
Francisco Guzmán, hostelero, dueño de La Polaca, y ciudadano honorario de Marbella
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Francisco Guzmán, hostelero, dueño de La Polaca, y ciudadano honorario de Marbella
«Marbella no acaba de montarse como el buen puzle que debe ser»David Lerma
Marbella
Lunes, 20 de mayo 2024, 00:07
A Francisco Guzmán (Málaga, 1964) todos le llaman Francis. Desde hace 18 años regenta en el centro la taberna Ebe La Polaca, uno de los ... lugares más auténticos del centro histórico de Marbella, frente al mercado municipal, uno de los pocos que aún se congracian con los residentes y no tanto con el turismo y donde no es fácil no dejarse caer. La suya, cuenta, es la historia de una familia de trabajadores que vino a Marbella buscando la prosperidad y la de un estudiante de filología que a iba para profesor, pero lo dejó todo para dedicarse a la hostelería. Acaba de ser nombrado ciudadano honorario de Marbella.
-¿Como ve hoy Marbella?
-En Marbella hay un sentimiento muy particular, es casi un mantra. En Marbella somos muy particulares: somos poco endogámicos. Puedes mencionar qué bonita está Estepona -un epíteto que ya le ha caído- o qué en Fuengirola hay más movimiento que en Marbella… Pero no es real. A Estepona le puedes poner, con todos mis respetos, muchos moños y todo lo que tú quieras, pero se está repoblando del segmento que nosotros aquí ya conocemos, el que se compra un piso por 600.000 euros, el medio pelo que trajo Gil. Por mucho moño que se ponga, Estepona vive al amparo de Marbella. A mí me gusta mucho Fuengirola, pero es una expo de cartelería y bañadores colgados. Está más cerca de Torremolinos que de Marbella. Somos muy críticos y despectivos con nosotros mismos.
-Naciste en Málaga capital.
-Todos los niños de los sesenta lo hicimos allí, fueran de donde fueran. En el Hospital Civil.
-Y estuvo en la universidad. Tiene dos licenciaturas.
-Empecé Filología Árabe en Málaga. Después me fui a Granada, terminé e hice Románicas. Sé traducir árabe clásico, pero no lo hablo ni de broma. Aparte que empecé a dejar asignaturas. Me gustaba mucho más románicas. Allí hice las prácticas que se hacían después de la licenciatura, en un polígono. Eso fue maravilloso. Estuve a golpe de Filvit en el instituto. Cogí todos los piojos que se pueden coger en Granada.
-¿Cuando llegó a la ciudad?
-Soy muy malo para las fechas, pero puedo llevar unos 40 años. Como casi toda la gente de Marbella, mis padres fueron la primera oleada de mano de obra. La de Marbella es una historia de repoblamiento continuo. Lo que a día de hoy son los colombianos, marroquíes..., éramos nosotros. Veníamos de los pueblos de atrás a buscarnos la vida. Mi tía y mi madre pudieron ahorrar para comprarse un local en la parte alta de Marbella, en la circunvalación, y abrieron un barecito. Venía de la facultad los fines de semana y echaba una mano.
-Al final se decidió por la hostelería.
-Estuve en el Aloha College dando clases a media jornada. Echaba cuatro horas al día y lo compaginaba con el bar, hasta que descubrí que me ponía mucho más que dar clase.
-¿Qué descubrió en aquel bar?
-La propia idiosincrasia del bar. Venía uno, venía otro, socializaba, conocía gente y me lo pasaba estupendamente. Un trabajo en que te lo pasas bien es una lotería. Un día escuché a mi amigo Manolo, un maestro que vivía en frente del bar, que en Ceuta había un bar que repartía bocadillos a domicilio. Dije: Hostia, es una idea estupenda. No existía ni el germen del Telepizza. Como el bar estaba en un sitio un poco encerrado, me compré un motocarro y lo seregrafié de forma provocativa. Ponía «Cómeme» y un número de teléfono en los laterales. En las farolas de Marbella ponía pegatinas que decían «Llámame». Tenía mucho que ver con ese 'verdoserío', esa suspicacia casi sexual…
-Y le fue bien.
-Conocí Marbella puerta por puerta. A lo mejor le llevaba bollos a Divina Pastora y luego me llamaba la prima de esa persona. Era como conocer a las familias en sus distintos ámbitos, en su propia casa. Conocí a mucha gente. Fueron quince años montado en la moto repartiendo bocadillos, lloviese o tronase. Iba incluso hasta las Albarizas. El núcleo duro me echaba un ojo a la moto, porque yo era el único que se atrevía a repartir por allí. He vivido películas tremendas, pero nunca sentí peligro. Y eso que entonces Marbella era mucho más áspera que la actual; había mucho yonqui. El peligro ahora está encapsulado. Ellos saben quién son, pero no los vemos. La imagen en la prensa de que Marbella es absolutamente peligrosa me hace reír. Yo veo a las señoras que vienen a mi bar y las veo irse solas a la una de la madrugada. Debe ser que que lo hacen con escopeta.
-¿Que acabó encontrando en Marbella?
-Marbella es una ciudad muy amable, absolutamente receptiva. Ha sido un espacio de libertad tremendo. Ha acogido a todo el mundo con mucha normalidad y ha raspado asperezas hasta que todo el mundo se ha sentido integrado. Hay ciudades que generan esa bondad. Cuando puedo voy a un rodeo gay que hay en Florida, en Fort Laudedale. Hace unos años me encontré allí con unos señores de Georgia que usaron el mismo argumento que me contaba Pepita Bena Galbón, una transexual de Gaucín: «Yo me vine a Marbella porque entonces no podía vivir en otro sitio». Los señores de Georgia veían en Fort Lauderdale el mismo espacio de libertad. No podría vivir en otro sitio, a pesar de que tiene muchísimas carencias.
-¿Qué es lo que no le gusta?
-Si nos ponemos críticos, puedes buscarle la punta por cualquier razón. Solemos ver antes las carencias que las glorias que tiene la ciudad. Para mi gusto, Marbella carece de un buen proyecto de ciudad futura. Llevamos desde los años setenta poniendo parches en todos los sitios. Se nos ha ido de las manos y no ha sido posible reorganizarla para crear un modelo de ciudad que garantice un futuro para nuestros hijos y nuestros nietos. No acaba de montarse como el buen puzle que debe ser. Tenemos que pensar cómo queremos vivir. En verano es un horror. También es el signo de los tiempos. Cuando vi la vaca de Ale-Hop en el casco antiguo, me horroricé. Donde está la vaca hay un tropel de gente. Necesitamos que sea más transitable y amable, pero es lo que trae el progreso.
-¿Qué piensa de que se vuelvan a celebrar corridas de toros en Marbella?
-Hay una generación que está volviendo a los toros, más que por una apetencia, por un posicionamiento político. Los niños 'preppys' que hay ahora de camisita de cuadros y mocasines de meseta lo hacen como un acto beligerante. Pero yo intento hacerlo con cierta objetividad, porque hemos crecido con los toros. He estado una vez en mi vida en un corrida de toros y me pareció de una gran crueldad. Nunca más volví.
-Llevas 18 años en La Polaca, un lugar llenos de recuerdos en las paredes.
-He tenido siempre un síndrome de Díogenes. Me gusta comprar en los rastros y colocar fotos de mis antepasados. Ese genera un efecto de barrera de coral. Los propios clientes te van trayendo sus recuerdos, de tal forma que empiezas a llenar un espacio que es algo más que una casa.
-¿Una extensión de su personalidad?
-Quizá tenga que ver con eso, pero va más allá. Tengo un abuelo que de pequeño tenía su Cinexin y un día me lo trajo -está ahí-, y vino un día con su nieto para mostrárselo. Muchos clientes tienen objetos aquí. Afortunadamente, todavía en Marbella quedan sitios que no son exclusivamente turísticos. Como sucumbas al turismo, acabas poniendo tapas a diez euros. Hay sitios con alma, como mi Paquito el Limpio, el Estrecho, La Niña del Pisto…
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