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El virus de la gripe AH1N1 fue reconstruido en 2005.
Hace un siglo: la gripe de 1918-1919 y su repercusión en Málaga

Hace un siglo: la gripe de 1918-1919 y su repercusión en Málaga

Fue la mayor catástrofe demográfica de la historia con 50 millones de muertos

elías de mateo avilés

Domingo, 15 de marzo 2020, 14:14

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Entre la primavera de 1918 y la de 1919 el mundo asistió a la mayor catástrofe demográfica que ha padecido la humanidad. Una variante especialmente agresiva del virus de la gripe ocasionó, en menos de un año, en torno a 50 millones de muertos. Unos 500 millones de personas padecieron la enfermedad, casi un tercio de la población mundial de entonces.

Origen, oleadas y víctimas

Se barajan tres hipótesis sobre el lugar donde se inició la enfermedad. La más probable nos dice que apareció en Haskell (Kansas). En enero de 1918 algunos campesinos enfermaron con unos síntomas similares a los de la gripe estacional. Luego, durante marzo, lo hicieron más de mil soldados en el cercano campamento militar de Funston. Un 20% de los afectados sufrió neumonía y se produjeron 48 fallecimientos. Desde allí, la enfermedad fue llevada por los soldados norteamericanos a Europa.

Una segunda hipótesis, fija el origen de la pandemia en una base militar inglesa de Étaples al norte de Francia. Y un origen menos probable, dice que, en Shauxi (China), en diciembre de 1917 surgió una enfermedad parecida a la gripe. Cien mil trabajadores chinos fueron llevados a Francia donde se encargaron de cavar trincheras.

La gripe presentaba unos síntomas claros: tos, fiebre alta, dolores musculares generalizados… y posibles complicaciones sobre todo neumonía que, en ocasiones conducían a un fatal desenlace. Pero ¿cuál era su etiología? En 1892 un médico alemán, Richard Pfeiffer la había atribuido a una bacteria que recibió su nombre, el bacilo de Pfeiffer. Sin embargo este no se encontraba en la garganta de muchos enfermos de gripe. Había desconcierto, y ningún tratamiento efectivo. Parecía cierto que el agente causante se propagaba por el aire. Se pusieron en práctica medias de aislamiento, profilácticas y tratamientos paliativos: cuarentenas, dietas, antisepsia de la boca y la garganta, quinina, salicilato, codeína, aspirina, aceite alcanforado… Incluso sangrías y suero antidiftérico. Se recomendaban también la ingesta de leche y limones. Todo en vano.

Sólo en 1933 y gracias al microscopio electrónico pudo aislarse y observarse el virus de la gripe y más tarde el subtipo que causó la pandemia de 1918-1919 denominado AH1N1 de extraordinaria virulencia. En muchos afectados una desmedida reacción inmunitaria provocó lo que se ha denominado tormenta de citoquinas. Las víctimas mortales morían, o bien de una neumonía bacteriana oportunista o bien en medio de fuertes hemorragias ahogadas en su propia sangre.

Se produjeron tres oleadas sucesivas. La primera en la primavera de 1918. La gripe fue llevada a Francia por los norteamericanos registrándose en abril casos en Brest y Burdeos. Desde allí, la enfermedad se extendió al resto del mundo.

Lo catastrófico vino en otoño. A finales de agosto y principios de septiembre la gripe reapareció de manera muy virulenta en varios lugares del mundo a la vez: en Brest (Francia), Boston (Estados Unidos) y Freetown (África occidental). Luego se extendió a todo el planeta. Según las últimas estimaciones se produjeron 18.5 millones de muertes en la India, el 6% de la población; entre 4 y 9,5 millones de fallecidos en China, entre un 0,8 y 2% de la población; y 2,3 millones de decesos en Europa, un 0,5% de la población. 

Y, por último hay que reseñar una tercera oleada entre febrero y mayo del año siguiente, 1919. Pero su menor duración y extensión geográfica produjo un menor número de víctimas.

Una peculiaridad que asombró a los médicos fueron las altísimas tasas de mortalidad entre adultos jóvenes.

La gripe llega a España

El virus llegó a nuestro país en mayo. El 2 de junio el corresponsal de 'The Times' en Madrid envío a Londres una crónica donde bautizó a la enfermedad que hacía estragos en la capital: «Everybody thinks of it as the Spanish influenza today».

Las vías de penetración resultaron ser las líneas ferroviarias, y los portadores los trabajadores españoles y portugueses que viajaban y regresaban desde Francia. Desde Medina del Campo la epidemia se propagó al resto del país, pero afectó principalmente a Madrid.

Como España permanecía neutral, no existía ningún tipo de censura. El 23 de mayo la noticia fue portada del 'Heraldo de Madrid', de 'El Liberal', de 'ABC' y de 'La Época' con un mensaje de tranquilidad para la ciudadanía: «reviste características de benignidad extrema, a pesar de su gran poder de difusión».

El Gobierno de Antonio Maura tomó medidas. Se convocó a los médicos más prestigiosos de Madrid. Luego se hizo pública una nota de prensa donde se afirmaba que «se trata de una infección acentuadamente gripal y cuyo microbio no ha sido todavía determinado.» Como medidas preventivas y terapéuticas recomendaba «el aislamiento de los atacados, desinfectándose rápidamente las habitaciones que estos hubiesen ocupado.» También se incidía en la necesidad de aireación de las casas; en evitar lugares con gran aglomeración de público y el contacto directo con los enfermos; en enjuagues de boca y nariz; paseos al aire libre y una alimentación sana y variada».

Enfermaron Alfonso XIII y varios miembros del Gobierno, entre otros Eduardo Dato
Enfermaron Alfonso XIII y varios miembros del Gobierno, entre otros Eduardo Dato

La enfermedad de propagó velozmente. Alfonso XIII cayó enfermo el día 26. Le siguieron el ministro de Asuntos Exteriores, Eduardo Dato. Luego se contagiará el ministro de Justicia, Conde Romanones, el presidente del Congreso, Santiago Alba…Fue preciso fumigar Congreso y Senado. El 28 de mayo, El Sol abría su primera página con un gran titular: «En Madrid hay 80.000 atacados».

La actividad diaria en la capital de España se vio profundamente afectada. Paralizó Correos. También se vieron afectados los tranvías y los teatros. En esta primera oleada, la gripe costó la vida a 1.500 madrileños. Las Casas de Socorro y el Hospital Provincial se vieron desbordados.

Los apodos de la enfermedad y la respuesta médica y sanitaria

En la calle se barajaron denominaciones un tanto frívolas: la epidemia reinante, la enfermedad de moda, la fiebre de los tres días, enfermedad no diagnosticada, la epidemia del día… Pero sin duda, el originalísimo nombre con el que ha pasado a la memoria colectiva fue el soldado de Nápoles. Era el título de una canción muy pegadiza (como la propia enfermedad) que formaba parte de la zarzuela La canción del olvido.

Medidas contra una pandemia. Así lo hicieron los pueblos de Burgos en 1918.
Medidas contra una pandemia. Así lo hicieron los pueblos de Burgos en 1918.

Mientras que los países en guerra decidieron aplicar una férrea censura, en España, las autoridades decidieron hacer un ejercicio de transparencia informativa, con notas oficiales y ruedas de prensa.

Pronto surgieron fenómenos como el acaparamiento y los precios se dispararon. Simultáneamente, farmacéuticos y laboratorios ofrecían remedios sin ninguna garantía científica: la Emulsión Marfil de Guayacol; el Zotal («la epidemia reinante se evita desinfectando con Zotal»); el Suero Antigripal Universus; Respirol- Riosa del Dr Wagner, «es el más eficaz remedio curativo y preventivo contra la epidemia».

Chiste gráfico que relacionaba la gripe con El Soldado de Nápoles.
Chiste gráfico que relacionaba la gripe con El Soldado de Nápoles.

Dada la idiosincrasia de los españoles, aparecieron chistes gráficos (los actuales memes) no exentos de frivolidad, pero también de la desconfianza hacia los médicos y los políticos. La caricatura aparecida en El Sol con tres biólogos del Instituto Nacional de Higiene suplicando ante un monstruoso y enorme microbio que se identificase («¡Anda, precioso! ¡Dinos quien eres!») resulta emblemática.

La segunda y la tercera oleada: una catástrofe sin precedentes

El segundo brote apareció de manera brusca y simultánea en toda España a principios de septiembre. Coincidió con muchas fiestas patronales; con la vendimia; con la incorporación a filas de los nuevos reclutas y con el regreso de los trabajadores desplazados a Francia durante la I Guerra Mundial.

Ahora la mortalidad fue mucho mayor. En las provincias más afectadas se alcanzaron 15 fallecimientos por mil habitantes. En total, la gripe del otoño de 1918 se cobró en España casi 250.000 víctimas mortales, un 1'5 por ciento de la población.

El Gobierno se vio desbordado. El endeble sistema de atención sanitaria a cargo de Ayuntamientos y Diputaciones, colapsó. Los acaparadores camparon por sus respetos. Los primeros casos se registraron en Madrid, Ávila, Murcia, Almería, Valencia y Alicante. El día 13 el ministerio de la Gobernación difundía una nota oficial donde informaba que «se ha recrudecido la gripe en España hasta el punto de presentarse distintos focos en muchas provincias con carácter expansivo, gran número de atacados y con la mortalidad propia de la gripe, causada singularmente por complicaciones broncopulmonares» y se reiteraban las instrucciones de profilaxis, ya adoptadas en primavera. Las sospechas sobre las vías de penetración del se centraron en el trasiego de trabajadores desde y hacia Francia, estableciéndose «estaciones sanitarias» y hospitales de aislamiento. El día 24 se cerraron las fronteras, y el 9 de octubre se prohibió el embarque de emigrantes por los puertos.

Los infectados se contaba por cientos de miles y el de fallecidos por miles. Solo en Barcelona, durante octubre se registraron más de 150.000 casos y 10.000 defunciones. En los cuarteles y en los barcos la gripe hacía aún más estragos. En muchas localidades pequeñas falleció, a causa de la pandemia, el médico. Se reclamó a los colegios médicos facultativos voluntarios y se construyeron lazaretos.

Además, se producía la muerte súbita de personas jóvenes, entre 20 y 40 años. Al hacerles la autopsia, los forenses observaban sus pulmones congestionados de sangre.

Ante la gravedad de la situación se decretó el 11 de octubre «el retraso de la apertura del curso y la clausura de todos los colegios oficiales y particulares, así como la desinfección constante de los teatros y cuantos locales se den espectáculos públicos».

Los periódicos comenzaron a ser críticos con el Gobierno. El Heraldo de Madrid denunciaba que «estamos bajo los efectos de una epidemia muy seria», e instaba a los poderes públicos a que «tranquilizasen a la población no con engaños, sino con la actuación y los hechos.»

Durante octubre la pandemia llegó a los rincones más recónditos: «Almería: la epidemia gripal ha invadido casi todos los pueblos de la provincia. Barcelona: los cadáveres tienen que quedar, en su mayoría, en los depósitos, por falta de tiempo para enterrarlos».

Casi siete millones de españoles de una población total de veinte millones se contagiaron y falleciendo entre 200.000 y 260.000 personas. A finales de noviembre, esta segunda oleada comenzó a decrecer.

La tercera oleada o brote tuvo lugar entre febrero y mayo de 1919 y afectó, sobre todo, a las personas que carecían de defensas.

La gripe llega a Málaga

El día 24 de mayo de 1918, convocada por el Alcalde, Mauricio Barranco, se reunió la Comisión Permanente de Sanidad. Se instó al Ayuntamiento para que librasen 25.000 pesetas «para atender a los medios que eviten toda propagación». Se intensificó el riesgo y limpieza de las calles, «ofrecer al cuerpo militar los aparatos y material sanitario disponible; la confección de un catastro sanitario y constituir una comisión de seguimiento diario de la crisis sanitaria integrada por el Gobernador Civil, el Alcalde, el presidente de la Diputación y el inspector provincial de sanidad».

En Málaga, el vector de entrada fueron dos buques de guerra anclados en el puerto, los cañoneros María de Molina y Álvaro de Bazán.

El día 31 las autoridades dictaron un completo «programa profiláctico», que incluía el refuerzo del personal de las casas de socorro; solicitar la colaboración del Colegio Farmacéutico para que «no falten drogas»; preparar «los dos locales del Parque Sanitario Municipal para la atención de los casos que ocurrir puedan en pobres de solemnidad; limpieza frecuente de las vías públicas; intensificar las inspecciones sanitarias sobre el transporte y manipulación de alimentos; «que los empleados de los cementerios se laven y desinfecten antes de regresar a la población»; obligar a las empresas de pompas fúnebres a desinfectar diariamente sus vehículos; prohibir la venta de ropa y muebles usados «que no hayan sido previamente desinfectados y lavados»; obligar a dar parte de cualquier «enfermo infecto-contagioso» con el fin de aislar y desinfectar el domicilio de los tacados; elaborar el catastro sanitario de Málaga, «fijándose particularmente en los depósitos de aguas, retretes, uso de escupideras, cocinas, etc.»; la puesta a disposición de la ciudad del pabellón de infecciosos del Hospital Civil y contemplar la clausura de las escuelas públicas.

El inspector provincial de Sanidad, el doctor Juan Rosado Fernández elaboró unas Instrucciones sobre la profilaxis colectiva e individual de la «grippe» que se publicaron en los periódicos y en forma de libro. En ellas, se definía la enfermedad según la concebía –equivocadamente- la medicina de entonces: «La grippe es una enfermedad infecto-contagiosa: infecciosa, porque se produce por un agente microbiano que, siendo de naturaleza fermentativa, prende y se multiplica –vive, en una palabra- en el medio humano, y contagiosa, porque se propaga de persona a persona por los productos de las vías respiratorias, especialmente, procedentes de enfermos de la misma clase, favoreciendo el contagio de la aglomeración de gentes en locales cerrados».

Este primer brote resultó en Málaga muy limitado. Afectó a las tripulaciones de los dos buques de guerra ya citados que quedaron aisladas en el Hospital Militar. También se extendió a algunas localidades de la provincia, como Villanueva de Tapia y Vélez-Málaga. Cayó enfermo, aunque sin gravedad, el obispo, Manuel González. En la ciudad de Málaga padecieron la enfermedad 3.000 personas con muy pocas muertes.

El mortal brote de otoño en la ciudad y en la provincia

Lo peor llegó en septiembre. El día 15 La Unión Mercantil bajo el título Otra vez la grippe, decía: «Hemos de dar la voz de alarma a fin de que la epidemia gripal que, de nuevo invade España y ya ha comenzado a manifestarse en esta, adquiera un desarrollo que sería demasiado lamentable». El primer foco se produjo en uno de los cuarteles de la capital. El día 17, el alcalde ordenó «el riego frecuente de las calles, que se blanqueen las casas y desinfección de aquellas en las que haya un enfermo que padezca la enfermedad por parte del Laboratorio Municipal».

Comenzaban los fallecimientos en masa. Y la extensión de los contagios al resto de la provincia. Primero fue Antequera, donde comenzaron las muertes el día 25. Luego le siguieron Marbella. Ya en octubre llegaban noticias alarmantes procedentes del Rincón de la Victoria, Macharaviaya, Monda, Ardales, Cuevas Bajas, Almogía, Pizarra, Faraján, Cañete la Real, Alhaurín de la Torre, Genalguacil, Benalmádena, Mijas, Vélez-Málaga, Benamargosa, Iznate, Torrox, Fuengirola, Benamocarra, Nerja, Teba, … Ninguna localidad se libró. Las muertes se producían de manera fulminante. El personal sanitario también contraía la enfermedad y, en algunos casos, moría. Los periódicos establecieron secciones fijas como La epidemia (El Regional) o La epidemia reinante (La Unión Mercantil). Durante el mes de noviembre se alcanzó el apogeo de infecciones, descendiendo estas bruscamente a principios de diciembre.

Las autoridades malagueñas adoptaron, el día 27 de septiembre nuevas medidas: la desinfección y limpieza periódica de los vagones de ferrocarril y de los tranvías; un crédito extraordinario del Ayuntamiento de Málaga por importe de 25.000 pesetas «para atender las primeras eventualidades epidémicas»; el incremento del riego y limpieza de las vías públicas; la reimpresión de folleto del propio doctor Rosado; ofrecer a las autoridades militares el material existente en el Parque Sanitario Municipal; solicitar del obispo que publicase el referido folleto de instrucciones contra la gripe en el Boletín Eclesiástico; la desinfección de cualquier barco sospechoso que arribase al puerto; y «la conveniencia de que el retrete para obreros en la plaza y explanada del puerto se le dote de agua constante».

Al día siguiente, en un editorial titulado La epidemia, el diario El Regional criticaba las medidas adoptadas por insuficientes, calificándolas, en su conjunto de «elementales deberes de policía urbana», añadiendo: «Hace falta algo más, mucho más. Todavía no sabemos qué lugar hay dispuesto, que material sanitario preparado, que personal técnico apercibido para hacer frente al peligro posible de una invasión, que puede presentarse (…)».

Todo resultó inútil. El número de enfermos y de fallecidos crecía. En Vélez-Málaga se contabilizaban, a principios de noviembre, 400 enfermos. En el convento de franciscanos casi todos los frailes enfermaron y fallecieron los más jóvenes. Estepona, por su parte, contabilizaba 880.

Se adoptaron medidas de control y cuarentena en los accesos a la capital, estableciéndose «puestos sanitarios» a cargo de los médicos de la Beneficencia Municipal en Bella Vista, Cruz de Humilladero, Olletas, Churriana, Zamarrilla y Casillas de Morales. En las Casas de Socorro la asistencia era gratuita.

El tráfico portuario se resintió. Las escuelas se clausuraron. Se suspendieron las fiestas de El Palo y se prohibió la visita a los cementerios el día de los difuntos. El número de defunciones no bajaba de cinco diarias.

En diciembre la gripe comenzó a remitir dejando como trágico rastro casi 1.500 defunciones en la capital. No se clausuraron teatros, cines y otros espectáculos públicos. La Iglesia malagueña no convocó procesiones o rogativas multitudinarias. El obispo, Manuel González dictó el 1 de octubre una circular solicitando a los malagueños que «pidan a Dios que cese tan grave infortunio (…) y socorran abundantemente a los desvalidos que yacen postrados bajo las garras de la miseria y del dolor. Al mismo tiempo mandamos a todos los párrocos (…) que guarden fielmente en su recinto las prevenciones higiénicas más aptas para evitar contagios morbosos, y que cumplan las medidas profilácticas dictadas por las autoridades civiles y sanitarias».

La primavera de 1919. El final de le epidemia y sus secuelas

A mediados del mes de marzo de 1919 Málaga se vio afectada por la tercera oleada de la pandemia. El número de afectados fue muy reducido, pero el índice de mortalidad entre los que contrajeron la enfermedad resultó muy elevado, especialmente entre los jóvenes.

En este último brote gripal falleció un personaje relevante de la vida cultural, el joven y prometedor pianista, director de la Sociedad Filarmónica y catedrático del Conservatorio José Barranco Borch. Durante la última semana de aquel aciago mes, no bajaban de diez las víctimas mortales diarias.

En Málaga debió suceder como en el resto del mundo: una de cada tres personas había enfermado. Una de cada diez de estas, había muerto». No es posible rastrear a través de las fuentes históricas convencionales lo que sucedió en cada hogar, en cada familia afectada. La gripe dejó con seguridad huérfanos y mató a esposas y maridos. Los primeros debieron ser criados por familiares cercanos. Viudos y viudas jóvenes debieron contraer segundas nupcias. Aquella pandemia y sus secuelas se vivieron más como una serie de tragedias familiares e individuales que como lo que también represento, la mayor crisis sanitaria del siglo XX.

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