
La nueva normalidad le ha devuelto a la carretera para encontrarse con los lectores. Y ahí, en un alto en el camino que le llevará ... primero a Sevilla y después a Málaga (hoy a las 19.00 horas en FNAC, previa inscripción), Lorenzo Silva atiende al teléfono para hablar del último caso que ocupa a los agentes Bevilacqua y Chamorro, los guardias civiles más populares de la novela negra española. Silva se adentra en la compleja y delicada lucha contra ETA en 'El mal de Corcira', un tema al que da forma tras dos décadas rondando en su cabeza.
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–¿Cómo está siendo el reencuentro con los lectores?
–Lo que no ha podido ser es en condiciones de normalidad. Todos con la mascarilla y con mucho cuidado. En los actos que he tenido primaba la prudencia.
–Será que quienes leen sus novelas son personas sensatas...
–(Ríe) Los que leen son gente que, por lo menos, piensa un poco.
–¿Se necesita ese 'feedback' del lector para completar el ciclo de vida de una novela?
–Sí, además esta es una novela que tengo en la cabeza desde hace casi 20 años y que llevo cinco dándole vueltas pensando qué forma le podía dar a una historia que tiene muchos recovecos y que no es fácil de resolver en términos de ficción. Y en el tiempo que lleva en la calle he tenido muchas reacciones de gente muy diversa. La conciencia de lo que haces como escritor no la terminas de tener hasta que no te leen y hasta que la lectura no tiene un cierto recorrido.
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–Le ha costado diez entregas de la saga abordar el tema de ETA en profundidad. ¿Le preocupaba herir sensibilidades?
–No, un escritor no puede tener miedo de herir sensibilidades. No puedes estar pendiente de quedar bien. Vas a quedar mal con alguien siempre, a eso estoy ya muy resignado. El otro día recibí un mensaje muy largo de una lectora que estaba muy molesta con una novela mía, que no es una novela que entre en un tema polémico. Qué le vamos a hacer. Más que eso era la responsabilidad, porque tenía en mis manos una historia muy relevante para el propio personaje, porque es una de las experiencias que forman su carácter, y también muy relevante para comprender la historia contemporánea.
–Que lleguen críticas es bueno, no es sano vivir solo del halago.
–Digamos que al principio te irritan un poco y tiendes a reaccionar negativamente, pero después siempre te dan una pista sobre algo, sobre una sensibilidad que a lo mejor no está en tu onda o sobre algo que tú podrías afinar un poco más. Siempre te hace pensar.
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–¿Se puede ser objetivo al hablar de ETA cuando es un conflicto que ha vivido tan cerca?
–Objetivo no, lo que se puede es evitar ser panfletario. Para escribir esta novela he hablado con muchos guardias civiles que estuvieron en la lucha antiterrorista y que podría decir que son de los míos, porque he vivido durante muchos años en un barrio que era objetivo de ETA, pero también con gente que ha estado en ETA y que a día de hoy sigue legitimando esa actividad. En la novela aparecen personajes de ese entorno y no quiero que hablen con una caricatura de voz que yo les ponga.
–¿Lo sabemos ya todo sobre ETA?
–Prácticamente todo. Si ETA no existe hoy es porque no tenía ningún secreto para quienes trataban de desmantelarla. Y eso lo he podido comprobar. Incluso conocemos sus miserias, como la cantidad de etarras que al final fingían accidentes para que se les detuviera. O la cantidad de droga que se les incautaba porque era una vida tan dura que solo la soportaban con hachís. Incluso la corrupción que había, con gente que cobraba dinero para los presos y se lo acabó llevando a Suiza.
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–Pero es una herida que aún no está curada en la sociedad, sobre todo en la vasca.
–Lo que me preocupa es que hay sectores de la sociedad vasca que están postulando hacer lo que no se debe hacer con una cicatriz tierna, que es ponerle un montón de apósitos encima y taparla. A las heridas les tiene que dar el aire. Yo no creo que quienes son herederos de quienes justificaron el asesinato de niños puedan ir por ahí como actores políticos normales mientras no hagan una ruptura absoluta con la violencia. Mientras las disculpas solo se hagan en subjuntivo, «si hubiéramos hecho», «si hubiera pasado», la izquierda abertzale tiene un problema.
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–¿Siguen existiendo muchos prejuicios sobre la Guardia Civil?
–Sí, pero menos. Si ETA ha desaparecido es porque se ha hecho un trabajo policial que es un referente internacional. Yo creo que ya nadie piensa que los guardias civiles son unos mendrugos a los que uno puede esquivar tranquilamente.
–Sus libros han ayudado a prestigiar la novela negra española.
–Lo que he intentado ha sido contribuir a la normalización de la novela negra en España, que pueda ser un género literario en el que hay personajes que tienen que ver con la realidad del país, que no sea deudora o tributaria de otras realidades y culturas. Los arquetipos anglosajones nos pesan mucho a todos y hay que intentar emanciparse. Recurrir a estos dos guardias civiles me ha servido para hacer una novela negra de mi tiempo y mi lugar. No me siento tributario ni deudor ni imitador de modelos foráneos.
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–¿Piensa que esta pandemia nos cambiará?
–En los meses de confinamiento he estado leyendo a los clásicos. A Tucídides que habla de la peste de Atenas del año 430, a Procopio de Cesaréa que habla de la peste de Bizancio del año 540; a Josep Roth que habla del final del imperio austrohúngaro... Y todos vienen a coincidir en lo mismo: la condición humana cambia poco. El ser humano en medio de la catástrofe hace muy buenos propósitos pero cuando pasa la crisis y el miedo seguimos siendo los mismos. Estas situaciones sí que cambian el marco en el que nos movemos. En febrero era casi imposible pensar que un encuentro importante se tuviera por videoconferencia si era más o menos posible tenerlo presencialmente, y ahora hemos descubierto que es mejor perder en algunas cosas 45 minutos que no una hora y media con el trayecto.
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