Deporte extremo
La retirada del futbolista Álvaro Domínguez por una lesión de espalda reabre el debate sobre los efectos de la alta competición. Algunos médicos afirman que su práctica aumenta la esperanza de vida; otros la consideran «insana» porque los esfuerzos desmedidos acostumbran a pasar factura
joseba vázquez
Domingo, 25 de diciembre 2016, 23:59
No es de hoy, ni de ayer. El debate sobre los supuestos beneficios y potenciales riesgos del deporte de élite lleva décadas sobre la mesa, latente por épocas, aparentemente dormido hasta que alguien decide despertar la controversia. Lo ha hecho, se entiende que de forma involuntaria, el futbolista Álvaro Domínguez Soto (Madrid, 1989), que hace unas fechas anunció su decisión de abandonar el fútbol por una lesión de espalda que le ha minado la moral. El defensa del Borussia Monchengladbach, que defendió durante cuatro campañas la camiseta del Atlético de Madrid, se ha rendido a las «pésimas condiciones físicas» que arrastra después de dos operaciones. Renuncia con ello a la gloria y el dinero de la alta competición. «A nadie le gustaría ser un inválido con 27 años y ese es el precio que voy a tener que pagar», dijo Domínguez en una declaración un punto dramática, tal vez intencionadamente exagerada. Y así reabrió la polémica.
Cualquier moderador imparcial presentaría el debate con dos puntualizaciones que ninguno de los litigantes discutiría: una, que en condiciones normales siempre es mejor hacer deporte que no hacerlo y, dos, que los excesos tampoco son convenientes en esto. A partir de ahí las posiciones se van distanciando.
Puestos a abrir la exposición de argumentos por algún lado, puede resultar oportuno divulgar las conclusiones publicadas hace nada, la pasada primavera, por la francesa Juliana Antero-Jacquemin, investigadora del parisino Instituto Nacional del Deporte, que afirma con rotundidad que «los atletas de élite gozan, en promedio, de una esperanza de vida siete años superior a la de la población general». En su estudio, Juliana analizó a 2.814 deportistas de su país que fueron olímpicos en el lapso de un siglo, entre 1912 y 2012. «Unos dos años se ganan por el menor riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares, otros dos por la disminución de riesgo de cáncer y tres más por el menor peligro vinculado a otras causas», detalla la investigadora en el informe. Ya en 2013 un compatriota suyo, el profesor Jean-François Toussaint, del Instituto de Investigación Médica sobre el Deporte, aseguró que los ciclistas que toman parte en el Tour de Francia viven una media de seis años más que el resto de los ciudadanos. Toussaint basa su afirmación en el seguimiento a 786 franceses que participaron en la carrera desde 1947.
En el mismo lado de la mesa de discusión se sienta Jesús Seco, profesor titular de Enfermería y Fisioterapia en la Universidad de León que atesora una larga experiencia con profesionales de la alta competición. «Son varios los estudios que coinciden en que el deporte profesional puede ser un factor de longevidad», apunta. En su opinión, «la sensibilidad de que a largo plazo esta práctica no es beneficiosa es una percepción sesgada, porque al final los médicos atienden a los deportistas que padecen problemas».
Personas «sobreusadas»
Se sitúan enfrente de los postulados de estas tres voces algunas más. Manuel Leyes, jefe del equipo de Traumatología y Cirugía Ortopédica de la Clínica Cemtro y excolaborador médico en Cleveland Cavaliers, equipo de la NBA, es concluyente: «El deporte de élite no es bueno para la salud. Se ha demostrado que los deportistas de contacto en alta competición tienen un mayor índice de desgaste de la cadera y la rodilla».
Unanue, una prótesis a los 47 años
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Si a Vicente del Bosque la operación de cadera le sobrevino a una edad temprana sobre lo que es habitual, al pelotari Mikel Unanue le llegó incluso antes. Le colocaron una prótesis completa, también en la cadera izquierda, hace un año, cuando el exmanista tolosarra contaba con 47 y hacía ya ocho que se había retirado. ¿Y por qué? «Me venía molestando los dos últimos años explica Unanue. Pienso que, al ser zurdo, el gesto brusco casi siempre de ese lado ha tenido que ver». Eso y quizás también algún que otro golpe en ese costado contra la pared del frontón.
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En su etapa en activo el pelotari guipuzcoano fue operado de pubis y arrastró durante diez meses una lesión en un dedo, de lo más común en su deporte, pero como en tantos otros casos la secuela más importante apareció después de abandonar la alta competición. «Creo que todos los que hemos sido deportistas profesionales tenemos problemas de articulaciones, aunque también conozco gente de mi edad o parecida que ha ido al quirófano por el mismo motivo que yo». Lo que es seguro es que ninguno de ellos ha pasado veinte años dando pelotazos en los frontones, como hizo Mikel hasta su retirada en diciembre de 2007. Jugó hasta los 39 años. En ese tiempo, Unanue sumó un título del Campeonato de Mano Parejas (en 1998 junto al también guipuzcoano Jokin Errasti), tres subcampeonatos en el mismo torneo, un campeonato del Cuatro y Medio (en 1999 ante Patxi Eugi) y otro segundo puesto en esa modalidad.
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Después de tanta tralla, y sobre todo por las precauciones que requiere su cadera, Mikel Unanue ha excluido la pelota de su actual práctica deportiva. «Ni salgo a correr ni juego en el frontón. Me dedico a hacer bicicleta estática y también de montaña», nos cuenta. Ahora le ha surgido una nueva preocupación. «Me empieza a molestar la otra cadera. Está en una fase inicial, pero habrá que ver qué hacer para poder llevar una vida normal».
Abunda en la idea alguien especialmente autorizado en la materia porque fue cocinero antes que fraile. El exjugador Juan Antonio Corbalán, base del Real Madrid desde principios de los setenta a la segunda mitad de los ochenta, 12 veces campeón de Liga, 7 de Copa del Rey y 3 de Europa; 178 veces internacional, plata en los Juegos de Los Ángeles84 y en el Eurobasket del año anterior, habla desde su doble condición de atleta de élite retirado y cardiólogo especializado en medicina deportiva. Y lo que dice es lo siguiente: «El deporte profesional exige un requerimiento físico enorme. Nuestro organismo tiene mucha capacidad de adaptación, te acostumbras a ello de alguna manera, pero vas pagando un precio por no tener fases de reposo adecuadas. Y eso acaba provocando secuelas. Hay muchas incompetencias que requieren descanso y la competición te impide tenerlo, lo que acaba provocando sobrecargas». Aunque él no sufre secuelas de relevancia apenas «molestias en las rodillas», entre bromas y veras se define como «una víctima» de la alta competición. «Todas las personas que hemos jugado veinte años como profesional y más desde niños somos personas sobreusadas. Nuestro organismo tiene un desgaste biológico y mecánico. Sin duda, el ejercicio de alto requerimiento s un factor de riesgo más. Este es mayor en deportes que producen un efecto de martilleo, con saltos y carreras. Por muy fuerte que estés, ese peso afecta a las estructuras óseas y a las articulaciones», detalla Corbalán a este periódico.
Del Bosquey la pierna de apoyo
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Vicente del Bosque, exseleccionador español de fútbol, exjugador del mismo deporte, cinco veces campeón de Liga en el césped y otras dos desde el banquillo (las siete con el Real Madrid), campeón de Europa y del mundo tanto en su versión por clubes como en la de combinados nacionales, marqués de Del Bosque,... «no tenía molestias de nada» cuando en 1984 colgó las botas después de catorce años de profesional y 536 partidos, 18 de ellos como internacional. «Pero una vez que me retiré, cuando inicié mi etapa como entrenador tuve una necrosis en la cadera izquierda», relata a este periódico. El problema requería la colocación de una prótesis. «Me la pusieron en el año 2000, justo después de ganar la Champions con el Madrid», prosigue. Del Bosque, que justo ayer cumplió 66 años, aún no había alcanzado entonces los 50, una edad temprana para un tipo de intervención que, normalmente, se realiza a personas bien entradas en la sesentena.
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El exseleccionador está también operado del menisco de la rodilla de la misma pierna. «Supongo que son secuelas de la actividad física, claro, aunque también hay personas que no han hecho deporte y tienen problemas de cadera y articulaciones». En su caso, Del Bosque, mediocampista diestro, relaciona sus dolencias con el gesto repetido una y mil veces de enviar centros a sus compañeros apoyado siempre en su extremidad izquierda. Una teoría con sentido.
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Ahora mismo, pasados 16 años de la colocación de la prótesis, se ve «otra vez renqueante», aunque «seguramente por falta de tono muscular, más por descuido mío al no haber seguido la práctica deportiva con más asiduidad para fortalecer la zona». Pero el exentrenador lo tiene claro. «A todo el que tenga un problema como el mío le recomiendo que se ponga una prótesis, porque da muy buen resultado. A mí me ha permitido jugar a pádel y hacer algo de deporte». Consejo de marqués.
El también doctor Juan Gandía, tres décadas y media dedicado a la medicina deportiva, incide en lo mismo. «Presentan mayor riesgo los deportes de impacto, como el fútbol, baloncesto, balonmano, hockey... Quienes lo han practicado pueden empezar a padecer problemas articulares, degeneraciones y artrosis a partir de los 40 o 45 años. Un importante porcentaje de deportistas retirados tienen secuelas». Para distender el discurso, Gandía recuerda como en broma a «un traumatólogo alemán que dijo que el deporte profesional es una escuela de lisiados». Una hipérbole, sin duda. Lejos de ese extremo, el fisioterapeuta y osteópata especializado en Fisioterapia Deportiva Sergio Blanco, que lleva dieciséis años tratando a competidores profesionales, es también contundente. «He constatado que el deporte profesional no es saludable. A veces ves jugadores de cierta edad con lesión de rodilla o cadera y sabes que de mayores van a acabar con una prótesis de manera precoz», alerta. Luego veremos algunos casos.
Prótesis. Mejor si pueden evitarse, desde luego, pero una contrariedad nimia si la comparamos con la alarmante advertencia que, junto a otros colegas, lanza cada vez que tiene ocasión el cardiólogo Emilio Luengo, de la Fundación Española del Corazón. Luengo cree probable que los deportistas que hacen fondo durante muchos años, ya sea corriendo o con la bicicleta, entre otros, «tienen mayor facilidad para hacer fibrilación auricular, un determinado tipo de arritmia, a una edad temprana».
La NBA sufre del corazón
Como para cargar de razón al especialista español, diez figuras y secundarios de la NBA de los años setenta a los noventa fallecieron repentinamente en el plazo de 360 días, de septiembre de 2014 al mismo mes de 2015. Así, de golpe. Todos de infarto agudo de miocardio y todos aún jóvenes. El mayor, Cadwell Jones, de 64 años; el menor, Anthony Mason, ¡¡de 48!! ¿Las causas? Expertos y forenses citan tres probables: el sedentarismo y el sobrepeso tras la retirada, las drogas y anabolizantes usuales en su época en el baloncesto estadounidense y la dureza de la competición. Estrellas como Darryl Gorila Dawkins y Moses Malone figuran en la infortunada lista.
La rodilla biónica de Rafa Vecina
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«¿Dónde podría llegar este chico si tuviera la rodilla bien?». El chico respondía al nombre de Rafa Vecina y la pregunta se la formulaban de forma recurrente los aficionados al baloncesto cada vez que veían a aquel pívot espigado, delgadísimo y que parecía arrastrar por el parqué una pierna visiblemente encogida, batirse el cobre con hombretones mucho más voluminosos que él en los ochenta y los noventa. Y, a menudo, la partida la ganaba el chico de la pata coja. Durante su etapa de jugador, Vecina fue operado cuatro veces de la rodilla izquierda y nunca pudo estirar por completo esa pierna. Compensaron esta limitación su talento, su muñeca y... su cabeza. Sumó quince temporadas como profesional entre el Joventut, Caja de Ronda, Unicaja, Estudiantes y Salamanca y alcanzó la internacionalidad en 24 ocasiones.
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Él es de los que piensan que «el deporte profesional es una mierda para el cuerpo». Y tiene específicas razones para hacerlo. A sus 52 años, recuerda su primera operación, con 16, por un problema de cartílago; la segunda, a los 19,... hasta la cuarta, con 34, por unas calcificaciones. Tiene también grabado sus «sesiones de trabajo específico una hora antes y después de cada entrenamiento», el calvario de «jugar siempre con dolor», algunos consejos médicos para que abandonara el baloncesto, su determinación contraria, los antiinflamatorios,... Hace tres años le colocaron una prótesis en esa rodilla y Rafa experimentó sensaciones desconocidas. «Estiro la pierna, por fin, y hago cosas que antes no podía». Eso sí, siempre con precaución porque la zona requiere «muchos cuidados». Nada de baloncesto «ni corro ni salto»; solo gimnasio, elíptica y electroestimulación para fortalecer la musculatura. Ahora empieza a atender también su articulación derecha, con el menisco y el ligamento cruzado muy tocados. «Quizás espere a que salga la rodilla biónica, je je», bromea. Ya se verá. Lo que desea es que el trajín físico acumulado no le impida «tener una buena vejez».
El doctor Jesús Seco alude también al factor de riesgo que supone para un atleta retirado no mantener cierta actividad física ni vigilar su dieta. Pero, sobre todo, el profesor de la Universidad de León, defensor del deporte de élite como fuente de beneficios, incide en que las secuelas de los exprofesionales suelen producirse «por no respetar los procesos de recuperación de las lesiones» cuando competían. «Hay que cumplir con los periodos que cada dolencia requiere y no recortarlos, no forzar», zanja.
He aquí, por fin, un punto de encuentro entre las partes. Se trata del «descanso necesario» al que aludía Corbalán. Una obviedad. ¿O no? «Hay muchos ejemplos en el mundo del deporte donde la salud pasa a un segundo plano por los resultados; es complicado lidiar con el deportista de élite», afirma el traumatólogo y cirujano Manuel Leyes. «Muchas veces hacen más las ganas del jugador de alargar su carrera que las medidas que nosotros disponemos», lamenta el fisioterapeuta Sergio Blanco. «A menudo se fuerza. Nosotros nos debemos al club, que es el que nos paga, pero también vemos que no se deben asumir riesgos que a veces se asumen. En ocasiones los médicos y nosotros nos vemos casi obligados a recortar los plazos de recuperación de una lesión y eso no es bueno», recalca. A modo de ejemplo, el especialista cuenta la ocasión en que un futbolista profesional, entrado ya en la treintena, le confesó que «no recordaba la sensación de jugar sin dolor. Quizás a los veinte años, me decía». Casos como ese hay cientos. Yse dan evidentemente, porque en la alta competición actúan numerosos intereses: títulos, marcas, primas, patrocinadores... Todo lo que se resume en la dualidad gloria-dinero.
Batistuta se orina en la cama
«A pesar de que ahora ayudan mucho la nutrición, la diatermia y las analíticas, el cuerpo humano no está preparado para recuperar grandes esfuerzos en 24-48 horas», sentencia Blanco. Alguien hizo la pregunta clave para los actores de la alta competición: ¿En cuánto valoras tu salud, tu vida? Delicadísima cuestión. ¿Quién deja de exprimir su cuerpo, de llevarlo al extremo, cuando se juega contratos multimillonarios? Casos contados. Y también incide el propio amor al deporte, claro. Pau Gasol, el mejor baloncestista español de todos los tiempos, 36 años cumplidos el pasado verano, acumula cerca de 1.600 partidos en sus dieciocho años como profesional. La mayor parte, casi 1.200 a fecha de hoy, los ha jugado en sus dieciséis temporadas en la NBA, 192 con la selección y el resto en el Barcelona. Es un ejemplo de mimo y cuidados a su organismo, que custodia al detalle el fisioterapeuta Joaquín Joan. Otro estandarte, Rafa Nadal, de 30 años, se estrenó en el circuito internacional del tenis en 2001. Desde dos años después hasta el presente ha sufrido al menos una lesión anual.
El delantero argentino Gabriel Omar Batistuta, máximo goleador histórico de la albiceleste, comenzó a sufrir de los tobillos apenas retirado, con 36 años. «No tenía ni cartílagos ni tendones. Casi no podía caminar, al punto de que una noche me oriné en la cama por evitar el dolor que iba a sentir si me levantaba para ir al baño», ha contado. Ahora, a sus 47, Batigol porta una fijación con tornillos que le permite hacer ejercicios suaves. Límites que no quiere conocer el también futbolista Álvaro Domínguez, que ha dicho ¡Basta! Aquí me bajo. Tan joven.
Al fútbol americano le entra dolor de cabeza
La voz de alarma la dio Will Smith. Sí, el resultón actor de Hollywood. O mejor dicho, y para evitar confusiones, el aviso lo lanzó el hombre al que interpreta en la película La verdad duele, estrenada a principios de año en España.
La fiebre del running, ese arma de doble filo
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Se ha dicho casi hasta la saciedad, pero no está de más repetirlo. «De joven te gustan más los deportes de alta intensidad y de mayor, los aeróbicos. De ahí viene la fiebre del running. Hay que tener cuidado. Hay quien lleva tres años corriendo y se marca el reto de hacer un maratón. Eso no es bueno, ni mucho menos. 42 kilómetros para una persona de más de 50 años supone un esfuerzo enorme; no es nada recomendable». Así de claro lo expresa el fisioterapeuta Sergio Blanco. Tras más de tres lustros lidiando con deportistas profesionales, y también populares, Blanco ve un arma de doble filo en la práctica del running, eso que antes llamábamos footing o simplemente correr. Es saludable o peligroso, según se realice. Lamentablemente, cada año fallece algún deportista anónimo en carreras populares. Blanco deja un dato para la reflexión «En un estudio con profesionales, los marcadores de algunos de ellos en una analítica tras un maratón aparecían totalmente alterados y más de uno tardó casi tres meses en recuperar la normalidad. Entonces, pensemos el desgaste físico y bioquímico que provoca esa actividad en un amateur», razona.
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No es el único que alerta al respecto, incluidas distancias inferiores a los 42.195 metros. Lo hace, por ejemplo, Juan Antonio Corbalán. «El running lo suelen practicar personas de más de 40 años, sin grandes hábitos deportivos ni entrenamiento adecuado. Eso, naturalmente, es un factor de riesgo importante, no solo de lesiones mecánicas y musculares, sino también cardiovasculares infartos, anginas de pecho, muertes súbitas...», detalla el exjugador de baloncesto y cardiólogo.
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Y para no caer en el tremendismo, Sergio Blanco aporta la solución, que siempre pasa por la sensatez. «A partir de cierta edad, hay que plantearse la carrera entre 30-40 minutos, tres o cuatro días a la semana y a un ritmo de 120-140 pulsaciones por minuto. Y, por supuesto, debemos pasar una prueba de esfuerzo personalizada con un médico especialista en medicina deportiva», aconseja el fisioterapeuta. Estas pautas valen, claro está, para el triatlón y las carreras de ultrafondo, actividades que también están sumando muchos adeptos.
En ella Smith da vida a Bennet Omalu, un neurólogo forense nigeriano establecido en Estados Unidos y que, en el año 2002, descubrió la llamada encefalopatía traumática crónica. La CTE, según sus siglas en inglés, es una enfermedad degenerativa que en un primer estadio provoca desorientación, mareos y dolores de cabeza y, en fases más avanzadas, puede derivar en demencia progresiva, agarrotamiento muscular, dificultades en el habla, sordera, depresión y hasta tendencias suicidas. Omalu demostró que numerosos exjugadores de la NFL, la liga de fútbol americano de Estados Unidos, padecían esa patología. Para ello estudió y diseccionó el cerebro de algunas estrellas del campeonato fallecidas de forma prematura, entre los 35 y los 50 años, algunas por medio del suicido. El neurólogo encontró en esos casos reducción en el peso del cerebro, asociado con atrofia de las cortezas frontal y temporal y del lóbulo temporal medial. Dicho crudamente, una piltrafa dentro del cráneo de semigigantes que durante años habían sometido su cabeza, cuello y hombros a impactos brutales. Una especie de boxeo o rugby bestial con casco y protectores al parecer insuficientes.
En un inicio, las 32 franquicias de la NFL negaron la relación entre esas lesiones y la práctica del fútbol americano. También trataron de desacreditar a Omalu. Pero este encontró más aliados. En 2008, la Universidad de Boston creó el primer banco de cerebros dedicado a buscar CTE en veteranos de la liga. Y encontró muchos. Más aún, según una investigación de la Academia Americana de Neurología, más del 40% de jugadores retirados de la NFL presentan signos de lesiones cerebrales traumáticas. El porcentaje de suicidios entre las figuras retiradas es muy superior al del resto de la población y algunas estimaciones sitúan en solo 57 años la esperanza de vida de los practicantes de este deporte. También aquí la organización contraatacó, asegurando que sus jugadores viven más que el estadounidense medio.
Pero los indicios eran ya concluyentes para la opinión pública... y para los afectados. De pronto, la NFL topó con la demanda de casi 6.000 exjugadores que la acusaban de ocultar los riesgos de esta práctica y exigían una compensación por las secuelas derivadas de años de porrazos. El litigio, largo y áspero, desembocó el pasado abril en un fallo que contempla una indemnización de 1.000 millones de dólares con los que se brindaría cobertura durante 65 años a más de 20.000 exjugadores con enfermedades neurológicas. Los demandantes ven escasos esos 15 millones anuales para el campeonato nacional más rico del planeta, un negocio que mueve unos 12.000 millones de dólares por temporada, casi tanto como las ligas de fútbol inglesa, alemana, española, italiana y francesa juntas.
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