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Reconstrucción ideal del puente de Santo Domingo, que se llevó la riada de 1661, por Emilio de la Cerda. Archivo SUR
A la sombra de la historia

La peor inundación de todos los tiempos: la víspera de San Lino de 1661

Miércoles, 23 de julio 2025, 00:17

Esto es lo que aseguran las crónicas y los historiadores más serios que se han ocupado de este asunto. Decía Narciso Díaz de Escovar que «ninguna de las inundaciones del Guadalmedina alcanzó la triste celebridad que la ocurrida el luctuoso día 22 de septiembre de 1661». Aquella jornada diluvió durante siete horas, desde la ocho de la mañana hasta las tres de la tarde, como si el líquido elemento se hubiese convertido en un funcionario ejemplar, cumplidor de su jornada laboral. Así describía el inicio de la tormenta Mateo López Hidalgo, impresor del Obispado, que tuvo su negocio en la Plaza Mayor:

«Comenzó una tormenta de truenos que atemorizó todos los ánimos y un agua tan recia que parecía que Dios quería hundir la Tierra con un nuevo diluvio».

Quizá la gravedad de esta inundación se deba a un descuido o a un exceso de celo de los guardianes de las compuertas defensivas. El agua procedente de la zona de la Victoria entró a raudales por la puerta de Granada, que estaba abierta. Este torrente buscó su salida natural por las puertas del Mar y de la Espartería (ubicada esta última más o menos al final de la actual calle Larios) que, precisamente, estaban cerradas. Cuando intentaron abrir estas puertas ya no pudieron por la presión del agua. Aclaremos que estos portones defensivos practicaban hacia adentro y, desgraciadamente, funcionaron como un embalse. Si hubiera estado cerrada la puerta de Granada y abiertas las otras dos quizá el efecto de la riada no hubiese sido tan demoledor. Por esta razón, a las del Mar y Espartería, después de la catástrofe, se las reparó dotándolas de una reja de tres cuartas en la parte inferior, para que no volviera a suceder lo mismo.

El agua subió, según las estimaciones, a más de dos metros de altura. Se inundó prácticamente toda la ciudad. Por ejemplo, en la calle San Juan el nivel del agua inundó el segundo piso, afectando incluso a la casa del propio gobernador de la ciudad de Málaga, don Álvaro Queipo de Llano y Valdés. Las márgenes del Guadalmedina llegaron hasta la Catedral y la plaza de la Merced.

La fuerza de la riada alcanzó tal violencia que se llevó por delante el puente de madera que existía a la altura de Puerta Nueva y sus restos taponaron los vanos del puente de Santo Domingo, que era de cantería y que había resistido durante siglos todas las inundaciones anteriores y los ímpetus del río. De nada sirvió su sólida y fuerte construcción para impedir que fuera arrasado desde sus cimientos, en compañía de las dos torres que tenía en sus extremos, que tan célebres se hicieron en la conquista de la ciudad, inmortalizando el nombre del general de artillería de los Reyes Católicos, Francisco Ramírez de Madrid. Era la una del mediodía de aquel fatídico 22 de septiembre de 1661. Dentro de estas dos torres se habían refugiadas muchas personas, confiadas en la solidez de su fábrica, que contemplaban la riada creyéndose a salvo. Casi todos perecieron.

Esquema del río Guadalmedina y sus arroyos Archivo SUR

Algunas fuentes aseguran que pudieron morir unos tres mil malagueños. Así lo afirmaba un testigo ocular, Mateo López Hidalgo. Fueron arrastradas por las aguas 418 casas y otras 1.600 quedaron inhabitables, sin contar las más de 3.000 que se inundaron. La tragedia fue de dimensiones nunca vistas y se necesitaron varias generaciones para que los episodios de horror que presenciaron los malagueños se olvidaran. Las casas se caían por la fuerza de las aguas, como si fuesen de mantequilla, y las madres eran arrastradas por la corriente con sus hijos en brazos entre los gritos de desesperación de sus familiares y vecinos que no podían hacer nada para evitarlo.

Fray Alonso de Santo Tomás, provincial de la Orden de Predicadores (vulgo dominicos) y futuro obispo de Málaga, se hallaba en el convento de Santo Domingo. Debido a la angustiosa situación, tuvo que ser evacuado en una falúa de la galera capitana que para este efecto le envió el excelentísimo señor duque de Tursi y conducido al convento de San Agustín, que por estar en alto se libró de los estragos de la inundación. Una mujer se salvó porque se había sujetado a una puerta, a manera de salvavidas, y fue rescatada en el mar a los tres días. Los marineros contaban otros prodigios increíbles.

Ese 22 de septiembre de 1661, víspera de San Lino, hubo muchos malagueños que se levantaron ricos y se acostaron pobres, teniendo que pedir limosna para poder subsistir. Durante muchos días la ciudad quedó desabastecida de lo más necesario. El 23 de octubre, un mes después de la tragedia, el mar arrojó el cadáver de Luisa de Góngora, mujer de Andrés Palomo, arrastrado por el Guadalmedina aquel terrible día.

El obispo de Málaga nos cuenta la tragedia

Fray Alonso de Santo Tomás, por Juan Bautista Maíno. Museo Nacional de Arte de Cataluña

Testigo de excepción de esta trágica inundación fue el obispo de Málaga, Antonio de Piñahermosa. El prelado relató lo que vio en una misiva que envió al mismísimo rey Felipe IV el día 27 de septiembre de 1661 -solo cinco días después de la tragedia-, en la que le contaba cómo una niña se salvó de la riada gracias a que se refugió en el hueco de una ventana y tuvo la dicha de que ese lienzo de la casa no se viniese abajo. Por otro lado, en el convento de la Trinidad, por estar en alto y quedar a salvo de la inundación, se refugiaron unas dos mil personas e, incluso, parieron dos o tres mujeres. El señor obispo explicaba al rey Felipe IV en su misiva cómo era la situación que estaban soportando los malagueños después de la inundación. Para transitar por muchas calles era necesario un caballo. También le contó que algunos desaprensivos utilizaban las barcas para saquear y robar en vez de para socorrer a las víctimas. La situación era dramática, pues muchos malagueños se habían quedado sin casa y sin nada que llevarse a la boca.

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