tu no buscas otras cosas, son juguetitos: el coche más grande, la casa más grande. Eso no merece la pena.

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-Una curiosidad, ¿qué debe tener una corbata para que la luzca en su cuello?

-Como ya es sabido me gustan los colores. Pero no es fácil encontrar ahora corbatas. La moda de las corbatas ya se ha quedado para muy poca gente, generalmente para gente que viste muy rigurosamente, con corbatas muy serias. Confundiendo una vez más la seriedad con la tristeza. Me gustan mucho las corbatas con color. Inconscientemente se ha convertido en una especie de seña de identidad.

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