
Los nombres que las ciudades dan a sus calles y espacios públicos no son gratuitos. Esas pequeñas placas condensan, en su mayoría, siglos de historia, acontecimientos que marcaron el crecimiento de la urbe o perfiles de personajes que fueron clave en la construcción de la identidad colectiva. Todo tiene un origen y un porqué. El centro está plagado de esos guiños históricos: la calle Larios, la Alameda Principal, la plaza de la Constitución, el paseo de los Curas, la plaza de Uncibay... También, y sobre todo, la plaza de La Merced, epicentro de la Málaga cultural con la Casa Natal de Picasso y también de la Málaga de la memoria con el obelisco a Torrijos y sus hombres. El nombre que la abraza, sin embargo, lleva allí desde muchos siglos antes. ¿Por qué el de La Merced?
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El origen hay que buscarlo, como en muchos casos, en la conquista de Málaga por los Reyes Católicos (1487) y en los repartimientos posteriores que hicieron los monarcas para agradecer la ayuda y la colaboración -en muchos casos con el propio patrimonio- de los afines a la causa cristiana. Es el caso de aquella pastilla de terreno situada en los arrabales de la ciudad, cerca de la puerta de Granada y conocida como la plaza del Mercado, puesto que los monarcas habían dispuesto que allí se celebrara uno a la semana. El privilegio de aquella actividad comercial se ampliaría posteriormente, pero habría que esperar hasta el año 1507 para encontrar las primeras referencias de la plaza como plaza de La Merced.
En realidad, el origen de la iglesia y el convento que le dieron nombre hay que buscarlo en otra zona, porque el primer repartimiento en recompensa por su participación en la toma de Málaga fue para Alonso Fernández de Ribera, de origen cordobés. Éste consiguió que Isabel y Fernando le entregaran la ermita de San Roque, ubicada en el cerro de Gibralfaro y conocida también como la de la Vera Cruz por la cruz de madera que dejaron los monarcas cuando entraron en la ciudad. Aquella construcción y sus alrededores fueron donados en 1499 por Fernández de Ribera a la orden de los mercedarios, pero los religiosos no tardaron en encontrar problemas: aquel emplazamiento los exponía peligrosamente a las incursiones marítimas y a los saqueos de los corsarios musulmanes, por lo que solicitaron, ya a la reina Juana de Castilla, un lugar más seguro. Es ahí donde empieza el vínculo de la orden con la plaza a la que darían nombre: concedida la adjudicación real, el Papa Julio II la confirmaría un año después, con la orden de el convento recibiera inicialmente el nombre de la Madre de Dios.
La iglesia primitiva, de estilo mudéjar, comenzó a construirse en 1507 y sólo dos años después fue consagrada, con la curiosidad de que en una de las capillas de ese primer convento se conservó la cruz de madera de la primitiva ermita de la Vera Cruz. Junto con la iglesia, la zona conventual fue ampliándose con las tradicionales huertas (ubicadas donde está hoy el Teatro Cervantes) y otras dependencias, hasta convertirse en un espacio de referencia en la ciudad durante casi tres siglos, tanto en lo religioso como en lo caritativo e incluso lo social, en aquella época las dos caras de la misma moneda.
Más allá de los cultos, el convento de La Merced destacó por las estrechas relaciones con el Cabildo Municipal y por el número de rentas y propiedades (rústicas y urbanas) que fue acumulando. Su poder económico hasta el siglo XVIII está recogido en el Archivo de la Catedral de Málaga, y ahí se confirma que además de los recursos que ingresaban por los terrenos de su propiedad había otro capítulo importante de retribuciones monetarias gracias a la concesión de censos, limosnas, renuncia de legítimas y donaciones de particulares y patronatos.
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Con una influencia indiscutible en la Málaga de la época y asentado ya el vínculo de La Merced con la plaza, el paso de los años, el crecimiento de la población y el riesgo de derrumbe de una de las naves llevaron a los monjes a planificar una nueva iglesia en sustitución de la primitiva. Así fue como en torno a 1792, y después de dos décadas de construcción, se inauguró la nueva e imponente iglesia de La Merced, erigida como parroquia en 1835 por Decreto Episcopal. De estilo neoclásico, su fachada principal daba a la plaza y tenía planta de cruz latina, con una sola nave muy amplia y de 10 metros de altura, una solución que dotaba a la construcción de una luminosidad esplendorosa. Sus lunetos, con vidrieras de colores, producían juegos de luz dependiendo de la hora del día. También contaba con capilla mayor, crucero, cinco capillas menores y varios altares a su entrada, además de un coro y una galería que corría sobre las capillas laterales y en las que se abrían tribunas. El conjunto compositivo, según se recoge en los documentos históricos, «contaba con unas líneas de proporción magníficas, las finas pilastras se coronaban con capiteles corintios, que sostenían el entablamento ricamente decorado». La zona de la fachada, además, estaba presidida por un amplio atrio cerrado por una verja cuyos paños de rejería se encuadraban en pilares de piedra labrada.
Al igual que sucedió con la iglesia original, la huella de la nueva construcción y el convento de La Merced fue muy profunda. Allí tuvieron su sede algunas de las cofradías más importantes de la Málaga de la época: el Cristo de la Columna (Gitanos), el de la Humildad, el Nazareno de Viñeros o el de la Sangre, entre otras. Además, allí se constituyó, el 21 de enero de 1921, la Agrupación de Cofradías, el primer organismo cofrade en España de esta naturaleza. Entre las muchas imágenes con las que contaba la iglesia, destacaba la de Nuestra Señora de las Mercedes, que fue colocada en la capilla mayor. Igualmente importante fue, más allá de lo religioso, la función social de La Merced, ya que las crónicas históricas recogen, por ejemplo, que durante la epidemia de fiebre amarilla que asoló Málaga en 1804 el convento se convirtió en un hospital para atender a los enfermos.
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Pero aquel esplendor paró en seco con la desamortización de Mendizábal (1836-1837), que puso en el mercado, previa expropiación forzosa y subasta pública, un gran número de tierras y bienes de la Iglesia Católica y las órdenes religiosas. Málaga no fue una excepción en aquella estrategia global impulsada en el marco de la Revolución Liberal y el convento de la Merced, tampoco. En su caso, la mayoría de los terrenos fueron desamortizados, quedando únicamente la iglesia para el culto (ahí es donde comenzó a ser parroquia) y el convento destinado a cuartel militar. El espacio mayoritario de las huertas se utilizó para la construcción de viviendas y el Teatro de La Merced (de construcción posterior, en 1861), se derribó para levantar el Cervantes (1870). El cuartel militar, por su parte, estuvo en activo hasta hasta 1889, cuando fue derribado para hacer el Mercado de La Merced. Precisamente ahí se escribió una de las páginas más trágicas de la Málaga de la época, cuando en diciembre de 1853, a causa de unas intensas lluvias en la capital, se hundieron dos dormitorios del cuartel: la tragedia dejó 24 muertos y numerosos heridos.
Con la iglesia ya como única referencia de aquel esplendor de los mercedarios, el siglo XIX transcurrió sin pena ni gloria. El mal estado del templo obligó a numerosas reparaciones de urgencia, incluido un terremoto en 1884 que destruyó la parte más elevada de las torres, incluido el campanario, que no se recuperó.
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Pero el golpe de gracia definitivo llegó en mayo de 1931. Entre los días 11 y 12 la ciudad escribía una de las páginas más tristes de su historia. Con la II República instaurada hacía apenas un mes (14 de abril), un buen número de edificios civiles, pero sobre todo religiosos, fueron asaltados, saqueados e incendiados. El inventario de patrimonio sacro perdido en aquellas jornadas fue incalculable, y entre ellos estuvo la iglesia de La Merced. Corrían las tres menos cuarto de la madrugada cuando una turba de fanáticos llegó con palos y martillos a la puerta de la sacristía de La Merced.
Las crónicas de Narciso Díaz Escovar recogen que antes de aquel asalto ya habían sido atacadas las sedes del periódico La Unión Mercantil o la residencia de los jesuitas. También ardían el Palacio Episcopal, la iglesia de San Carlos y Santo Domingo. Pero fue La Merced la que se llevó la peor parte, entre otras cosas porque la mayoría de los inmuebles afectados fueron restaurados con el paso de los años. El símbolo de la plaza, el que le había dado nombre durante cuatro siglos, no. El asalto de aquella madrugada, que se prolongó durante horas hasta que finalmente fue pasto de las llamas, se saldó con la destrucción de la iglesia y la quema de numerosas imágenes frente a la fachada de la iglesia: entre ellas, la del Cristo de Viñeros, la Virgen de las Mercedes, la de Comendadora, la de San Cayetano o la del Señor de la Columna. En el entorno del Teatro Cervantes se hizo una hoguera con el resto de las imágenes pequeñas, la imagen del Cristo de La Merced, objetos de culto, ropas y cuadros.
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Una vez sofocada la revuelta, los arquitectos constataron que la reparación del templo sería extremadamente compleja a pesar de que la estructura no sufrió daños irreparables. De hecho, a pesar de la destrucción, la iglesia siguió funcionando como anexo de la parroquia de Santiago, como salón parroquial y hasta como cine. Con las dudas, aún hoy, de si se podría haber hecho el esfuerzo, existen varias teorías que tratan de dar una explicación a esa falta de interés por su reconstrucción: de una parte, desde algunos sectores se argumentó que la atención espiritual de los fieles de la zona estaba sostenida, en realidad, por otras iglesias cercanas; aunque también hay voces que defienden que hubo intención de dejar las ruinas de La Merced como símbolo de lo que nunca más tendría que ocurrir.
El hecho es que el 'esqueleto' del templo siguió presidiendo la plaza durante más de tres décadas, hasta que la Diócesis de Málaga dio el visto bueno para que fueran derribadas y se construyeran viviendas. En esta decisión de las autoridades eclesiásticas pesó, sin duda, el formidable escándalo que unos años antes había protagonizado el padre Hipólito Lucena, sacerdote en la Iglesia de Santiago y encargado de La Merced, donde el sacerdote desplegó sus prácticas sexuales con su grupo de fieles feligresas, conocidas como las hipolitinas.
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Derribada definitivamente en 1963, la Iglesia de La Merced fue sustituida por un edificio de viviendas, conocido como 'Pertika', y cuyo diseño no ha estado exento de polémicas. Sea como fuere, el único vestigio que queda de aquella época esplendorosa está en una de las fachadas del edificio sustituto, en forma de una placa que en el año 2007 colocó la Archicofradía de la Sangre en conmemoración de los 500 años de su constitución. «La Archicofradía de la Sangre quiere recordar que en este lugar estuvo situada la Iglesia conventual de La Merced, cuna de las cofradías mercedarias malagueñas y de la Agrupación de Cofradías», reza el texto conmemorativo. Ahí, el vestigio físico. El otro, el de la memoria, hace tiempo que va camino del olvido. Y eso, igual que el nombre de las calles, no es gratuito.
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