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Un grupo de mujeres protesta por los ataques sufridos durante la celebración de la victoria de El-Sisi en mayo de 2014.
Las violaciones tabú del mundo árabe

Las violaciones tabú del mundo árabe

Como ya pasó en la plaza Tahrir, grupos de hombres «de aspecto árabe» atacaron a cientos de mujeres en varias ciudades europeas durante la Nochevieja, un fenómeno «endémico» en los países musulmanes que empieza a denunciarse

julia fernández

Miércoles, 20 de enero 2016, 00:19

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La noche del pasado 31 de diciembre fue movida en Colonia. Las celebraciones por el Año Nuevo dejaron un reguero de incidentes en esta ciudad que se enorgullece de ser la cuarta más grande de Alemania. Hubo de todo: borracheras, peleas, robos y agresiones. La Policía se empleó a fondo. Pero el balance público del día siguiente no reflejaba el infierno que vivieron víctimas y agentes. Tuvieron que pasar cinco días para que se supiera, cuando el número de denuncias presentadas por ataques sexistas rozaba ya el centenar. Las mujeres aseguraban haber sido objeto de restregones, tocamientos, intimidaciones y abusos. En la mayoría de los casos, los responsables eran identificados como hombres de aspecto «árabe» o «norteafricano» que se aprovechaban del azoramiento de las víctimas para hacerse con sus efectos personales. El tema sigue coleando casi dos semanas después. El Gobierno alemán no oculta su preocupación por un acto «planeado» y que se repitió en otras ciudades como Hamburgo y Düsseldorf.

Los ojos de medio mundo se han vuelto para ver qué está pasando en la Vieja Europa, después de que Finlandia, Suiza y Austria hayan dado a conocer que también han sufrido agresiones similares. Tal y como aparece en las denuncias, las víctimas fueron abordadas por grupos de hombres que aprovechando la música y el jolgorio bailaban a su lado e intentaban separarlas de sus pandillas para, después, manosearlas y robarles móviles y carteras. En dos casos, se habla también de violación, aunque los datos son aún confusos. El patrón de conducta es sorprendente para los policías europeos, que no se habían enfrentado a nada parecido. Sin embargo, no es nuevo ni desconocido. Tiene nombre: taharrush gamea, que significa acoso colectivo y se pone en práctica en eventos multitudinarios. «Es un fenómeno sobre todo de Egipto. De hecho, la transcripción del término, que refleja el dialecto egipcio, indica su procedencia», explica Ana Soage, profesora de Política de Oriente Medio en el campus madrileño de la Universidad de Suffolk. La primera vez que saltó a los medios de comunicación fue en 2006, durante la fiesta del Sacrificio, Aid al-Adha. «Grupos de hombres jóvenes y no tan jóvenes perseguían a chavalas, acosándolas, desnudándolas, mientras otros muchos intentaban protegerlas ofreciéndoles refugio en sus casas y en sus comercios. Fue algo colectivo, aunque no diría que organizado, sino espontáneo», añade la investigadora, que ha vivido en varios países árabes.

Cinco años después, aquellas impactantes escenas se repitieron en la plaza Tahrir durante la primavera árabe. En plena revuelta contra Mubarak, las mujeres volvían a ser acosadas y atacadas brutalmente en público. Esta vez no solo quedó retratado por los móviles de los activistas, también lo captaron las cámaras de fotógrafos profesionales como Eman Helal, ganadora de los Egypt Press Photo Awards en 2014, que retrató el calvario de una chica que celebraba el papel femenino en las revueltas con flores. «Disparé y salí corriendo». No quería ser la siguiente. Hoy, Helal se viste con atuendos masculinos y evita ir de noche por la calle. En la plaza de la revolución de 2011 nadie estaba seguro, ni siquiera las periodistas. La sudafricana Lara Logan fue separada de sus compañeros por la multitud para ser violada por «decenas» de hombres. Y la historia se repitió tres años después durante las celebraciones por la victoria de Abdelfatah el-Sisi en las presidenciales. Fue tal escándalo que el propio militar se acercó al hospital para visitar a una víctima cuya agresión en vídeo se propagó rápidamente por las redes sociales. Meses después, su Gobierno aprobó la actual ley contra esta epidemia, que endurecía las penas a los acosadores: hasta cinco años de prisión y 5.000 euros de multa.

El modus operandi de estas agresiones y las de Nochevieja en Europa es muy similar y tienen en el centro al mismo tipo de víctima, una mujer. La pregunta inmediata es ¿por qué? La activista egipcia Mona Eltahaway, agredida sexualmente en 2011 durante la primavera árabe, tiene una explicación aplastante que no gusta a muchos: estamos ante sociedades «misóginas» donde los abusos son «endémicos» y están «alimentados por la tóxica mezcla de cultura y religión». Es decir, para ella hay un innegable componente machista detrás de los ataques. «Existe una especie de jerarquía social en la que los hombres están por encima de las mujeres solo por el mero hecho de serlo», sintetiza Soage. Ello implica que en momentos de frustración, su manera de «reafirmarse» en la pirámide social sea sometiendo al que está por debajo. «Es básicamente una demostración de poder, aunque se trata de un fenómeno complejo imposible de reducir a un único factor», advierte.

El polémico caso de Suecia

  • oleada de agresiones

  • Suecia también ha sido escenario de agresiones sexuales masivas. El Gobierno lo ha hecho público una vez que Alemania, Suiza, Austria y Finlandia denunciaran la oleada de Nochevieja. El caso sueco, sin embargo, viene del verano. Según el principal diario del país, el liberal Dagens Nyheter, ocurrieron en agosto durante el festival We are Sthlm. Los partes que están en posesión de la Policía de Estocolmo reflejan un modus operandi similar al taharrush gamea, es decir, jóvenes que «se restriegan» contra chicas, algunas de 11 o 12 años, y las someten a «toqueteos». Los asistentes al evento señalaron a una quincena de refugiados, «en especial de Afganistán», que formaban parte de una banda como los presuntos autores del acoso. Se presentaron una decena de denuncias que ahora serán investigadas a fondo por si tuvieran relación con los sucesos del 31 de diciembre.

«El acoso sexual hacia la mujer árabe, sea físico o verbal, ha existido siempre», señala Naima Benaicha, profesora de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Alicante. Según ella, el hombre «tiene tanto miedo de que la mujer reduzca su papel de jefe de la sociedad que ha intentado ocultarla», y el velo no sería más que una evidencia de este argumento. Para esta experta, el papel de la religión en el fenómeno es más de escudo que de motor. «Tiene más que ver con el conservadurismo. El hombre agrede a la mujer porque es volento, bárbaro y mala persona, no por musulmán», recalca. Aunque establecer una diferencia tan clara entre ambos conceptos (credo y tradicionalismo) no es tan sencillo. «Yo diría que son indiferenciables. La cultura de estos países está vertebrada por el islam», apunta Santiago Martínez, profesor de Historia en la Universidad de Navarra y coordinador de la Agrupación Universitaria por Oriente Medio (AUNOM).

En Afganistán son habituales las palizas, desfiguraciones, secuestros y homicidios de mujeres y niñas en todo el país, aunque sobre todo en las zonas rurales. Allí es donde los talibanes, fundamentalistas islámicos y férreos defensores del burka, tienen su reino tras ser expulsados del gobierno hace ya casi una década. La administración central, apoyada por la comunidad internacional, no alcanza a esas aldeas y, por tanto, no hay registros oficiales de víctimas más que los casos que llegan a través de las ONG. La cuestión religiosa no es ajena porque impone costumbres sexuales restrictivas, jerarquías sociales y la segregación de sexos. Soage se apoya en un reciente artículo del intelectual egipcio Hamed Abdel Samada para explicarlo. «Al hilo de lo sucedido en Colonia, afirma que una religión que ve a una mujer bien como una posesión o como una amenaza debe considerarse parcialmente responsable de lo que está pasando». Aunque hay matices: «También señala que no es que sea resultado del islam, sino de un ambiente en el que la religión tiene mucha influencia y define la moralidad».

Lo que sí es una novedad en el mundo árabe es hablar del acoso. Hasta ahora era «un tema tabú». «Nunca se había hecho como sucede en estos momentos», se felicita Benaicha. Las agresiones eran «algo íntimo». «Difícilmente una mujer te lo contaba si no era en confianza». ¿La razón? «En estas sociedades, con una estructura tribal en muchos países africanos y de Oriente Medio, el honor de la familia lo custodian ellas», apunta Martínez. Una víctima de abuso mancilla la honra de los suyos. O la mancillaba porque, por fortuna, cada vez hay más activistas dispuestos a denunciar estos casos y a colocarlas a ellas en el lugar que les corresponde: el de los verdaderos mártires.

Yemen, Irak, Siria...

En Egipto los casos de acoso son un plaga, pero también en Yemen, donde por ley la esposa le debe obediencia al marido y se permite la poligamia. El Estado Islámico secuestra en Irak a jóvenes que viola, prostituye y casa a su antojo. En Siria hay familias que venden a sus hijas para poder comer...Todos estos países están unidos por un fenómeno del que no conviene abstraerse: «La inestabilidad», subraya Soage. Las mujeres «se convierten en objetivos por una serie de factores (intimidación para que no participen en las movilizaciones, venganza contra sus guardianes varones...) que tienen más que ver con el poder y la honra que con gratificar un deseo sexual».

Esos vaivenes son también responsables de que los problemas de las mujeres queden en un segundo plano. «Falta protección judicial. En el Magreb, por ejemplo, hay leyes, pero el caos es tan grande que no se aplican», indica Benaicha. Y en otros países, los gobiernos tratan de «mantener la paz social, algo que les importa más» que lo que le sucede a este colectivo. Además, algunas de esas administraciones tienen como opositores a islamistas y salafistas, que sí ven una victoria en una mujer velada. «Son sociedades conservadoras y los gobiernos son vulnerables ante sus chantajes», apostilla Soage. «Les acusan de sucumbir a las presiones occidentales y de no defender los valores de la sociedad» al plantear medidas más aperturistas y garantizar los derechos de colectivos como las mujeres y los homosexuales.

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