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Lunes, 25 de abril 2016, 02:01
Viendo cómo lo pasa Leonardo DiCaprio en El renacido, lo cierto es que el suyo no parece un modelo de vida muy apetecible. Pero, más allá de los incontables padecimientos del protagonista, si borramos de nuestro recuerdo imágenes como el ataque de la osa o el cadáver de caballo utilizado como saco de dormir, la película permite entender la fascinación que lleva a muchos estadounidenses a reproducir las experiencias de aquellos pioneros: es la llamada de los espacios abiertos, de la naturaleza virgen, de los parajes en los que nadie ha trazado todavía una senda, y también la satisfacción íntima de sentirse autosuficiente, libre de las mil dependencias que atan al hombre contemporáneo. «Tenían una confianza en sí mismos y una determinación que están a punto de perderse en nuestra sociedad», resume a este periódico Jim Hannon, el capitán o máximo responsable de la asociación American Mountain Men (AMM), que trata de recuperar las destrezas de Hugh Glass el personaje real en el que se basa El renacido y otras figuras «olvidadas» de la primera mitad del siglo XIX.
El grupo reúne a unos seiscientos miembros, cuyo interés por la figura de los viejos tramperos y frontiersmen va mucho más allá de la mera afición o de algo tan difuso como el interés. En AMM solo se puede ingresar por invitación, con el aval de algún socio relevante, y al principio hay que superar una etapa formativa que ronda los dos años. En ese tiempo, el aspirante debe completar diez requisitos, a elegir de una lista de quince: uno de los más importantes consiste en pasar tres días y dos noches en la naturaleza, sin compañía, en lo que ellos denominan «condiciones primitivas» y alimentándose de lo que pueda cazar. También hay exigencias como ser capaz de desollar un animal, haberse cobrado alguna pieza con un arma de avancarga o con arco y flechas, dominar el lenguaje de signos de los indios de las llanuras, haber pernoctado en «campamentos primitivos» en todas las estaciones del año o, cómo no, saber seguir rastros y fabricar trampas. Los miembros, que tienen que redactar un trabajo escrito sobre los pioneros, son eruditos en las cuestiones más insólitas y comparten a través de internet documentos como el Manual básico del lanzamiento de cuchillo.
«Las destrezas, para mí todo empezó ahí se emociona Todd Daggett, que reside con su esposa y sus cuatro hijos en una auténtica cabaña restaurada del siglo XIX. Ya de niño me consumía esa idea: cómo encender una hoguera con pedernal y eslabón o con un arco de fuego, cómo cazar, dónde encontrar agua. Pronto empecé a leer sobre estos hombres y sus historias de aventura y valentía y, con 11 años, me hice mi primera ropa de ante. Para mí, AMM no es un hobby: es una pasión, una forma de vida». Cuando le llegó el momento iniciático de la expedición de supervivencia en solitario, Todd decidió marcharse de su hogar en Illinois a Alaska: «Pasé allí once días. Aprendí mucho sobre mi equipamiento y todavía más sobre mí mismo: estar en cuclillas en una ladera, con el arma sobre las piernas, dominando un valle que seguramente nadie ha visto nunca desde ese punto... Respiras hondo porque estás absorto en ese momento y quieres olerlo», dice este hombre, que en aquel viaje se recuerda también acurrucado bajo una manta helada, «comiendo trozos de salmón junto a un fuego vacilante, mientras aullaba una manada de lobos».
Todos los miembros de la asociación atesoran en su memoria los momentos de comunión con el entorno, cuando su empeño por retroceder en el tiempo adquiere pleno sentido. «Para mí, lo más bonito es atravesar espacios abiertos a caballo, avanzando hacia las montañas. La sensación de libertad que se experimenta entonces es algo que poca gente puede entender», explica desde Misuri el capitán Hannon. Y, en Colorado, Bradley C. Bailey no tiene duda sobre su mejor recuerdo vinculado a la naturaleza: «Pasé ocho días en las montañas de Wyoming con mi hermano Tailgunner, atrapando castores como lo hacían los hombres de las montañas originales. No pasamos hambre, porque cogimos veintidós castores y un par de ardillas: eso te hace adquirir perspectiva sobre cómo vivían entonces, con una cantidad enorme de trabajo desde el alba hasta el ocaso». Bailey y el bigotudo Tailgunner un experto en curtir cueros utilizando los sesos del propio animal se retrataron con las pieles de los castores extendidas sobre aros de mimbre, en una estampa que, virada al sepia, podría colar como una reliquia de otro tiempo.
En canoa por el río Illinois
En sus expediciones no faltan las situaciones de peligro, que a veces tienen que ver con los animales más inesperados: Jim Hannon no ha olvidado aquella vez que lideró una brigada de la AMM a través de una sección de las Rocosas, con una reata de caballos de carga y mulas que desencadenó una especie de revolución equina, violenta y con varios heridos. Sin llegar a la carnicería del sufrido DiCaprio, los osos son una presencia recurrente en sus historias. «Me había internado seis millas en los bosques y, de pronto, me encontré entre una osa y sus dos oseznos. Todo lo que tenía era mi fusil de chispa. La mamá osa se levantó sobre las patas traseras y yo fui retrocediendo lentamente. Por fortuna, al cabo de diez minutos, se marcharon. Otra vez, estaba acampando solo en invierno y, por la mañana, vi que un puma había estado dando vueltas por allí durante la noche», evoca Bailey. Pero, a veces, en su discurso también destella una sana desmitificación, como si de pronto decidiesen poner la zancadilla a su agigantada estampa heroica: «Una vez, durante una expedición en solitario para atrapar castores, me introduje con la canoa en el río Illinois: estaba helando, soplaban vientos de cuarenta millas por hora, el agua espumeaba por encima de la barca... Pero aquello no fue peligroso, sino simplemente estúpido. ¡Los castores no andan por ahí con ese frío!», se mofa de sí mismo Todd Daggett.
El éxito de El renacido, en cuya producción colaboró como asesor un miembro de AMM, ha reavivado el interés por la organización: de pronto, todos los días les llegan nuevas suscripciones a su boletín trimestral, El tomahawk y el fusil largo. Es un reflejo ampliado de lo que ocurrió a principio de los 80, cuando Charlton Heston protagonizó El valle de la furia, otro clásico cinematográfico sobre tramperos. Está claro que no todos los recién llegados a este peculiar mundillo se comprometerán hasta el extremo de pernoctar en la nieve, despellejar castores, fabricarse barquillas con pieles de bisonte y, en fin, ingresar en la asociación, por mucho que el capitán Jim Hannon esté convencido de que a todos nos vendría bien dominar unas cuantas técnicas para sobrevivir a la intemperie: «Ya hace muchas décadas que las personas parecen haber perdido la capacidad de cuidar de sí mismas. Y, cuando se pierde la confianza en uno mismo, se pierde también la libertad. Para los mountain men de antaño, o para quienes seguimos su rastro por las montañas usando ropa, destrezas y herramientas similares, la capacidad de sobrevivir es un atributo básico que debería ser inherente a todos los humanos».
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Julio Arrieta, Gonzalo de las Heras (gráficos) e Isabel Toledo (gráficos)
Jon Garay e Isabel Toledo
Daniel de Lucas y Josemi Benítez (Gráficos)
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