
El cardenal Cristóbal López (Vélez-Rubio, 1952), arzobispo de Rabat, no hay que rebuscarle mucho para encontrarle el voto de pobreza. Lleva una de las ... patillas de las gafas enganchada con un alambre, mientras que su anillo episcopal es de un metal sencillo y sin ningún tipo de adorno. «Me lo hizo un orfebre que es minusválido y enseña el oficio con metales reciclados a otras personas con discapacidad física o psíquica. Me costó 35 dirhams, unos tres euros y medio al cambio», dice. Salesiano y de 72 años, va a ser uno de los purpurados que participen en el cónclave para elegir al nuevo obispo de Roma, un cargo al que a su juicio no se puede aspirar: «Si alguien entre nosotros desea ser Papa, o está mal de la cabeza o está mal de corazón».
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– ¿Cómo está viviendo estos momentos?
– En primer lugar con pena, por la partida de quien era un padre, un hermano mayor, un amigo y un ejemplo de buen pastor. Pero una vez hecho el duelo de la partida de nuestro querido Papa Francisco, estoy con mucha paz, serenidad y sobre todo esperanza de que el Espíritu Santo actúe a través de nuestra pobre mediación para encontrar la persona más justa que dé en este momento histórico la respuesta necesaria a la situación del mundo y de la Iglesia.
– ¿Cómo van los encuentros de cardenales previos al cónclave?
– Las congregaciones generales todavía son genéricas porque hemos hablado de cuestiones organizativas y aún no hemos entrado en el meollo de la cuestión. Lógicamente, pretendemos conocernos, porque los cardenales somos muchos y hemos tenido pocas oportunidades de encontrarnos. Gracias al Sínodo al menos un buen grupo nos hemos conocido, pero falta mucho todavía. Tenemos que compartir las visiones que cada uno tiene de la situación del mundo y de la Iglesia e ir poco a poco formando un retrato robot de cómo debería ser la persona que asuma el timón de la barca de Pedro.
– ¿Hay unidad en el Colegio Cardenalicio?
-Unidad sí, pero en la diversidad. Uniformidad, no. Hay posturas diversas, eso se sabe, es notorio y no revelo ningún secreto, porque cada uno somos diferentes. Y desde esta diversidad debemos hacer el esfuerzo de construir continuamente la unidad. Habrá pareceres diferentes, pero eso no nos divide, sino que nos enriquece si somos capaces de respetarnos los unos a los otros y de escucharnos.
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– ¿Cómo se imagina al nuevo Papa?
– Tiene que ser un buen cristiano, una buena persona y alguien que tenga, no digo don de gentes como alguien que es capaz de teatralizar, que por ejemplo Juan Pablo II lo tenía y mucho, pero sí cercanía, empatía y ser un buen pastor.
– ¿Hay que estar un poco loco para aceptar el papado?
– No, un poco, no. Totalmente, pero no para aceptarlo, sino para desearlo. Yo no digo que hay que estar loco para aceptar el papado, porque para eso hay que ser obediente a lo que Dios te pide. Pero sí para desearlo. Si alguien entre nosotros en el fondo de su corazón desea ser Papa, yo lo repito: o está mal de la cabeza psicológicamente, o está mal de corazón, porque desea un poder, un honor, un puesto, que nadie debería desear, porque es un servicio que se hace si se nos pide. Disponibilidad toda, pero deseo ninguno.
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– Le veo bien de la cabeza y parece que también del corazón. ¿No tiene entonces usted deseos de ese tipo?
– Ninguno. Ya he dicho por ahí que si me veo en peligro salgo corriendo y me encuentran en Sicilia.
– ¿Pesa el origen geográfico a la hora de elegir al Papa? ¿Podría venir de Asia o África?
- Perfectamente el próximo Papa puede venir de algún país remoto asiático o de las selvas africanas. Esas iglesias van estando más que maduras como para ofrecer también la posibilidad de que alguien nacido en esos continentes esté al frente de la Iglesia.
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- ¿Habrá continuidad con el pontificado de Francisco?
-Siempre tiene que haber continuidad, porque la Iglesia es la misma, pero no es continuidad con Francisco, sino con Cristo. No se puede decir que si somos de Francisco, de Juan Pablo o de Benedicto. Somos de Cristo y tenemos que encontrar la continuidad con la raíces, que son el Evangelio, y con el tronco, que es toda la tradición vivida a lo largo de los siglos. Cuando digo tradición lo digo con toda la fuerza. Ser tradicionalista no es volver al siglo XIX, es retroceder hasta la raíz, hasta la fuente, recorrer toda la historia, enriquecida por los siglos de experiencia y mirar al futuro con los ojos de hoy para dar respuesta a los problemas actuales. No ha habido nadie más tradicionalista que Francisco, porque nos ha ayudado a conectar con las raíces.
- ¿Es el momento de institucionalizar los cambios impulsados por Francisco?
-No lo sé. No estoy preparado para ese tipo de diagnóstico. Indudablemente el Papa dijo que no le interesaba mucho organizar eventos, sino más bien iniciar procesos. Hay algunos procesos que él inició que están inconclusos y necesitan una continuidad, una consolidación y una extensión. Cito uno solo, la sinodalidad. Ha sido algo que el Papa no se inventó porque es tan antiguo como la Iglesia misma, pero que en Occidente, en Oriente no, lo habíamos guardado en el baúl de los recuerdos. Estaba en letargo y el Papa lo ha resucitado y lo ha puesto sobre la mesa, con gran beneficio a mi juicio. Otro elemento es el de la Iglesia en salida, en diálogo y que va al encuentro de las otras religiones, de quienes son diferentes. Son procesos evangélicos, no invenciones de Francisco y debemos continuarlos.
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