

Secciones
Servicios
Destacamos
antonio corbillón
Miércoles, 9 de septiembre 2015, 02:03
En la muñeca de Miguel de la Quadra-Salcedo hay un reloj con dos esferas: una marca la hora española y la otra la americana. Todas las americanas. Le sirve para recordar que «hay que volver a nuestro origen, que está al otro lado. Porque no somos nadie sin América, que es lo más importante que ofrecemos a Europa». Ese tic tac no le alcanza para estar pendiente de las horas a este infatigable mocetón de 83 años (Madrid, 1932, «pero recuerda que soy vizcaíno-navarro») que lo vive «todo en presente». Su minutero vital necesitaría mucho más de 60 segundos para que le diera tiempo a hacer todo lo que proyecta. Un presente que arranca a las siete de la mañana y está lleno de muchos mañanas por conquistar. Y más ahora que acaba de dejar atrás la imagen de hombre rana en seco, atado a la botella de oxígeno después de que sus pulmones se llenaran de agua tras caer de un helicóptero al mar.
Con una euforia contagiosa, su conversación da para escaparse y perderse por mil vidas exprimidas. Su mente, entrenada en el cuerpo del atleta olímpico que fue, mezcla nombres, lugares, términos e historias con la precisión del ingeniero que ejerció, la riqueza del botánico y etnógrafo, y la agilidad del reportero y documentalista que nunca dejará de ser.
Son días de aniversario en una biografía inabarcable. Los treinta años de la Ruta Quetzal BBVA. El medio siglo de su entrada en TVE como reportero en A toda plana. En la pantalla, aquel aristocrático y musculado periodista tan pronto le metía el micrófono a Fidel Castro, buscaba en las paredes del Palacio de la Moneda de Santiago las balas suicidas de Salvador Allende o se hacía una foto con el Dalai Lama, algo inédito entonces. «Aquella imagen fue un salvoconducto que me abrió muchas puertas en Asia. En lugar del pasaporte, sacaba la foto y me dejaban moverme por todas partes». Muchas veces se la jugó, como aquella vez que filmó una ejecución masiva en el Congo y le condenaron a muerte. Pero, ni los abrazos de las anacondas, ni los de los dictadores, lograron domarle.
En los últimos tiempos, un hombre de su temple no podía dejar de llevar mal la «condena» de una salud que humaniza al personaje. Hasta casi ayer mismo, por prescripción médica, nada de aviones y pocos excesos. Ni siquiera podía acompañar a sus chicos de la Quetzal BBVA. Cuando el rey Felipe VI recibió a la comitiva el pasado 29 de julio antes del inicio del periplo, Miguel se arrancó los goteros y vías que le ataban a una cama de hospital y, con los restos de esa particular batalla sobre su chaleco de explorador, se presentó en La Zarzuela. «No hay manera de pararte», le espetó el monarca, antes de confesar que una de sus frustraciones fue no poder hacer la Ruta en 1985. «Lo valoramos con su padre el entonces Rey Juan Carlos pero se descartó por la seguridad», recuerda De la Quadra-Salcedo. Miguel ya conocía bien a aquel chico que entonces tenía 17 años. Cinco años antes, la Reina Sofía le llevó a Mallorca para que le diera una asignatura que podríamos llamar experiencias por el mundo. «Fui el primero que le entrevistó. Se le notaba mucho que era hijo de rey, tenía la madurez».
Desde su casa de Pozuelo de Alarcón y, a pesar de su nada disimulada desconfianza con las nuevas tecnologías, Miguel ha seguido las andanzas de sus chicos de la Ruta gracias al poder globalizador de internet. «Pero no es igual. Hay que respirar los lugares. Si las máquinas fallan el mundo se para. Y no podemos depender de unas neuronas que ahora están en las máquinas y no en nuestro cerebro», lanza su diatriba.
Está orgulloso de esa camada de nuevos ciudadanos latinoamericanos que ha tratado de modelar en el espíritu que ha impregnado su vida. Sabe que son una gota en el mar de una juventud a la que siente naufragar en un mundo que les somete a los retos más complejos. «Nuestros jóvenes se han torcido. Las máquinas les llevan a una cierta deshumanización. Nosotros solo tratamos de enderezar ese rumbo».
"Mis diez mil hijos"
Treinta años. Más de una generación completa de privilegiados a los que ha tratado de pulir los prejuicios de sus orígenes antes de que acabaran siendo abogados, médicos, diplomáticos... «hasta ha salido alguno guerrillero», bromea este explorador que habla de ellos como «mis diez mil hijos».
En Cuzco (Perú) suelen decirle a los turistas españoles que «con la plata que se llevaron se podría construir un puente hasta España». De la Quadra-Salcedo lleva tendiendo los suyos desde que pisó por primera vez Puerto Rico, en 1956, gracias a una beca como récord mundial de jabalina. La lanzaba empuñándola por debajo de la cintura y dando vueltas. Había copiado el estilo Félix Erausquin de lanzamiento de la barra vasca. Si no lo anulan las autoridades atléticas mundiales habría sumado a su curriculum algún oro olímpico.
Precisamente en Cuzco centra ya su próxima expedición, que espera presentar dentro de un mes. «Se titulará Yo soy el indio antártico: Garcilaso de la Vega y trataremos de llevar sus cenizas de Córdoba a Cuzco. La excusa será el cuarto aniversario de la muerte de Gómez Suárez de Figueroa, al que homologaron con el poeta toledano del Siglo de Oro, en su condición de primer príncipe de los escritores del Nuevo Mundo. Le atrae este Garcilaso americano por la empatía de Miguel con todos aquellos renacentistas que trataron de poner letras y razones a la sinrazón humana. «Presumía de ser inca en España y capitán del Ejército español en América».
Ese es su modelo y algo le tuvo que dejar en su genética ser nieto del psiquiatra Miguel Gayarre, formado en la Institución Libre de Enseñanza y uno de los doctores de cabecera de Juan Ramón Jiménez. Por eso, tanto sus viajes como sus tiempos de reportero empezaban siempre en las bibliotecas, donde se empapaba de una cultura americanista con la que cita autores y libros de carrerilla, tanto clásicos como actuales. Vuelve a su recelo tecnológico. «Las preguntas son tan importantes como las respuestas. Y todo está en los papeles. Hay que buscar, buscar y buscar. Ahora los chicos solo fijan dos horas su atención si es ante una pantalla».
Y con los suyos biológicos, Rodrigo, Sol e Íñigo, Miguel está tan comprometido con todo lo americano que ha creado una Fundación 2092 para el todavía lejano sexto centenario.
¿Tantos flecos quedaron por cubrir en el Quinto Centenario 1992?
Esa labor no se debería acabar nunca porque insisto en que ahí está nuestro origen, nuestro particular Eldorado. Me harán falta otros 30 años para preparar lo que queremos hacer.
Y si los españoles marcharon a América en busca de Eldorado, el lugar donde el oro brotaba casi como el agua de una fuente, Miguel de la Quadra-Salcedo también. Con la diferencia de que él sí encontró ese lugar, aunque en un mapamundi grabado en su cabeza. Siempre admiró a Ponce de León y su búsqueda del elixir de la eterna juventud. «Yo lo he encontrado. Consiste en mantener la curiosidad y la pasión, que es algo que nunca se puede dear. ¡Y cómo me voy a jubilar de la pasión!», se despide este aventurero.
Publicidad
Encarni Hinojosa | Málaga
Lucas Irigoyen y Gonzalo de las Heras (gráficos)
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.