
Lograr que los cambios cuajen no es tarea fácil. Y menos si se trata de nombres con gran arraigo popular. Málaga está llena de ejemplos de edificios, calles y empresas en los que se ha sobrepuesto el nombre histórico sobre el actual. Casos como el Zaragozano -para designar a la esquina de la calle Larios-, el jardín de los monos -para la plaza de la Victoria- o Barbarela -para el centro de especialidades San José Obrero- se repiten por toda la ciudad.
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El historiador Víctor López asegura que es muy difícil saber cómo va a calar en la sociedad un cambio de estas características. De hecho considera que cualquier rincón de Málaga no es relacionado con un personaje histórico concreto sino con un barrio, «una marca propia de Málaga».
El tiempo que debe transcurrir entre que se produce un cambio y que arraigue en la sociedad es bastante difícil de establecer. Todos los casos son diferentes. «Lo mismo se encuentran casos en los que se necesitan 200 años de tradición, que otros en los que el cambio arraiga en apenas unas décadas», sostiene. Como mínimo, un cambio de generación va a ser necesario en cualquiera de los casos.
También se antoja difícil adivinar en qué circunstancias va a perdurar el nombre histórico y en cuales el moderno. Puede ser cualquier detalle. Por ejemplo, el edificio negro adquirió su nombre solo por el color de la construcción, la torre Mónica lo hizo por el nombre que se grabó en su superficie, o el instituto Vicente Espinel se conoce como Gaona por la calle en la que se encuentra.
Uno de los casos más paradigmáticos del poder de la memoria colectiva es el de la plaza del Marqués del Vado del Maese, más conocida como Mitjana. Esta céntrica zona no ha sido capaz de absorber el cambio hasta el punto de que la misma placa recuerda su nombre original. «Ya no solo al conocen así personas mayores que la hayan conocido, sino que los jóvenes que la llenan durante los fines de semana también la llaman así», reseña Víctor López.
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También hay casos muy significativos de empresas que han cambiado de nombre y no han cuajado tanto como en el pasado. Puede ser el caso del banco Zaragozano, que estaba en la entrada de calle Larios, el Pryca -ahora Carrefour Los Patios- o incluso la Flex, que da nombre a parte de la carretera de Cádiz.
La carretera de Cádiz y el camino de Antequera son dos ejemplos más de cómo los cambios propuestos por las administraciones no terminan de cuajar en el pueblo. La primera, convertida en avenida de Velázquez; y la segunda, ahora avenida Lópe de Vega, se conocen más por su denominación primigenia. López recuerda que dichas modificaciones se realizaron durante la época de Pedro Aparicio y que lo más sencillo hubiera sido cambiar solo la denominación de la vía.
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Este historiador recuerda que el alcalde quería incluir dichas avenidas dentro del entorno urbano, porque las denominaciones de carretera y camino indicaban lejanía. «Lo más sencillo hubiera sido dejar los nombres anteriores, porque ahora se da la circunstancia de que ninguna calle en Málaga hacen referencia a Cádiz ni a Antequera».
Para que el nuevo nombre de las cosas se asiente en la sociedad se hace necesario un cambio generacional. Algo así como está ocurriendo con la peseta y el euro. «Ya ocurrió antes de la peseta», recuerda el historiador. «La gente joven se empapa de los cambios antes que los mayores, porque no tienen esa imagen histórica». Aunque matiza que no en todos los casos, porque si el nombre sobrepasa varias generaciones queda en el imaginario colectivo «y ya es muy complicado que se dé marcha atrás».
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