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La Catedral que se escucha

La Catedral que se escucha

No todos los tesoros se ven, algunos solo se oyen. El templo malagueño custodia en su archivo uno de los fondos musicales más ricos del Barroco español

Regina Sotorrío

Lunes, 28 de marzo 2016, 00:00

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Cuando atraviesan la enorme puerta de entrada, todos miran hacia arriba. Es un gesto casi instintivo, resulta inevitable no seguir esa interminable línea vertical que marcan las inmensas columnas desde el suelo hacia el cielo. Por algo la de Málaga es la Catedral con los techos más altos de España. Pero Antonio T. del Pino, segundo organista de la basílica e investigador, avisa:«La Catedral mejor no es la que se ve, es la que se escucha». Lo dice desde el mismo «corazón» del templo, el lugar donde ocurría «todo» en otro tiempo: el coro. Allí dos imponentes órganos gemelos del XVIII escoltan la sillería tallada por las manos del maestro Pedro de Mena, entre otros. «Son los órganos más perfectos y más grandes que había en el siglo XVIII en España, representan la culminación de la edad de oro de estos instrumentos en el país», puntualiza Adalberto Martínez Solaesa, que como organista titular de la Catedral de Málaga sabe bien de lo que habla. «Era evidente que atraerían a los grandes maestros de órgano de la época», añade el canónigo archivero Francisco Aranda.

Siguiendo la teoría de Del Pino, si esto es lo que se observa, ¿cómo será lo que se oye? «El archivo musical es de los más ricos de España, sino el que más», responde Aranda. «El nivel de la música está en consonancia con la grandiosidad del templo. El archivo de la Catedral de Málaga es uno de los mejores exponentes de todo el siglo XVIII hispano», asegura el segundo organista de la Catedral.

Una de las torres del templo conserva ese tesoro invisible al que solo se accede cuando los instrumentistas le dan vida. En su interior se guardan cien cantorales gregorianos desde el siglo XV hasta el XIX, una veintena de cantorales de polifonía que son más difíciles de encontrar y más de 3.000 obras de música a papeles. De ellas, casi mil llevan la firma de Juan Francés de Iribarren (1699-1767).

Incluido en la lista de los grandes compositores españoles de los dos primeros tercios del siglo XVIII, Iribarren impulsó la creación del archivo musical a lo largo de sus 34 años como maestro de capilla en Málaga. Detectó que algunos de sus antecesores en el cargo se llevaban consigo sus obras cuando se marchaban de la ciudad, otras se las quedaban sus herederos o se perdían por el camino. Por eso, establece que lo que se escriba para la Catedral de Málaga se quede en la Catedral de Málaga. A pesar de su creación tardía, en 1737, en el archivo hay piezas con más de 500 años de antigüedad, cantorales de gran tamaño con múltiples adornos e historiadas letras capitales. «Eran motivo y emblema del prestigio del cabildo», apunta Del Pino.

El Padre Gámez, que dirigió la Schola Cantorum del Seminario y fue de los pioneros en la puesta en valor del patrimonio musical de Málaga, resalta que el valor de los fondos que se conservan reside en «la riqueza de los distintos músicos que han pasado» por la ciudad. Antes de que Iribarren pusiera las bases del archivo, la Catedral tuvo a maestros de capilla como Cristóbal de Morales (1500-1553), «un polifonista clásico de una gran altura y calidad». Está considerado el principal representante de la escuela polifonista andaluza y uno de los tres grandes de la composición polifónica española del Renacimiento, junto con Tomás Luis de Victoria y Francisco Guerrero, quien también pasó por Málaga. «Eran los mejores de su época», destaca el Padre Gámez.

Pero la capilla musical malagueña fue ganando en importancia con los años, hasta alcanzar su momento álgido en el XVIII. Tanto es así que en ese tiempo Juan Francés de Iribarren encargaba las letras de los villncicos a reputados poetas de la Corte en Madrid. Hay que tener en cuenta que el villancico de los que hay un millar en Málaga era el género más cercano al pueblo al estar en castellano y no en latín. Se interpretaban por eso en momentos muy concretos en los que se quería transmitir un mensaje con claridad: además de en Navidad, como hoy, se cantaban también en la Inmaculada y en las fiestas al Santísimo, como el Corpus Christi.

Iribarren se convirtió en una figura de prestigio que se disputaban las catedrales. Sin salir de Málaga, recogía en sus creaciones influencias de la música europea del XVIII tomando como referencia copias manuscritas de grandes maestros. De ahí que en Málaga exista un ejemplar impreso de la edición príncipe de Las Sonatas Op. V de Corelli o una copia manuscrita del Stabat Mater de Pergolesi. La Catedral de Valladolid le ofreció ser maestro de capilla en 1741 y el cabildo de Málaga tuvo que subirle el sueldo para evitar su marcha.

Pero lo mejor estaba por venir. Iribarren tuvo que desarrollar su trabajo en una Catedral inacabada, en obras y con un pequeño órgano. Quince años después de su muerte, la faraónica construcción se dio por concluida (año 1782, más de dos siglos después de su inicio), incorporando ya los órganos más grandes hasta la fecha realizados por Julián de la Orden. Dos órganos nuevos y gemelos, «que dan una estereofonía increíble», y con los que pudo trabajar su alumno Jaime Torrens. Se generó entonces una «fiebre compositiva» y si hasta entonces la responsabilidad de crear obras correspondía únicamente al maestro de capilla, a finales del XVIII son los propios organistas quienes sin tener la obligación escriben también sus partituras.

En Málaga, además, se produce en ese momento algo inédito de lo que no quedan registros en el resto de catedrales españolas: además de las obras para dos órganos que también existían en otras basílicas, se crean conciertos para órgano y orquesta. Los hace en primer lugar José Barrera (1729-1788), organista de Cuenca que llega a Málaga invitado por el propio fabricante de los instrumentos, que diez años antes construyó dos instrumentos similares en la ciudad manchega. «Al probarlos y ver que son mejores, mayores y más perfeccionados que los que había en su ciudad, decide quedarse en Málaga», explica Del Pino. Siete conciertos son suyos y otros once llevan la firma de su coetáneo Esteban Redondo. Esto demuestra que se trataba de una «capilla solvente que suscitaba el interés» de los autores.

Reconstrucción sonora

Todas esas piezas fueron escritas hace más de 200 años para los dos órganos que usted ve nada más entrar en el templo. Tal cual están. Solo se ha sustituido el fuelle manual con el que dos personas insuflaban aire al instrumento por uno automático, el resto está igual que en el XVIII. Las partituras, además, incluyen indicaciones precisas de cómo deben ser tocadas atendiendo a las características de esos instrumentos. Con las notas originales, las anotaciones de su autor y el instrumento sin modificar, «podemos hacer una reconstrucción sonora muy cierta de cómo era la música en la Catedral malagueña en el XVIII, y era formidable», precisa Del Pino. «Es apasionante, es un mundo de una satisfacción enorme», añade Martínez Solaesa.

La Capilla de Música Maestro Iribarren rescata el legado musical

  • La música solo tiene sentido cuando se interpreta. De nada sirve tener una colección de partituras de gran valor histórico si nunca más vuelven a sonar. Para investigar, interpretar y difundir el legado musical de la Catedral, el malagueño Antonio T. del Pino fundó hace ahora diez años la Capilla de Música Maestro Iribarren. En los dos últimos años, esta agrupación ha asumido el reto de organizar los conciertos de Navidad en la Catedral, desempolvando partituras inéditas o pocas veces interpretadas desde hace dos siglos. Tal y como se hacía entonces, el programa se recoge en pliegos que se reparten entre los fieles para seguir las letras.

  • Algunas piezas las han registrado en una colección titulada Monumentos sonoros de la Catedral de Málaga, que ya cuenta con dos discos en el mercado (producido por Esirtu). Es un trabajo «largo y costoso» que empieza en el archivo «buscando material interesante» que llegue al público de hoy para transcribirlo y ensayarlo. Del Pino, segundo organista de la Catedral, ha recuperado en versión concierto más de 30 obras de Iribarren, mientras que como investigador (realiza su tesis doctoral en la Universidad de Jaén en régimen de cotutela con el Pontificio Instituto de Música Sacra de Roma) profundiza en las 24 Lamentaciones de Semana Santa del maestro que hay en Málaga.

Muchas no se interpretan desde el tiempo en el que fueron escritas. Como indica Martínez Solaesa, el maestro de capilla era «un hijo de su tiempo» que reflejaba las modas musicales de la época. «Hay piezas del XVIII que dejaron de ser habituales, que pasaron de moda o que incluso fueron prohibidas», detalla. De hecho, hasta bien entrado el siglo XX se ha cantado una música que ahora solo se escucha en conciertos porque la liturgia se hace ya en castellano. «Pasarán cien años y esa música, al no reproducirse, pasará al olvido y será objeto de la investigación y curiosidad», vaticina Martínez Solaesa.

Pero la memoria de Iribarren y Torrens, como máximos exponentes de la música Barroca en Málaga, siempre ha estado presente. Los grandes compositores y musicólogos malagueños de los siglos posteriores reconocieron el valor de sus creaciones. Durante el siglo XIX, cuando los paradigmas musicales iban ya por otro camino, Eduardo Ocón transcribió alguna obra del maestro navarro. A finales de ese siglo y principios del XX, musicólogos como Rafael Mitjana llamaron la atención sobre su producción, «pero con la escasez de medios de esos años, poco o nada se hizo», explica Del Pino. Ya en los años 70 el Padre Gámez dedicó su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Telmo al maestro Iribarren, llevando de nuevo sus composiciones al directo con distintas agrupaciones. Hoy, además de la malagueña Capilla de Música Maestro Iribarren, la Orquesta Barroca de Sevilla o Al Ayre Español han grabado algunas de su partituras que se conservan en Málaga. La Catedral se sigue escuchando.

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