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Sr. García .
D'Artagnan, el mosquetero que fue campeón del mundo de ajedrez

D'Artagnan, el mosquetero que fue campeón del mundo de ajedrez

Cuentos, jaques y leyendas ·

La aventura deportiva de Véselin Topálov parece una novela de Alejandro Dumas

MANUEL AZUAGA

MÁLAGA

Domingo, 5 de septiembre 2021, 01:30

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2005. Potrero de los Funes, un lugar hermoso, como pintado al óleo, en la provincia argentina de San Luis. Durante meses, más de 350 obreros construyeron de la nada 'La Caja de los Trebejos', una sala de juego espectacular, con 860 butacas y tres niveles de altura, de cuyo techo colgaba un enorme videomarcador de cuatro caras. Debajo de las pantallas electrónicas se sentaron los ocho mejores ajedrecistas del momento. En juego, el título de campeón del mundo. Faltaron a la cita Gari Kaspárov, recién retirado, y el ruso Vladímir Krámnik, que rechazó la invitación. Los participantes compitieron todos contra todos, a doble vuelta. El 13 de octubre despuntó en Potrero de los Funes como un haz de luz en el horizonte, entre las verdes colinas. La expectación era máxima. Arrancaba la penúltima ronda y el búlgaro Véselin Topálov, conocido como D'Artagnan por su estilo audaz sobre el tablero, tenía al alcance la gloria, debía lograr medio punto contra el uzbeko Rústam Kasimdzhanov. Algunos cuentan que, por encima de las cabezas de ambos contendientes, se oyó cómo las espadas rozaban con violencia el brocal de sus vainas.

La partida se convirtió en un canto al ajedrez romántico o, por qué no, en una novela de Dumas. Topálov, con negras, perdió pronto la posibilidad de enrocar y resistió como pudo los envites de las blancas. Más tarde, a pesar de que su principal objetivo era no perder, Véselin montó un feroz ataque con las dos torres y el único alfil que le quedaba, el de casillas blancas. Hasta que, tras varias escaramuzas tácticas, el uzbeko ofreció las tablas. Los fotógrafos de la sala se abalanzaron como una plaga de langostas para capturar el apretón de manos que convertía a Véselin Topálov, de 30 años, en el nuevo campeón del mundo. Mientras escribo estas líneas, tengo la suerte de charlar con Véselin y preguntarle por aquel instante: «Es posiblemente mi mejor recuerdo. No solo porque gané, también porque fue una partida en la que realmente sufrí mucho». El indio Vishy Anand, segundo clasificado, reconoció sin rodeos el triunfo de Topálov: «Creo que mereció la victoria. Fue el mejor jugador del torneo». Pero Morozevich y el propio Kasimdzhanov insinuaron que Silvio Danailov, representante de Topálov, ayudaba en las partidas a su pupilo a través de señales secretas. Años más tarde, Topálov escribió acerca de estos rumores y no pasó por alto el hecho de que solo se publicaran en revistas rusas donde escribían «amigos con buenas intenciones de mis rivales».

El ajedrez de élite, por aquellas fechas, era un campo de minas y refriegas. Desde 1993, el deporte de las sesenta y cuatro casillas vivía bajo el dimorfismo competitivo del «cisma del ajedrez», una situación insólita que provocó Gari Kaspárov al abandonar la Federación Internacional (FIDE) y crear la Asociación Profesional de Ajedrez (PCA). Durante un tiempo, asistimos perplejos a la celebración de dos campeonatos del mundo. Algunos jugadores, incluso, participaron en ambos sistemas de competición. Recuerdo muy bien cuando Kaspárov era campeón por la PCA y Kárpov por la FIDE. La afición sabía, no obstante, que el Ogro de Bakú era el auténtico número uno y esta certeza colectiva devaluaba el título asociado a la FIDE. Les cuento esto porque en la construcción del relato oficial no se habló de un «título reunificado» hasta 2006, a partir del enfrentamiento entre Topálov y Vladímir Krámnik celebrado en Elistá, en la república rusa de Kalmukia. Sin embargo, Topálov niega esta secuencia de los hechos y nos cuenta, como diría Walter Benjamin, la historia a contrapelo: «Kaspárov se había retirado en marzo de 2005, en Linares. Curiosamente, su última partida profesional la pierde conmigo. Cuando, unos meses más tarde, yo gano en Argentina, me convierto en el único campeón del mundo, de eso no hay duda. ¿Por qué? Porque la FIDE dio a entender que San Luis era el punto de inflexión para la reunificación del título y por eso invitó a Kasimdzhanov (campeón FIDE) y a Krámnik (campeón PCA), pero fue Krámnik quien no quiso jugar» sentencia Véselin. Y añade: «Krámnik puede pensar lo que quiera e insistir en que había dos campeones, pero entonces Bobby Fischer, que por entonces seguía vivo, podría haber argumentado que él también era el campeón. Si tú impones tus reglas y no juegas, nadie te destrona».

Humilde y extraordinario

Topálov nació en Ruse, a orillas del Danubio, en la frontera con Rumanía. Jugó sus primeras partidas con su abuelo Georgi, que era militar. Pero después, cada tarde, Véselin esperaba a que su padre volviera a casa para desafiarle en el tablero. Al poco, su madre lo llevó a un club de ajedrez, quizás con la intención de que el niño dejara en paz a su marido. «Me acuerdo de que aún no sabía leer, tendría cinco o seis años», evoca Topálov. Su primer entrenador fue Dimitar Sinabov. «No era un jugador muy fuerte, pero sí un buen pedagogo», rememora. «Algunos de mis amigos de entonces, tras 40 años, siguen jugando al ajedrez. No son profesionales, pero gracias a Sinabov siguen amando el juego». A partir de los 11 años, Véselin se puso a las órdenes de Petko Atanasov, el único maestro internacional de la ciudad. Con él comenzó a jugar d4, una primera jugada que aún no había utilizado en torneos. «Petko convenció a mi madre de que yo tenía futuro en esto. Gracias a él mi juego alcanzó otro nivel de comprensión posicional y conseguí, en 1989, en Puerto Rico, el título de campeón mundial sub-14». El subcampeón de aquel torneo fue un chico ruso con el que, años más tarde, Topálov mantendría una rivalidad que transcendió los escaques: Vladímir Krámnik.

A los tres meses de aquella gesta en Puerto Rico, cayó el muro de Berlín y entonces «la cosa se desmadró», recuerda Topálov. En los 80, su familia sufría cortes de luz. En Bulgaría no existía la propiedad privada, todo pertenecía al Estado. A los 15 años, el joven Topálov ganaba más dinero jugando al ajedrez que su madre, que era pediatra. «No es que fuéramos pobres, pero nunca tuvimos coche. Yo fui el primer miembro de mi familia en tener uno», señala Véselin. «A partir de la llegada de Gorbachov, con la Perestroika, se empezó a respirar más libertad». Topálov descubrió entonces la música occidental, especialmente el rap, el heavy metal y las pegadizas canciones de Queen. En medio de una transición política tan palpitante, puedo imaginar al pueblo búlgaro fraseando el grito de Freddie Mercury: 'I want it all, I want it all, I want it all, and I want it now'.

En efecto, en la década de los 90 Topálov lo quería todo. Eso explica que con 16 años se subiera a un viejo Citroën junto a su entrenador, segundo padre y amigo Silvio Danailov. Y que juntos recorrieran casi 4.000 kilómetros hasta llegar a Elgoibar, Guipúzcoa. Allí jugó Véselin su primer torneo en España. El primero de muchos. El divulgador y escritor Javier Cordero ha investigado con todo detalle el periplo de Topálov en tierras españolas y ofrece un dato asombroso: «En 1992 disputó un total de 177 partidas, casi todas ellas a ritmo lento, una cifra enorme si se tiene en cuenta que un jugador de ajedrez debe dedicar largas temporadas a su preparación. Cuando llegó a España, Topálov ni siquiera se encontraba entre los 100 mejores jugadores del mundo. Un año después había logrado ascender al puesto 17». Comenzaron a invitarlo en torneos de máxima categoría. En las Olimpíadas de Moscú (1994) y en el Memorial Max Euwe de Ámsterdam (1996) Topálov demostró que iba muy en serio. En ambas citas derrotó a Gari Kaspárov. Palabras mayores.

'Toiletgate'

Después vinieron muchas cosas, demasiadas. En el terreno personal, Topálov encontró el amor de su vida en Salamanca. Hoy sigue residiendo en una ciudad que, en tamaño y población, recuerda a su Ruse natal. En el plano deportivo, Véselin aceptó, en 2006, luchar por el título de campeón del mundo contra un viejo conocido: Vladímir Krámnik. El duelo se celebró en Elistá (Rusia) y pasó a la historia del ajedrez por el polémico 'Toiletgate': el caso de los retretes. La organización acondicionó unas salas de descanso para cada jugador y, en el interior de cada sala, había un cuarto de baño. Para garantizar el juego limpio, se instalaron cámaras de videovigilancia. En el descanso entre la quinta y la sexta partida, el equipo de Topálov, con Danailov a la cabeza, protestó ante el Comité de Apelaciones. En opinión de Danailov, era evidente que algo extraño sucedía porque Krámnik se levantaba una y otra vez para visitar el cuarto de baño. La sospecha apuntaba a que estaba utilizando algún tipo de ayuda exterior. Vladímir, al enterarse, se sintió gravemente ultrajado y decidió no presentarse a la quinta partida, que perdió por incomparecencia. Desde Fischer y Spassky en 1972 no sucedía algo parecido. La delegación de Krámnik justificó las visitas al baño debido a la adicción al tabaco del ruso. También se alegó que necesitaba más espacio para caminar y pensar. Fue tan frontal el choque entre las partes que se decidió suspender el campeonato para revisar las salas y las grabaciones de las cámaras. Entonces se encontró un cable de red en el techo del cuarto de baño de Krámnik, pero los organizadores explicaron que el cable se había instalado allí para usarlo más tarde, cuando finalizara el torneo. Finalmente, en una atmósfera de desconfianza máxima, el duelo se reanudó y Topálov perdió en el desempate. Desde entonces, Topálov y Krámnik no se saludan.

Le pregunto a Topálov si se ha curado de aquella herida: «Kramnik mintió cuando quiso justificar sus continuas visitas al baño, pero su mentira solo puede verificarse con el vídeo que se grabó, y los rusos nunca enseñaron las cintas, desaparecieron. Así que yo puedo estar mil años hablando y Kramnik solo tiene que negarlo, nunca va a admitirlo. La FIDE, controlada por los rusos, no debió haber permitido la desaparición de estos vídeos», sentencia.

En 2010, Topálov volvió a luchar por el título de campeón del mundo, esta vez contra Vishy Anand. Lo hizo en casa, en Sofía, pero perdió de forma cruel en la última y decisiva partida. «Esa fue mi derrota más dolorosa», reconoce Véselin. «Entre 2005 y 2010, Anand y yo estábamos a un nivel muy parecido, pero esa partida decidió quién de los dos iba a ser el ganador de ese periodo de la historia». Tras su victoria, Anand declaró públicamente que había recibido consejos preliminares de Gari Kaspárov, de Magnus Carlsen… y de un tal Vladímir Krámnik.

De nuevo la sombra apaisada de Krámnik. Y de nuevo el sonido de una espada, la espada de un valiente mosquetero, al rozar con violencia el brocal de su vaina.

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