Calle Zamorano a mediados del siglo XX. Fotografía de Fernández Casamayor. (Archivo Municipal de Málaga)

El caso del cadáver sin ojos en La Trinidad

Tras la muerte de un hombre, el sacerdote que lo asistió en sus últimos momentos salió de la habitación del fallecido diciendo a los vecinos que aquel individuo estaba endemoniado, que no debía ser enterrado en lugar santo, y que el diablo, durante la ausencia del confesor, le había sacado los ojos

SALVADOR VALVERDE

Lunes, 12 de octubre 2020, 01:20

Una extraña y terrible noticia

Muchos comentarios había en Málaga el 22 de abril de 1885 por un intrigante suceso publicado en la prensa malagueña. Tuvo tanta repercusión que incluso el rotativo catalán La Vanguardia, en el número del 25 de abril de 1885, transcribió íntegra la noticia aparecida en el periódico Las Noticias. Calificaron el hecho de «terrible y extraño»:

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«Desde las primeras horas de la mañana comenzaron el 21 a circular entre el vecindario del barrio de la Trinidad extraños rumores referentes a misteriosos hechos ocurridos la noche última en una casa de la calle de Zamorano entre un agonizante y su confesor.

La familia del enfermo, notando que el padecimiento hacía rápidos progresos y que no tardaría en producirle la muerte, avisó a un sacerdote con el fin de que lo confesara. Se presentó, en efecto, el clérigo y se encerró con el enfermo, no sin que los vecinos oyeran a poco la voz de aquel exhortado con severidad al moribundo.

Pasado algún tiempo, salió el sacerdote del cuarto, anunciando que el enfermo había fallecido, y recomendó que nadie entrase, marchándose enseguida. Al poco tiempo volvió el sacerdote acompañado de otros dos: estuvieron breve rato en la habitación mortuoria y salieron diciendo a los vecinos que aquel individuo estaba endemoniado, que no debía ser enterrado en lugar santo, y que el diablo, durante la ausencia del confesor, había sacado los ojos al muerto.

Los vecinos se alborotaron; la casa fué tomada por asalto, y multitud de personas vieron el cadáver, cuyos ojos habían sido arrancados, en efecto, según expresó el facultativo señor Rubio».

En el rotativo El Avisador Malagueño, que también publicó la noticia del suceso el mismo día, nos encontramos con una contradicción: si en Las Noticias informa que el cura, al salir de la habitación, anunció que el enfermo (Cristóbal Alarcón Jiménez, de entre 40 y 45 años de edad según El Avisador Malagueño) ya había fallecido, El Avisador Malagueño afirma que él dijo que aún seguía con vida. Además de especificar que había sucedido en el número 39 de la calle Zamorano (muy próximo a la actual iglesia de San Pablo), publicó los rumores de heridas que fueron causadas con un crucifijo al no querer el moribundo (desde hacía meses padecía tisis) su última atención espiritual:

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«A poco empezó a circular el rumor de que aquel hombre se había negado a recibir los últimos auxilios y de que en vista de las exhortaciones del sacerdote, lo había herido con un crucifijo, pero lo más extraño era que al decir de las gentes habían desaparecido los ojos del cadáver, y así sucedió, pues reconocido este por el médico Sr. Rubio, expresó que fueron arrancados».

En la misma noticia de El Avisador Malagueño no se comenta nada de lo que el cura dijo supuestamente y de los otros dos religiosos que posteriormente fueron a ver al cadáver acompañados del párroco.

El que intentó asistir espiritualmente al finado era Francisco Vegas Gutiérrez, párroco de la barriada de La Trinidad natal del pueblo axárquico de Riogordo. Él fue quien puso la primera piedra bendecida en la construcción de San Pablo, iglesia de la que fue titular durante años desde su inauguración, el 23 de mayo de 1891. El dictamen médico del señor García Rubio, también homeópata, dejaba claro que al fallecido le faltaban los dos ojos. De momento todo implicaba en el suceso a los que asistieron al moribundo, a no ser que realmente llegara el diablo y los arrancara, tal como supuestamente dijo el párroco al salir de la habitación (Las Noticias). Pero, además del diablo y del cura, también salieron a relucir otras causas sospechosas.

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Torre de la iglesia de San Pablo. Fotografía de los 40 del siglo XX de Pérez Bermúdez. (Archivo Municipal de Málaga)

Autopsia, ratas voraces y fenómenos paranormales

Al día siguiente se realizó una autopsia al cuerpo de Cristóbal Alarcón Giménez antes de que fuera enterrado, sin ataúd, en el departamento de disidentes del Cementerio San Miguel al morir impenitente. En el informe se dictaminó que la muerte fue producida por la enfermedad de tisis y el motivo de la ausencia de los globos oculares, así como de los labios y una de las mandíbulas, por la acción devoradora de las ratas. Con tal explicación parecía que todo iba a volver a la normalidad, pero ni mucho menos fue así.

Caló tanto la noticia del diablo sacaojos, que, según lo publicado en el rotativo Las Noticias, había gran pánico en el lugar del suceso. El número 39 de la calle Zamorano era un corralón en el que vivían veinte personas (actualmente no existe el corralón ni su número pertenece al mismo lugar del que hoy ocupa en la calle). A raíz de los acontecimientos, muchos rumores se escucharían respecto a ruidos extraños, sombras inquietantes y velas que no ardían por más que intentaran encenderlas. Lo que sí se puede afirmar, tal como puso por escrito Francisco Vegas en una carta, es que la casera pidió al párroco que fuera a bendecir el corralón porque los vecinos se negaban a seguir viviendo allí debido al terror que sentían. El párroco se negó a ello para no dar más pie a tales historias que consideraba falsas, aunque sí aceptó bendecir la habitación del fallecido después de tres días.

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Mapa de 1920 de Málaga. Punteada en rojo, la calle Zamorano.

Explicaciones del cura Francisco Vegas Gutiérrez en cartas enviadas al rotativo Las Noticias

Ante tales rumores y muchos dedos que señalaban al párroco, poco tardó en dar su versión de los hechos en una carta que envió al periódico Las Noticias el 22 de abril de 1885:

«…La versión que Vdes. dan del caso es inexacta, pudiendo haber evitado este escollo con solo acudir á esta Parroquia, en donde se hubiera tenido complacencia en dar á V. las noticias exactas del suceso, como lo hago ahora por escrito, á fin de evitar todo extravío.

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La mujer del desgraciado Cristóbal Alarcón Jiménez, que así se llamaba el finado, me avisó hace unos 12 días para que fuera a visitar a su marido, aquejado de gravísima enfermedad, y lo dispusiera para recibir los últimos sacramentos. Fuí, como era mi deber, al instante, e informado de su situación física y moral les socorrí del modo adecuado a las circunstancias. Ofrecíle volver al día siguiente, aceptando él de buen grado y complaciéndole lo ofrecido. En esta segunda visita le hice patente sus obligaciones de cristiano y la necesidad que tenía de recibir los Santos Sacramentos y que tal era además el deseo de su familia. Sin negarse rotundamente a ello, lo aplazó para otro día, quedando en avisarme. A los dos días de esto presentóse nuevamente la mujer, invitándome con instancia para que fuera a confesarlo. Así lo hice y entonces ya se negó en absoluto. Volvía una o dos veces más en días sucesivos; la mujer y los numerosos vecinos de la casa no cesaban de instarme para que no le abandonara hasta lograr sacarlo de aquel triste estado. Entonces les aconsejé que ellos mismos intentaran la buena obra con ruegos y súplicas, pues a veces solían dar estos medios eficaces resultados. Así parece que lo hicieron, con gratas esperanzas de llegar al fin apetecido, y dos conocidos, que el domingo por la tarde emprendieron la buena obra de vestir limpio y en desaseado cuerpo, rogándole que limpiara también su alma por medio de una santa confesión, a lo que se dice accedió el enfermo, viniendo a dar el aviso a la Parroquia.

Por ausencia mía fue el Coadjutor de guardia, y negándose a confesarse con él, a pretexto de que quería hacerlo conmigo, se retiró sin más instancias. Sabedor yo del caso me personé en la casa á las nueve de la noche, ofreciéndome a él en armonía con sus deseos, sufriendo la pena de oír de sus labios una negativa absoluta, con signos inequívocos de rechazar todo auxilio religioso. En tal extremo me situé en la habitación contigua, donde había porción de vecinos, y varios de estos llenos de piedad y celo fervoroso, uno a uno y sucesivamente entraban y les hacían eficaces súplicas, los demás conmigo rezaban santas oraciones. Después de las once entré por segunda vez á reiterar los ruegos, siendo ahora como antes rotunda la negativa, envueltas en ademanes y frases que contristaban el ánimo. Me retiré cerca de las doce, encargando me avisaran á cualquier hora que notaran una reacción favorable. A las nueve de la mañana del lunes avisaron para que se le administrase el Santo Óleo, y por ver si una nueva voz encontraba algún eco en aquel corazón endurecido, rogué a otro señor Coadjutor se encargase de este ministerio, desempeñándolo sin fruto á presencia de numerosos vecinos que asistían al acto, conmovidos visiblemente tanto de las oportunas y caritativas exhortaciones del sacerdote, cuanto de resistencia pertinaz del enfermo, que rechazó la imagen del Santo Cristo puesta en sus manos, arrojándolo con la pequeña violencia que ya permitían sus decaídas fuerzas. A la media hora de esta estéril diligencia retiróse á la Parroquia notificándome lo ocurrido. Por último, a las doce y media del día reiteraron el aviso para que se le administrase el Santo Óleo, dispuse fuera otro de los señores Coadjutores con el fin de no dejar nada por intentar, con esta variación de personas, para lograr el general deseo de la conversión de aquella alma.

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Más todo fue inútil. El señor Coadjutor, a presencia de todos los vecinos, lo exhortó con nuevas súplicas, y con signos de cabeza bien expresivos persistió en su negativa. Era la una cuando se retiró, y a las tres vino una vecina de la casa a manifestarme que había fallecido».

Como se ha leído, el párroco da interesantes anotaciones sobre su asistencia al enfermo en los días anteriores de su muerte. Llama mucho la atención los drásticos cambios de parecer que tenía el enfermo para la asistencia espiritual, aunque se podría explicar por el delirio que podía tener debido a su estado agónico. Nos encontramos con contradicciones respecto a lo que se había publicado en la prensa: una de ellas es que afirma que Cristóbal Alarcón no estuvo acompañado por religioso alguno en las dos horas antes de su muerte (recordemos que en Las Noticias se publicó que el cura salió de la habitación anunciando su muerte); otra, es que mientras Francisco Vegas afirma que en todo momento se trató excepcionalmente bien al moribundo con testigos delante, las noticias publicadas hablan de severas exhortaciones y agresiones (no queda claro si del cura al enfermo o viceversa). Existe otro punto llamativo respecto a una vez que había fallecido Cristóbal Alarcón: si los rotativos hablan de la presencia de varios religiosos una vez que se produjo la muerte, el cura afirma que no había ninguno con él, además que el enfermo nunca estuvo con más de un religioso al mismo tiempo durante la noche y la mañana hasta las 13:00 h.

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La carta continúa:

«Al enfermo se trató con toda consideración y caridad, sin eso que llaman exageraciones haciéndole sencillamente comprender el peligro en que se ponía de perder su alma, negándose a morir en los brazos misericordiosos de un Dios, que antes murió por él. Si por parte del vecindario se profirió alguna frase cruda y de menos caridad, se reprendió oportunamente. Si se sacaban historias más o menos horripilantes del desgraciado enfermo ó se hacían indicaciones de su carácter o excentricidades, se ponía coto a tales indicaciones, como las menos apropiadas á la situación. Todo, pues, cuanto se diga contrario a esto lo puede V. desmentir en absoluto, teniendo yo la seguridad de que por fuera se habrán urdido las exageraciones publicadas, pues mis feligreses son incapaces de decir cosas que puedan ofender á su Párroco; de esto tengo una seguridad completa.

La inhumación del cadáver fuera del lugar sagrado y en el sitio destinado a judíos y protestantes y cuantos fallecen fuera del seno de la Iglesia Católica, procedí dados todos los antecedentes y así se ordenó y ejecutó. Tales son los hechos y espero que V. se servirá publicarlos, rectificando las noticias exageradas e inexactas que han circulado. No me gusta dejar correr las cosas que no deben dejarse correr, y más cuando estas afectan a una clase respetable, que tanto se afana por el bien de de todos. En particular yo me debo a mis feligreses y es mi deber procurar que no vean en su párroco cosa tachable.

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Queda de V., Sr. Director, con la mayor consideración muy atento seguro servidor y Capellán Q.B.S.M.-Francisco Vegas. Abril 22, 1885».

¿A qué se referiría cuando expresa que se reprendió a los vecinos que profirió alguna frase cruda y de menos caridad? ¿Parece indicar que los vecinos estaban a favor del párroco recriminando la actitud del moribundo? ¿En qué consistían las historias horripilantes o excentricidades que él afirma que dijeron los vecinos del fallecido? Estas explicaciones no dejaban en buen lugar la actitud de Cristóbal Alarcón en sus últimos momentos de vida. ¿Era una manera de defenderse el párroco?

Sumamente interesante es que el cura no hace referencia en esta carta (habrá otra) respecto al desfiguramiento de la cara del fallecido, ya fuera por las supuestas agresiones o por las acciones de ratas voraces.

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Afirma Vegas que en el día de la muerte de Cristóbal Alarcón, desde las 13:00 h. hasta las 15:00 h. (hora del fallecimiento) este no estaba con ningún religioso, pero eso no quiere decir que no estuviera acompañado por su mujer, otros familiares, amigos o vecinos, es más, es raro pensar que dejaran solo a Cristóbal en su agonía y después de haber muerto. ¿Realmente estuvo el moribundo solo durante dos horas? ¿En qué momento pudieron saltar las ratas voraces en la cara del enfermo para mordisquearle e hicieran tantos estragos en ese tiempo?

¿Castigo divino?

Como se ha indicado, la autopsia dictaminó que las causantes de las heridas en el rostro de Cristóbal Alarcón fueron las ratas. Sin embargo, en una segunda carta que envió Francisco Vegas a Las Noticias el 24 de abril de 1885 a modo de nueva contestación (no se han encontrado ejemplares conservados de Las Noticias del número que motivó dicha contestación), lejos de esclarecer el suceso, echa más leña al fuego con una sorprendente explicación divina. Lo que se consiguió con esto fue que se hablara aún más respecto a las causas del desfiguramiento del finado:

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«¿No se insten estos hechos extraordinarios, sin apelar a lo sobrenatural? Porque los cadáveres, en general, se dejan solos a intervalos, son depositados muchos en habitaciones bajas y hasta en huecos de escaleras, y sin embargo, en mi ya larga carrera parroquial no he tenido noticias de hecho análogos: a ninguno, que yo sepa, le han destrozado las ratas y a este sí, a pesar de estar en habitación alta y haber sido vigilado; porque sea dicho de paso y en honor a los vecinos estos no le abandonaron. Júntense, pues, antecedentes a consiguientes, y dentro de esto tiene racional explicación el terror del pueblo. No hay hecho milagroso, es verdad. ¿Pero es raro? Esto al menos hay que concederlo. Tanto yerro, pues quien asegura que aquí hay un milagro, como quien diga que es caso corriente: la verdad está en el medio: Y esto creo que es la buena y prudente enseñanza, que sin extraviar el sentido popular, lo alecciona: los hechos para algo son».

En este fragmento Francisco Vegas califica como raro el episodio de las ratas y comenta que nunca vio algo como esto en su larga carrera sacerdotal. Aporta el dato de que el cuerpo se encontraba en el piso alto del corralón, lugar supuestamente menos habitual para que estuvieran los roedores. Muy importante es que afirma que el cuerpo siempre estuvo vigilado. Estas palabras avivaron todas las incertidumbres que había sobre el caso, salvo a los que estaban convencidos de que el fallecido sufrió castigo divino. Es esta línea siguió el cura en su carta:

«Estoy de un todo conforme con V. en las apreciaciones sobre lo que pueda hacer la infinita misericordia de Dios en un momento. Basta invocar con su verdadero arrepentimiento el Dulce Nombre de Jesús para salvarse. Pero mientras este dichoso cambio no puede apreciarse sean vehementes por el hombre, quedará siempre en la ignorancia de este misterio de la salud, y continuará creyendo en la probable perdición de aquella alma, tratando el cuerpo en donde se albergó con los ejemplares rigores por la Iglesia prescritos para estos casos».

Exhumación y estudio forense del cadáver

Como era de esperar, en Málaga se produjo una gran consternación después de las palabras del párroco Francisco Vegas. Ante las continuas denuncias de la probabilidad de que el fallecido había sufrido agresión física, se procedió sorprendentemente a la exhumación del cuerpo de Cristóbal Alarcón para dar, otra vez, explicación de la desaparición de sus ojos. Fue emitido por la comisión facultativa nombrada por el Juzgado de Santo Domingo y cuyo informe fue firmado el 27 de abril de 1885 por Carlos Dávila (director del Hospital Provincial), Luis Parody (presidente del Colegio Médico), Joaquín Campos Perea (profesor del Hospital) y José Morales (médico forense). No cabe duda de la importancia de los firmantes.

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Explica el informe en su inicio que el motivo de la actuación es para dar a conocer «acerca de si la desaparición de los ojos de dicho cadáver y la destrucción observada en los mismos, eran debidas a mordeduras de ratas ó á instrumento cortante». Una vez exhumado el cuerpo y preparado para su estudio, se comprobó que realmente era cierto que había traumatismo en las cavidades orbitarias (se especifica que únicamente conservaba una pequeña porción del globo ocular del ojo derecho).

También se encontraron traumatismos en los labios, cavidad bucal y en el pabellón de la oreja derecha. Respecto a la determinación de la naturaleza de las heridas en relación con la causa, especifica el informe que:

«La ciencia no cuenta, por desgracia con elementos concluyentes para solucionar de un modo absoluto problemas de esta naturaleza, pero sí tiene los bastantes para separar entre sí aquellas soluciones de continuidad hechas con instrumentos de filo limpio de las que lo fueron con otros agentes distintos. Los caracteres de las superficies de sección en cuanto tejidos hemos reseñado, son de suyo tan gráficos que bien puede desecharse como causa productora de las mismas todo instrumento de los que en la ciencia médica se llaman cortantes.

Si ninguno de los signos encontrados, son los que de ordinario acompañan a las lesiones producidas por instrumentos cortantes, si la evulsión existente en el pabellón de la oreja derecha y en la unión de la región labial inferior izquierda con la mentoniana, como en todas las demás, son más que bastantes a probar por su aspecto macroscópico no entran en la clase de las lesiones dichas, bien puede afirmarse que no son debidas á instrumento cortante.

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Las lesiones encontradas en el cadáver de Cristóbal Alarcón concuerdan en su aspecto más que con otras, con las heridas llamadas por mordedura».

Estas fueron las conclusiones del informe

«1. Que las lesiones estudiadas en el cadáver de Cristóbal Alarcón Jiménez no pueden clasificarse entre las producidas por instrumento cortante.

2. Que el aspecto y caracteres de las mismas se aproximan más que a otras á las conocidas con el nombre de heridas por mordeduras.

3. Que consideramos posible que los referidos destrozos sean producidos por el género de mamíferos roedores claviculados llamados ratas.

4. Que no hay oposición entre el modo como acostumbra dicha especie animal á hacer sus estragos en el organismo humano y las lesiones que presenta el cadáver de Cristóbal Alarcón Jiménez».

Aunque queda muy claro el dictamen hasta este punto, llama mucho la atención los dos siguientes:

«5. Que algunas de las precedentes conclusiones no tienen carácter más absoluto, porque el estado actual de la ciencia no cuenta con los elementos bastantes para resolución de los mismos.

6. Que sería conveniente se conservasen las regiones anatómicas donde radican las lesiones estudiadas, bajo las precauciones que la ciencia recomienda.».

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Caso, ¿cerrado?

Calle Zamorano a mediados del siglo XX. Fotografía de Fernández Casamayor. (Archivo Municipal de Málaga)

Imagen actual de calle Zamorano. SALVADOR VALVERDE

Con la valoración de los importantes facultativos en medicina parecía que el caso estaba listo para sentencia, a pesar de todos los anteriores datos expuestos que podrían hacer pensar a muchos lo contrario. Uno de los elementos en que se podría poner en tela de juicio el informe de la autopsia, es la contradicción existente entre el informe del primer reconocimiento del señor García Rubio respecto a la detallada posterior autopsia realizada por las mayores personalidades de la medicina en Málaga una vez exhumado el cadáver. Ahí no queda la cosa porque todavía habría una última sorpresa.

Posiblemente indignado el señor García Rubio, este hizo pública en la prensa (Las Noticias y El Mediterráneo) su disconformidad sobre el informe forense después de la exhumación. No se han encontrado estos ejemplares, pero sí la referencia de El Avisador Malagueño del 2 de mayo de 1885 en el que dice que además «de contestar á las apreciaciones emitidas por el segundo de ambos colegas, sostiene su primitiva afirmación relativa á la causa que ha determinado la desaparición de los ojos en el cadáver de la calle de Zamorano». El Avisador Malagueño insta a que los doctores referidos se defiendan sobre tal comentario del señor Rubio García. Con la exhaustiva investigación cotejándose a diario la prensa de la época, parece ser que los reputados médicos hicieron caso omiso a su colega de profesión porque no se ha encontrado contestación alguna publicada, al menos en El Avisador Malagueño. No se han hallado más datos respecto a este intrigante caso.

Uno de los cabos sueltos que llama la atención, es que en ningún momento se publicaron declaraciones de la esposa, otros familiares, amigos, vecinos y de los coadjutores, testigos directos, sobre lo que realmente vivieron en el momento de los hechos. Todas las publicaciones, respectos a estos testigos, se limitaron a transmitir rumores generalizados y en ningún momento se publicaron palabras textuales con nombres y apellidos.

Epílogo

Cuarenta y seis años después del caso, en los trágicos sucesos de la quema de conventos e iglesias del 11 y 12 de mayo de 1931, algunos fanáticos asaltaron la iglesia de San Pablo (hay que recordar que Francisco Vegas Gutiérrez fue el primer párroco del templo además de instalar la primera piedra bendecida en su construcción). Entre otros desmanes, fueron profanados los restos de Francisco Vegas Gutiérrez que estaban en la cripta del templo. Se ha escrito, sin haberse encontrado un dato concluyente, que no solo se conformaron con eso, sino que la calavera de su cuerpo fue clavada en un palo y paseada por la barriada de La Trinidad ante el júbilo de una multitud. ¿Pasaría por delante del número 39 de la calle Zamorano?

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