Inma Rodríguez anhela volver a trabajar cuanto antesÑito Salas
«Como era kelly no me hicieron el test que regaló el Ayuntamiento»
Inma Rodríguez ·
Su vida es un tobogán de números y siglas. El SEPE le reclama dinero y está en un ERTE al 100%. Las cuentas la asfixian, pero la dignidad, sentirse diferente al resto de la plantilla, la hace rebelarse con más fuerza
En la India, la población se divide en castas. No hay miramientos, cada casta pertenece a un grupo y cuando se va bajando de escala se van perdiendo privilegios hasta llegar a los paria, los que nada tienen. En un hotel, salvando las distancias, hay todo un rango de categorías hasta las llamadas camareras de piso. Pero aún ahí, en la base, todavía hay distingos: las contratadas por el hotel y las que lo están por empresas de trabajo temporal o multiservicios. Éstas últimas, un día están aquí, otro allí, o donde les manden, y el número de habitaciones cada jornada, por encima de horarios puede ser siempre el mismo: 25 rooms, que dirían los Brits, a los que ellas les asean muchas alcobas. Son las kellys, llamadas así popularmente en los últimos tiempos por un curioso juego de palabras: «kelly, la que limpia».
Si el confinamiento y la pandemia en el sector turístico y en el hotelero ha sido una tragedia, imagínense cuando la desgracia y la inseguridad llega a los eslabones más débiles. Estos días está en su casa, cuidando de su madre que tiene alzheimer, en «ERTE total», como explica resuelta. Ella es Inma Rodríguez, una kelly que trabaja en un hotel de una gran cadena de la capital contratada a través de una empresa de multiservicios.
¿Qué cadena es? Lo básico para seguir hablando. «Una vez se me ocurrió decírselo a un medio de comunicación, y el abogado de Kellys Unión Málaga (la asociación a la que pertenecen) me advirtió que no lo hiciera más, que habían empezado a vigilar mis redes sociales. ¿Off the record? Una forma de saber de quién estamos hablando para tener una composición de lugar. No hay manera. Inma, que conversa con la misma dulzura como si te conociera de toda la vida, lo tiene claro. Ella debe ser una tumba para proteger su trabajo, el mismo que dejó para pasar a un ERTE allá cuando llegó el confinamiento en el mes de marzo. En esa época todo fue exquisito, como cuenta. Ni un problema. Pero como los cuentos de princesas no existen en la realidad, el asunto cambió sustancialmente cuando se reincorporó a su puesto de trabajo en agosto. Aún así, quiere ver el vaso medio lleno y explica que, pese a todo, ella está dada de alta en el epígrafe de 'limpiadoras o auxiliar de limpieza en edificios y locales (fuera del convenio de la hostelería)', pero que al menos no está con un contrato de pesca de altura. «¡Que los ha habido, eh!», dice sin reírse, aunque suene a cachondeo.
Al poco de volver al curro se dio cuenta de que estaba en un ERTE parcial, pero ni la empresa la informaba sobre el porcentaje, pero curiosamente el SEPE tampoco. «El tiempo que he estado trabajando hasta noviembre ha sido un misterio», dice emulando a Iker Jiménez. El asunto podría no tener tanta trascendencia para ella si ahora no le reclamase este organismo que devuelva 1.600 euros. «A mí las cuentas no me salen, al final parece que tengo que pagar por ir a trabajar. Un engaño».
Mientras vive con 411 euros al mes, aún atisba en su cara cierta esperanza porque hay compañeras suyas que, en la misma tesitura, el mes pasado no cobraron nada.
Estas son las cosas del comer, que le preocupan, pero hay otras que son las de la dignidad, que hacen que levante el tono de voz para explicarlas. Le entra un agua de levante. «Mira, un día me di cuenta de que una persona que no estaba trabajando volvía al hotel. Le pregunté: ¿Qué haces aquí? Por el test, me contesto. ¿Qué test?». Aquí se le muda la cara. Volvía para que le hicieran el test de antígenos que el Ayuntamiento de Málaga había puesto a disposición de la hotelería, hostelería y otros sectores relacionados, pero a ella no la habían avisado. Bueno, ni a ella ni a las demás kellys. «Entonces me puse muy nerviosa y fui a reclamar: ¿Es que yo no pertenezco al hotel? ¿Es que yo trabajo en una churrería?». No hubo manera. Hasta hoy.
Esos días se apercibió de un asunto extraño. Aunque hubiera más habitaciones llenas, ellas sólo hacían unas pocas. El hotel, para ahorrarse dinero, les ofrecía a los clientes no limpiárselas a cambio del desayuno o una rebaja en el precio. Pudiera, entonces, parecer que disminuía el trabajo, pero nada más lejos de la realidad. Era al revés. Todas las habitaciones, de las 25 que tenía que hacer, se volvían habitaciones de salida de varios días de estancia; un horror en cuanto a los tiempos. «Imagínate un baño de cuatro días sin limpiar, los inodoros, el suelo, la de toallas amontonadas... De cada habitación salía un saco de basura», explica. Da tantos detalles que provoca nauseas oírla. Pero las 25 habitaciones siguen en su mente. 550 al mes. «Cuando no las haces todas, te quedan para el día siguiente. A destajo puro y duro. Como si fueras una máquina».
Una detrás de otra. Sin saber si tenía algo ¡el que estaba dentro. «En recepción, mamparas y mascarillas FFP2 y distancia. Nosotras, con guantes y quirúrgicas, cuando sabíamos que esas solo sirven para proteger a los demás de ti».
Mientras relata un verano para el olvido, como reseña, se adentra en las cuentas para llegar a fin de mes. «Verás, yo soy apañada, pongo un puchero para tres días y vamos tirando. No te digo que no estemos achuchados, imagínate los gastos de una casa; y yo, con 400 euros, y mi marido, que trabajaba en la hostelería, se ha quedado en paro, con otros 400 euros de ayuda», explica apesadumbrada.
Hay veces que la normalidad tiene tantos grados como las castas en la India. Para Inma bastaría con salir del ERTE, poder pagar la deuda y volver a trabajar.
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