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guillermo elejabeitia
Sábado, 7 de enero 2017, 00:12
El sueño de porcelana de la familia Lladró se hizo ayer añicos en la junta extraordinaria de accionistas que se celebró en la sede valenciana de la firma. Al aceptar la oferta de compra del grupo PHI Industrial, el imperio de las figuritas puso fin a 64 años de tradición familiar después de una lenta agonía. El nuevo dueño, un fondo buitre especializado en hacerse con cadáveres empresariales, se ha comprometido a mantener «la historia y el carácter valenciano de la marca». Pero no ha conseguido disipar la intranquilidad que reina en sus cerca de 700 trabajadores, escaldados tras una década de ajustes de plantilla.
Los accionistas dieron luz verde a la venta del 100% de Lladró S.A. por un precio que, por el momento, no ha sido desvelado. Según explicaron vía comunicado, en la decisión ha pesado la «firme voluntad, expresada por el grupo inversor, de asegurar la continuidad de la marca», así como el hecho de que se trate de un fondo «altamente especializado, que valora a los artesanos y gestores de la empresa como el activo que son». PHI, por su parte, confirmó su intención de «transformar el negocio con una alternativa profesional y sólida para restablecer la rentabilidad de la empresa».
La operación pone fin a una larga historia de tensiones familiares que han atenazado la sociedad en los últimos años. Juan Lladró y su prole han hecho valer su peso en el consejo de administración acaparan el 70% del accionariado para imponer su voluntad sobre la de sus hermanos José y Vicente, renuentes a perder el control de la firma. De hecho, el orden del día incluía también una segunda opción de compra, impulsada por la rama de José Lladró, que, sin embargo, limitaba la oferta a una adquisición mayoritaria, pero no total, de las acciones. No prosperó.
La rendición del clan Lladró se escenificó en la Ciudad de la Porcelana, altisonante nombre del polígono industrial de Tavernes Blanques donde tiene su sede la fábrica. La familia, que conserva otros intereses en el sector inmobiliario, mantendrá la propiedad de la planta y la alquilará a los nuevos dueños durante los próximos diez años por un precio que podría rondar los 2,3 millones de euros.
Muy cerca de allí se forjó a comienzos de los años cincuenta la historia de un emporio de porcelana único en el mundo. Los tres hijos de Juan Lladró y Rosa Dolz trabajaban en una fábrica de azulejos y vajillas hasta que su madre les matriculó en la Escuela de Artes y Oficios. En 1953 comenzaron a dar forma a sus propias figuras de cerámica y vidrio, que cocían en un horno en el patio trasero de la casa familiar. Para finales de la década tenían ya una nave industrial en las afueras de Valencia desde la que iniciaron su internacionalización.
En el palacio de Saddam
En los años 70 y 80 la firma vivió su época dorada, cuando siete de cada diez figuras de porcelana que se vendían en el mundo llevaban su nombre. El éxito cosechado en los mercados norteamericano y japonés aseguró una expansión que llevó sus creaciones a los lugares más insospechados, como el palacio de Saddam Hussein o la serie de televisión Los Soprano. Alabada por muchos gracias a la delicadeza de sus composiciones y denostada por otros como epítome del gusto kitsch, lo cierto es que logró una presencia internacional inédita hasta entonces en una empresa española.
En 1988 abrió una galería en Nueva York, en el 91 una selección de sus piezas fue expuesta en el museo del Ermitage en San Petersburgo y en el 92 formó parte del pabellón de Valencia de la Expo de Sevilla. A finales de la década, los tres hermanos dieron paso a sus vástagos en el consejo de administración, pero su salida coincidió con el lento declive de la marca.
En 2007, tras varias reestructuraciones, Juan y sus hijas se quedaron con el 70% de las acciones, pero no lograron contener la sangría en la facturación. En 2012 Lladró abrió una tienda en Manhattan que tenía como objetivo devolver lustre a la imagen de la marca en su principal mercado. No obtuvo el éxito esperado. Entre 2014 y 2016, un ERE dejó en 700 trabajadores una plantilla que había llegado a rondar los 3.000.
En el último ejercicio del que se tienen datos, las ventas se quedaron en 34,9 millones de euros, un 7,4% menos que en el año anterior y muy lejos de los registros históricos de la compañía, que llegó a vender figuras de porcelana por valor de 180 millones al año. Con unas pérdidas de 38 millones de euros y un stock de figuras sin vender por valor de otros 30 millones, la dirección llevaba meses buscando posibles compradores. Que dejara de estar en manos de la familia que lo fundó se había convertido en la única salida para el imperio de la porcelana.
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Lucas Irigoyen y Gonzalo de las Heras (gráficos)
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