La empresa que vigila a sus empleados con un chip bajo la piel
¿Te parece invasivo? Pronto podremos pagar las compras con un gesto de la mano... La tecnología delata cada uno de nuestros movimientos. No siempre es malo
javier guillenea
Domingo, 12 de marzo 2017, 00:09
Los límites entre la libertad y el control son tan difusos como el grosor de un chip minúsculo colocado bajo la piel. O como el tamaño del dispositivo que trabajadores de una empresa belga se han dejado implantar voluntariamente en sus propios cuerpos. En sus manos, insertado entre el índice y el pulgar, llevan lo que para unos es una muestra de la tecnología del futuro y para otros un paso más hacia una sociedad vigilada por gobiernos o poderes ocultos. No es para tanto. Ni lo uno ni lo otro.
NewFusion, una empresa belga de software especializada en marketing digital, ha propuesto a sus empleados implantarse bajo la piel un chip de identificacion que les permitirá, entre otras maravillas, abrir la puerta de su oficina o acceder a su ordenador con solo un gesto de la mano. El dispositivo consiste en una funda de cristal poco más grande que un grano de arroz con tecnología de identificación por radiofrecuencia (RFDI) y una memoria de 868 bytes. No tiene batería, no contiene datos del usuario y no emite señales que permitan localizarle.
Chips hasta en los zapatos
-
Vivimos rodeados de sistemas de identificación pasiva RFDI. Se hallan en los productos de supermercados, librerías o comercios de ropa, en cualquier objeto que se pueda vender y también robar. Y no es descabellado pensar que pronto ocupen un lugar bajo la piel de miles de ciudadanos dispuestos a llevar en su propio cuerpo la matrícula que resuma sus señas de identidad.
-
Los empleados de NewFusion no han sido los primeros en hacerlo. En 2006 una empresa de videovigilancia de Cincinnati, en Estados Unidos, comenzó a utilizar chips subcutáneos para controlar el acceso de sus trabajadores a las zonas restringidas de la compañía. También ese año una discoteca de Barcelona ofreció a sus clientes más solventes la posibilidad de implantarse un chip para ser identificados en la entrada y pagar sus consumiciones. Se calcula que en todo el mundo existen más de 10.000 personas con implantes subcutáneos que les permite interactuar con objetos conectados.
-
Las posibilidades de este tipo de implantes las dicta la imaginación y van más allá de encender una luz o abrir una puerta. Se puede pensar en utilizarlos en pacientes con dificultades para comunicarse, como los enfermos de Alzheimer. Mediante un escáner que lee los datos del chip es posible acceder fácilmente a su historial médico. Y puestos a imaginar, hay quien piensa en un mundo repleto de niños provistos de su propio dispositivo subcutáneo desde su nacimiento.
-
Ya hay prendas y zapatos infantiles con sensores para que los padres temerosos de secuestros sepan en todo momento dónde están sus hijos. El siguiente paso sería la vía subcutánea y algunos así lo pronostican, aunque no parece que éste sea un camino muy claro. «Hay quien te vende la idea de los chips para los niños, pero es un engaño. Como no tienen batería, para que pite tiene que haber contacto y en estos casos el sistema sólo valdría para identificar un cuerpo», explica Gerad Vidal, de Enigmedia.
«Es exactamente lo mismo que los chips que se ponen a las mascotas», afirma Gerad Vidal, fundador de la empresa Enigmedia, dedicada a la encriptación de datos. «Se trata de un aparato de baja frecuencia que tiene un número que funciona como si fuera tu matrícula. Pasas la mano y te identificas al entrar, igual que las tarjetas personales que se utilizan en muchas empresas», explica.
La iniciativa fue aceptada por siete de los doce trabajadores de la compañía belga. Se situaron de esta manera en el centro de un debate sobre los límites de la privacidad, incesantemente sobrepasados por las nuevas tecnologías, y sobre el control que los empresarios pueden ejercer sobre sus empleados.
En realidad, lo único novedoso del chip de los trabajadores belgas es que lo llevan implantado bajo la piel. «Es una tecnología que ya está aquí desde hace tiempo y que tenemos en las tarjetas que llevamos en nuestro bolsillo. Lo que choca en este caso es esa hibridación entre hombre y máquina», dice José María Cabero, director de proyectos de Tecnalia, una corporación que, entre sus muchas líneas de investigación, desarrolla tecnologías basadas en sensores.
El concepto es el de internet de las cosas, en el que todo está conectado entre sí. Y en ese todo vienen incluidas las personas. Aunque aún sean pocas, son cada vez más habituales enEspaña las compañías que utilizan sistemas para tener localizados a sus trabajadores. «En una empresa entregaron hace un par de años a todos sus empledos una pulsera para localizarlos si se producía algún accidente», dice Iñaki Pariente de Prada, exdirector de la Agencia Vasca de Protección de Datos y socio fundador de la consultoría digital Dantyic. «En algunas universidades españolas añade le dan a cada estudiante una tarjeta de identificación. Cada vez que atraviesan una puerta queda una huella de su paso, lo que en teoría permite a los profesores saber en cada momento dónde están sus alumnos y, por ejemplo, cuántas veces han ido al bar».
Frontera difusa
Hay compañías que instalan GPSen los coches de sus comerciales para saber en todo momento dónde están. Si los vehículos son del trabajo no hay mayor problema, pero si el dispositivo está colocado en los coches particulares de los viajantes surgen las dudas de dónde están los límites entre la vida laboral y la privada. «En algunos casos las empresas facilitan móviles a sus trabajadores, pero en otros hacen que los empleados instalen en sus teléfonos aplicaciones que hacen que estén geolocalizados a todas horas», afirma Iñaki Pariente de Prada.
La frontera legal no se conoce muy bien porque las aplicaciones de las nuevas tecnologías avanzan a mayor velocidad que las leyes. «Depende del uso que se haga y no queda otra que ir legislando a medida que surjan casos», afirma José María Cabero. «En la empresa belga solo se han implantado el chip los que se han ofrecido voluntarios», recuerda Iñaki Pariente de Prada, que se pregunta qué ocurriría si en una gran compañía propusieran lo mismo a sus empleados. «Por mucho que te digan que es voluntario, en una relación laboral es difícil decir que no», contesta.
Hablar de sistemas de localización y sacar a relucir el Gran Hermano es casi una obligación que contrasta con la realidad de una sociedad que ha perdido el pudor y expone diariamente sus intimidades en las redes sociales. No hacen falta demasiados esfuerzos para mantenernos controlados.Nuestros datos ya están por todas partes y son técnicamente inmortales, sobrevivirán a nuestra muerte en ese gran limbo llamado big data por donde navegan las huellas de nuestras vidas. Llegará un día en el que haya en internet más difuntos que vivos.
Los operadores de telefonía saben en todo momento dónde están sus usuarios, las tarjetas de fidelización permiten a los comercios conocer al detalle nuestros gustos, las páginas que abrimos en internet dan información valiosísima sobre nosotros, los contadores inteligentes ofrecen datos inestimables sobre nuestros hábitos de alimentación o nuestros problemas para dormir, para elegir un lugar donde abrir un negocio conviene preguntar en qué zonas se gasta más, y esa es una información que pueden proporcionar los bancos gracias a los movimientos de las tarjetas de crédito. El control ya está aquí y es imparable, pero eso no significa que sea malo.
A José María Cabero, el fantasma del Gran Hermano no le quita el sueño. «Cuando en una empresa tienes miles de trabajadores, ¿en quién te vas a fijar?», se pregunta. «Todos pensamos que se nos mia desde el punto de vista personal, pero la realidad es que a nadie le importa lo que yo hago como individuo. Lo que interesa es el flujo de personas». El investigador de Tecnalia insiste en que «el chip ya lo llevamos en el bolsillo en cualquier cosa que requiera algún tipo de aplicación telemática». Como todo lo que tiene que ver con los avances tecnológicos, el problema reside «en el uso que se haga de ellos».
Más allá de los miedos al control, los sistemas de localización salvan muchas vidas y mejoran bastantes más. Un sensor en una pulsera puede mantener localizado a un enfermo de Alzheimer o detectar las constantes vitales de su propietario y avisar si está a punto de tener un ataque cardiaco. Los instalados en una vivienda avisan si su dueño ha tenido una caída. En una empresa, explica José María Cabero, «sirven para detectar de antemano situaciones peligrosas, saber dónde está cada trabajador y evacuar zonas en caso de un accidente».
Puertas ajenas
Tanto el director de proyectos de Tecnalia como Gerard Vidal, de Enigmedia, ven factible un futuro en el que los ciudadanos se implanten chips bajo la piel. Basta con un simple pinchazo con una aguja como las que se usan para extraer sangre. Con un mínimo dolor se puede acceder a un mundo en el que las puertas se abran con un gesto y sea posible pagar con un ademán el autobús o la compra en el supermercado.
Al no emitir señales, el chip no permite localizar a su poseedor y limita su radio de acción. Para abrir una puerta los empleados de NewFusion tienen que acercar la mano al sensor de apertura, exactamente igual que se hace hoy con las tarjetas de acceso. Es un sistema muy simple y en esta sencillez radica su peligro. «En internet se pueden comprar fácilmente por sesenta dólares equipos para clonar tarjetas. En este caso basta con poner uno de estos dispositivos al lado de la mano para copiar la señal del chip. Cualquiera puede hacerlo». Sin saberlo, los voluntarios belgas de NewFusion llevan bajo su piel la llave que abre la puerta no solo del futuro sino también de su empresa. A otros.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.