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irma cuesta
Domingo, 22 de febrero 2015, 01:39
Toda la vida echándole la culpa a Cupido y al final resulta que una tenía que haber andado más lista en clase de matemáticas. Es cierto que la suya no es la única; porque teorías hay muchas, pero la que Hannah Fry acaba de presentar en forma de libro (Las matemáticas de amor), abre la puerta a un mar de posibilidades; aunque antes haya que haber entendido qué es ese asunto de la 'parada óptima' del que habla.
Fry, profesora de Análisis Espacial en el University College de Londres, defiende que ese teorema en cuestión, que ayuda a saber cuándo detenerse en una acción particular para conseguir maximizar la recompensa o minimizar los costes, según sea el caso, es perfectamente aplicable al amor; y llega a la conclusión de que uno tiene muchas más posibilidades de éxito una vez desechado el 37% de las relaciones. Más sencillo: la profesora viene a decir que, si a lo largo de nuestra vida estamos destinados a elegir entre, vamos a poner, veinte pretendientes, deberíamos rechazar a los ocho primeros si lo que estamos es buscando al hombre -o la mujer- de nuestra vida.
Y no es por ser pejiguera, pero, con la fórmula en la mano, los problemas comienzan cuando a uno no le salen tantos candidatos como le gustaría, o simplemente no está dispuesto a estar cambiando de restaurante cada sábado sabiendo, como se supone que sabe, que está tirando el dinero y desaprovechando energía, mientas se arriesga a perder el apetito. Fry, es verdad, eso lo tiene en cuenta. La profesora propone aplicar la regla del 37% al tiempo en que realmente nos echamos a la calle en busca del amor eterno. «Si uno tiene su primera relación sentimental a los quince años y aspira a sentar la cabeza a los cuarenta, lo mejor es que espere hasta los 24 para empezar un noviazgo», apunta la experta. O sea, mejor no ser tan precoz.
Hannah, también hay que decirlo, es honesta cuando reconoce que se corren ciertos riesgos. ¿Qué hacemos si el candidato ideal se presenta antes de tiempo y, como no hemos llegado aún al famoso 37% le mandamos a paseo? «Pues que es posible que hayamos cometido el error de nuestra vida». Así de claro.
Fry -que hizo su doctorado buceando en lo que se llama dinámica de fluidos- reconoce que las matemáticas y el amor nunca han sido buenos compañeros de viaje y explica que, con el libro, lo único que pretende es contagiar al mundo su pasión por los algoritmos; los mismos que, por otra parte, utilizan las empresas de contactos que de un tiempo a esta parte pueblan el mundo. Así que si el 69 tiene las consabidas connotaciones sexuales, el número (porcentual) del amor es el 37.
Medir el 'sex-appeal'
Clara Grima es profesora titular de Matemática Aplicada en la Universidad de Sevilla y antes de empezar a hablar avisa: «Un algoritmo no es más que una receta para resolver algo». Ella, desde luego, no está de acuerdo con su colega. «No creo que las matemáticas ayuden en la búsqueda de un amor ideal. Se usan modelos matemáticos para tratar de seleccionar los candidatos más aptos para algún tipo de tarea, pero incluso en eso tengo mis dudas. Como dice el viejo dicho, hay razones del corazón que la razón no entiende y, en ese sentido, no encuentro parámetros medibles que se puedan usar para tratar de cuantificar comportamientos sentimentales, en general, y el amor en particular. Y, sinceramente, me alegro».
A pesar de todo, la teoría de Fry no es la única. No hace tanto que los ingleses alumbraron otra que venía a descubrir la duración de una relación teniendo en cuenta cosas como el tiempo previo de conocimiento, el número de parejas anteriores, el sexo, la apariencia física, las relaciones familiares, las ganas de tener hijos Una larga lista de parámetros asociados a una letra para terminar asegurando que L (el tiempo de caducidad) venía a ser el resultado de 8+5y-2p-3g-5 (s1-s2)-i+1,5 c; ya, resulta complicado sin conocer todas las variables, pero el apunte es para que nos hagamos una idea de hasta qué punto cifrar los sentimientos resulta complejo.
Y, por si fuera poco, no convence a los expertos. Carlos Beltrán, profesor de Matemáticas, Estadística y Computación de la Universidad de Cantabria, lo tiene claro: «Está bien como divertimento, pero lo cierto es que esos métodos hacen aguas por todos los flancos. Para empezar, en una fórmula matemática los términos deben estar perfectamente definidos. Dicho esto, el sex-appeal, por ejemplo, ¿en qué unidad lo medimos? ¿En culombios? Además, es muy probable que su percepción y la mía sea distintas... En fin, que un método científico debe ser comprobable y mucho me temo que esas teorías no lo sonVamos, que no creo, honestamente, que estemos ante un problema que puedan resolver las matemáticas».
Escuchando a los expertos una deja de echarse la culpa por no haber estado atenta cuando debía. Al fin y al cabo, algunos somos de letras.
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Claudia Turiel y Oihana Huércanos Pizarro (gráficos)
Óscar Beltrán de Otálora y Josemi Benítez (Gráficos)
Lourdes Pérez, Melchor Sáiz-Pardo, Sara I. Belled y Álex Sánchez
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