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El hijo del sastre y el padre de Winston Churchill

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Cuentos, jaques y leyendas ·

Wilhelm Steinitz, primer campeón del mundo de la historia del ajedrez, creyó al final de su vida que jugaba partidas con Dios

MANUEL AZUAGA

MÁLAGA

Domingo, 28 de febrero 2021, 00:19

Un tipo diminuto, de barba mesopotámica y frente colosal, macrocefálico, deambula por su apartamento como un alfil que busca en balde la mejor casilla de una diagonal. Cuentan que abre los grifos de forma compulsiva, que habla sin control, que su aire es vehemente y pendenciero. La pérdida de su hija Flora, hace más de una década, lo ha enterrado en vida. Cada vez que aparece un brote o episodio delirante, al tipo diminuto y barbudo lo ingresan en el Hospital Estatal de Manhattan, en Nueva York. La última ocurrencia ha sido pasear descalzo, medio desnudo, agarrar por el cuello a un familiar, gritar por la ventana. Por eso lleva tantos meses encerrado, desde abril. Estamos en agosto, 1900. Él querría volver a darse baños de agua helada, seguir los consejos naturales del sacerdote Sebastian Kneipp, sanar gracias a la hidroterapia, pero ya no es posible. Ahora solo le queda el ajedrez. Se le suele ver con un pequeño tablero, aunque también dicen que desafía a Dios, con quien tiene conexión directa y juega partidas. La extraña criatura de gran cabeza le ofrece la ventaja de un peón y, aún así, logra vencer al todopoderoso. Una mala tarde, a las seis, el tipo muere de una endocarditis y su corazón «naufraga en la zozobra», como escribió el poeta. Los médicos buscan la causa y hablan de una «melancolía aguda». De este modo atribulado se despide Wilhelm Steinitz, el primer campeón mundial de ajedrez, a los 64 años, la edad mágica que la historia solo reserva a los genios del noble juego.

Steinitz nació en Praga en mayo de 1836. Lo hizo como si el destino le hubiese elegido para ser un punto intermedio, un centro de equilibrio, pues fue el séptimo vástago de una familia de trece hijos. Su padre, Josef Salomon, fue un humilde sastre judío con el que el pequeño Wilhelm aprendió a jugar al ajedrez y a estudiarlas doctrinas y ceremonias del Talmud. La tragedia visitó el hogar de Steinitz con frecuencia. Cinco de sus hermanos murieron a edades muy tempranas, algunos de ellos con pocos meses o semanas. Y a los nueve años, Wilhelm quedó huérfano de madre. Su infancia, bien leída, parece un cuento de Dickens. En 1858 se marchó a Viena, a la casa de otro sastre pobre, posiblemente amigo del padre. Al parecer, a Josef no le gustaba que su hijo dedicara tantas horas al juego pero, una vez lejos de casa, Wilhelm «se sumergió intensamente en el estudio del ajedrez». Debido a que no podía permitirse comprar un tablero, lo dibujó en un papel y usó círculos de colores donde escribió el nombre de las piezas. Un día, mientras observaba unas partidas en el Café Rebhuhn, el presidente del club del local le preguntó si jugaba. «Incluso puedo hacerlo con los ojos vendados», respondió Steinitz.

En Viena, Wilhelm conoció a Ernst Falkbeer, excelente ajedrecista que contribuyó a la teoría de aperturas con el contragambito Falkbeer, una forma muy original (aún vigente) de jugar contra el llamado gambito de rey. Trato de explicarlo: una vez han avanzado dos casillas los peones que están por delante de los reyes, las blancas, en su segunda jugada, proponen un sacrificio con el movimiento 'f4'. Ahora las negras deben decidir si capturan o rechazan la golosina. Y a Falkbeer se le ocurrió que lo mejor era hacer lo mismo con las negras, es decir, ofrecer un peón con el golpe 'd5' para así luchar por el control del centro, lo que tuerce los planes estratégicos del gambito. El astuto Falkbeer hizo amistad con Steinitz y lo introdujo en los secretos de la práctica del juego-ciencia. Aún no podía imaginar que, pocos años más tarde, Wilhelm sería considerado el padre del ajedrez moderno.

En el siglo XIX Viena era un edén para cualquier amante del ajedrez. Las cafeterías se esparcían por la ciudad como una plaga de langostas y ofrecían la posibilidad de practicar a diario. El barón Albert Rothschild, una de las grandes fortunas de Europa, fue un entusiasta de las sesenta y cuatro casillas, al punto que financió las salas de juego del Club de Ajedrez de Viena, donde Steinitz no solo destacaba por encima del resto, sino que apostaba dinero y trataba de ganarse la vida gracias a su talento. Rothschild fue por un tiempo alumno de Steinitz y ayudó a otro asiduo del club, el ajedrecista húngaro Ignác Kolisch, a convertirse, como él, en un banquero adinerado. A Kolisch la salió bien la jugada, hizo fortuna y hasta retó públicamente al estadounidense Paul Morphy, considerado por entonces el mejor jugador del mundo, a pesar de que ya no jugaba. Tras la tremenda decepción que le causó su viaje por Europa (el inglés Staunton rechazó una y otra vez cualquier enfrentamiento con él), Morphy vivía retirado en su Nueva Orleans natal, medio loco, y enfurecía si alguien pronunciaba la palabra «ajedrez». Steinitz profesó siempre una gran admiración por la figura y el juego de Morphy, a quien veneró como el más grande ajedrecista jamás conocido. En sus primeros años de competición, cuando el estilo de Wilhelmera aún atrevido y directo, Steinitz era conocido como «el Morphy austríaco».

Antes de resumirles los éxitos de Steinitz dentro del tablero, permítanme contar la siguiente anécdota. El pelirrojo Gustav Epstein, director del Banco Nacional de Austria y socio ilustre del Club de Ajedrez de Viena, estaba jugando una partida contra Steinitz, quien demoraba la elección de su próxima jugada. Epstein, cansado de esperar, preguntó: «¿Y bien?». El juego continuó y, en un lance posterior, fue Epstein el que se quedó pensando y pensando. Entonces Steinitz, movido por el rencor, le devolvió la pulla: «¿Y bien?». Gustav encolerizó: «¡Tenga cuidado, joven! No olvide quién es usted y con quién está hablando». A lo que Wilhelm respondió: «Lo sé perfectamente, caballero. En la Bolsa o en el mercado de valores, usted es Epstein y yo Steinitz, pero en el tablero de ajedrez lamento decirle que yo soy Epstein y usted Steinitz».

En 1862, se celebró en Londres la II Exposición Universal. En la programación incluyeron un torneo internacional de ajedrez con la presencia de los mejores jugadores del momento, a excepción del inglés Staunton, quien seguía con sus pretextos y su carácter esquivo. Steinitz acudió como representante austríaco gracias a la ayuda de otro banquero, el empresario vienés Eduard von Todesco. En un principio, existía un pequeño inconveniente para que fuese él, y no otro, el elegido de la delegación: Wilhelm no sabía hablar inglés. Sin embargo, pidió que le fueran concedidas solo cuatro semanas. Steinitz desapareció del club durante ese tiempo y regresó hablando un inglés más que fluido. Tenía 26 años y, en la que era su primera cita internacional, logró cuajar un extraordinario torneo (6º), dada la fuerza de sus rivales. Su victoria ante el afable August Mongredien es todo un manual de cómo se debe montar un ataque en ajedrez, lo que le valió el premio a la belleza de la competición. Y cinco libras.

El 24 de febrero de 1886, Steinitz se coronó, oficial y legítimamente, primer campeón del mundo de ajedrez

Concluida su participación, Steinitz fijó su residencia en Londres. Se le vio jugar a menudo en el restaurante Purssell, en el barrio de Cornhill. Fue entonces cuando Steinitz trabó amistad con Lord Randolph Churchill, masón y padre de Winston Churchill. La relación era tan estrecha que Wilhelm acudía a la casa de Lord Randolph para mostrarle algunas claves estratégicas del juego. Es conocido que Lord Randolph tenía «un respeto muy sincero por su maestro, lo acompañaba hasta la puerta y le entregaba su sombrero». El padre de Churchill fue vicepresidente de la Asociación Británica de Ajedrez y fundó, junto a Edwyn Antonhy, el Club de Ajedrez de la Universidad de Oxford. En cierta ocasión, Steinitz jugó en la universidad seis partidas simultáneas a la ciega y uno de sus rivales, al que por supuesto ganó, fue Lord Randolph Churchill.

Pero volvamos al torneo de 1862 de Londres. El triunfador de la cita fue el extraordinario jugador alemán Adolf Anderssen, a quien Wilhelm derrotó más tarde, en el verano de 1866, en un duelo histórico que para muchos supuso el comienzo del reinado de Steinitz.Sin embargo, la fecha oficial arrancaría 20 años después, en 1886, cuando Wilhelm se batió el cobre, o la corona sin dueño, contra el polaco Johannes Zukertot. El propio Zukertot se había autoproclamado campeón del mundo al vencer un fuerte certamen en 1883 y hacerlo por delante de Steinitz. Durante este torneo, sucedió algo inaudito: antes de que se iniciara uno de los duelos directos contra Zukertot, un elegante espectador se sentó en una silla contigua a Steinitz. «Con su permiso, veré la partida desde aquí», dijo sin más. Se trataba de Lord Randolph Churchill, al que Wilhelm permitió amablemente que se quedara.

La actitud irreverente de Zukertot tras su victoria en el torneo de 1883 fue recibida por Wilhelm como una afrenta imperdonable. La enemistad entre ambos rebosó los límites del tablero. Steinitz fue despedido en el periódico 'The Field', donde desde hacía años escribía y daba a conocer los principios estratégicos del ajedrez moderno: la construcción de una posición sólida, la importancia de acumular pequeñas ventajas, de la «pareja de alfiles»... Casualmente, fue Zukertot quien lo sustituyó como nuevo columnista.

Así las cosas, Steinitz se marchó a Estados Unidos. Aprovechó la circunstancia para hacerle una visita a su ídolo, Paul Morphy, bajo la exigencia pactada de no hablar en ningún caso de ajedrez. Steinitz escribió: «Morphy era un caballero, de voz suave, amable, pero por alguna razón sentía que este noble juego no había sido para él una bendición. Y quién sabe, tal vez estaba en lo cierto». Instalado en Nueva York, Wilhelm empezó a publicar artículos en 'New York Tribune' y fundó la revista 'International Chess Magazine'. Desde allí negoció las condiciones de sucombate contra Zukertot, a quien derrotó de forma contundente (12,5 – 7,5). El 24 de febrero de 1886, una fecha grabada a fuego, Steinitz se coronó, oficial y legítimamente, primer campeón del mundo de ajedrez. El propio Wilhelm explicaba, no sin cierta vanidad, las razones de su preeminencia en el tablero: «Mis principios son desconocidos para Zukertot y para el resto de mis rivales. En realidad, es como si viviera veinte años adelantado a mi tiempo».

En 1894, el alemán Emanuel Lasker, un alumno aventajado que no sólo había asimilado los postulados de Steinitz, sino que introdujo un nuevo elemento, el factor psicológico del juego, despojó a Wilhelmde su corona. En la última partida,Steinitz comprendió que su título, en buena lid, estaba a punto de ser arrebatado. Entonces se puso de pie y, en un gesto que ha pasado a la historia, gritó: «¡Tres hurras por el nuevo campeón!».

Las crónicas lo pasan por alto, pero a partir de ese mismo instante su corazón naufragó en la zozobra.

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