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Darío Silva: Un icono de sonrisa imborrable

Darío Silva: Un icono de sonrisa imborrable

Verano desde la grada ·

Un accidente de coche cambió al goleador malaguista, pero eligió aferrarse a la vida, a la familia y al fútbol, y ahora es representante de jugadores y tiene caballos de carreras

marina rivas

Jueves, 29 de agosto 2019, 00:25

No es alguien que suela pasar inadvertido; realmente nunca lo fue. Desde pequeño, siempre tuvo claro que el día de mañana quería destacar. Y lo hizo, dentro y fuera de las canchas de fútbol y siempre con la misma actitud ante la vida: pasional, guerrillero, a veces demasiado visceral, y siempre aferrado a la vida. Darío Silva es uno de esos nombres que nunca olvidará el Málaga. Llegado desde el Espanyol, el delantero uruguayo vistió durante cuatro campañas la camiseta blanquiazul (desde la 1999-2000), con la que anotó 37 goles y con la que logró dejar huella.

A las órdenes de Joaquín Peiró, en la campaña de su llegada, se mantuvo todavía a la sombra del máximo goleador del equipo –muy de lejos sobre el resto–, Catanha. Pero en cuanto este puso rumbo al Celta, comenzó a brillar la 'doble D', la dupla ofensiva conformada por Dely Valdés y Silva. Entonces, sus compañeros no le buscaron apodo futbolístico más allá de 'Negro' (siempre con cariño), pero en el Cagliari italiano en el que militó antes del Espanyol se le colocó el sobrenombre de 'sa pibinca', una expresión similar a molesto, por su intensidad y constancia en el ataque. Perfil que mantuvo en el templo de Martiricos con una quinta con la que nunca perdió el contacto. «Tenemos un grupo de 'Whatsapp' y hablamos de muchas de las aventuras que vivíamos cuando jugábamos. Estamos cada dos por tres recordando. El que más habla es el 'profe' Gilabert (preparador físico), se ve que no hace nada las 24 horas del día y no para», bromea. «Yo soy de los que más cachondeo tengo, como siempre», ríe.

Prácticamente a razón de casi una decena de tantos por temporada y de más de una tarjeta roja siempre a su espalda, el uruguayo cerró su etapa con el Málaga tras levantar la Copa Intertoto. Sin embargo, con los años, regresó a la ciudad donde vivió su mejor época. Desde hace tres años vive en Guadalmar, junto a su mujer y tres hijos: un chico y dos chicas; los mayores de 21 y 18 años y la más pequeña de sólo cuatro. Sin quererlo, su familia se ha convertido en un reflejo de lo que él tenía en casa, en Uruguay, porque sólo uno de los hermanos (en su caso, todo hermanas) desarrolló la pasión por este deporte. «Lo que más quiere mi hija pequeña es el balón de fútbol, es increíble. Ya hemos ido con ella a La Rosaleda a ver los partidos y le gusta mucho», asegura.

«Lo que más quiere mi hija pequeña es el balón de fútbol; ya ha ido a la Rosaleda»

Quién sabe, quizá en unos años se vea volviendo a los terrenos de juego, aunque acompañando a su pequeña: «Si mi niña quiere seguir adelante con el fútbol yo la apoyaré. Ahora el fútbol femenino está mejorando mucho y de aquí a unos años habrá dado un cambio muy grande». Lo que prefiere dejar en el pasado es el tema de volver a pisar un vestuario. «No me llama la atención ser entrenador, no me gustaría volver a estar dentro de los vestuarios, viajando o en concentraciones. Eso lo haría si estuviera jugando al fútbol, pero no quiero volver a estar 24 horas dentro de un hotel y sólo pensando en fútbol. Me gusta mi vida ahora», explica.

Un duro revés

Para entender cuál es su vida ahora es mejor retrotraerse al pasado. Tras su paso por el Málaga, Silva jugó dos campañas con el Sevilla y una más (aunque no completa) con el Portsmouth inglés. Una lesión hizo que el conjunto inglés le liberase pronto, en 2006, el año más negro de su vida. Hablar de la vida del delantero uruguayo es también hablar del fatídico accidente de coche que sufrió ese mismo año, en Montevideo, y por el que tuvieron que amputarle la parte inferior de la pierna con la que tantos goles regaló a la Rosaleda (la derecha). Tardó poco en acomodarse a la prótesis con la que ahora hace una vida normal y le permitió recuperar la sonrisa y su espíritu bromista. «Ahora salgo mucho a caminar pero el cuerpo ya no aguanta las pachangas que jugaba antes, si juego alguna tiene que ser en invierno porque ahora con el calor y el sudor puedo tener más problemas, porque soy como un robot», bromea.

Ahora tiene el tiempo que antes le faltaba para dedicarlo a su familia y, cómo no, también al fútbol, la pasión que seguirá moviendo su vida aunque ahora deba vestir de chaqueta, no de corto. En su etapa en Sevilla entabló buena relación con la familia Ramos, y desde hace unos nueve años trabaja con René (el hermano de Sergio) en su agencia de representación de futbolistas. Al mes, Silva puede realizar más de una decena de viajes junto a sus jugadores o acudiendo a reuniones. «Viajes, llamadas… No me puedo despegar del teléfono, sobre todo en las etapas en que nuestros chavales están buscando contrato con un nuevo equipo, pero antes era todo trabajo (cuando jugaba) y ahora hago también trabajo pero mi familia es lo primero», asegura.

«Si juego es en invierno; ahora puedo tener más problemas, soy como un robot»

Además, lo compagina con una particular afición y negocio, que mantiene más en segundo plano: los caballos de carreras. «Tengo un buen amigo uruguayo en Argentina que es uno de los mejores 'jockeys' del mundo, Pablo Falero; es un gran apasionado y entre los dos, quisimos comprar algunos caballos de carreras, que están en Argentina», cuenta. A la par que un hombre sencillo y cada vez más casero, Silva sigue manteniendo ese factor sorpresa que también sacaba en el campo. Sin quererlo, aquellas cualidades que lo definían como futbolista le ayudaron a sobreponerse a los problemas y construyeron la personalidad de quien es hoy día.

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