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Málaga
Miércoles, 9 de mayo 2018, 18:18
El Archivo Histórico Provincial dedica este mes de mayo a la industria cervecera malagueña en los siglos XIX y XX con una una recopilación de documentos relativos a la misma, que se complementa con información general sobre la industria y la economía malagueña de la época. Una actividad divulgativa de aspectos de la historia de Málaga a través del patrimonio documental que custodia el Archivo, que en esta ocasión, además, está vinculado a otro tipo de patrimonio de gran importancia para la ciudad y la provincia: su patrimonio industrial. La industria cervecera está relacionada con la producción agrícola, con el diseño industrial, con la planificación urbanística y, desde luego con el consumo, documentos que posteriormente son conservados en el Archivo Histórico Provincial. Además no se ha de olvidar que esta industria, desde finales del siglo XIX, ocupó una numerosa mano de obra.
Durante el siglo XIX hay constancia de varias fábricas de cerveza en Málaga como la de Antonio Luroth, situada en C/ Nuño Gómez, que se dedicaba, además, a la prensa de la uva, fábrica de aguardientes y almacén de vinos. También están registradas la fábrica de cerveza José Sánchez Rico, en el Barrio de El Perchel, y la de Enrique Hesindel.
Ya lo largo del siglo XX se crean las más conocidas fábricas, algunas de ellas han llegado hasta nuestros días. La primera es El Mediterráneo (1909) situada en C/ Canales. Disponía de una maquina para hielo de ácido carbónico a 600 kilogramos hora, 1.651 barriles para cerveza, una maquina para gaseosas, 83.200 botellas para cervezas y gaseosas, cinco carros con los arreos y cinco caballerías. En 1908 la fábrica funcionaba con electricidad, mientras que el alumbrado era a gas. En 1918 sufrió un incendio, llegando a estar activa hasta 1933.
A todos nos sonará Franquelo S.A., también conocida como Cerveza Victoria (1928), situada en origen en la calle Don Iñigo en un terreno de 2.088,79 m2, en el barrio de El Perchel. Los socios fundadores fueron Luis y Ricardo Franquelo y el médico Diego Narbona, con un capital social de 1.032.000 pesetas. En sus inicios contaba con 85 trabajadores y tenía una capacidad de producción diaria de 15.000 litros que se distribuían en Andalucía y Marruecos. En el año 1996, ya ubicada en el polígono Guadalhorce desde los años 60, cierra su antigua fábrica. Las nuevas instalaciones de Victoria han sido inauguradas en Málaga en el año 2017.
Cerveza Costa del Sol S.A. (1965), fue fundada por un grupo de comerciantes malagueños ante la buena perspectiva del sector cervecero en la Costa del Sol. La fábrica se situaba en la Carretera de Olías en un terreno de 5.000 m2, contó con un capital de 10.000.000 de pesetas y una proyección de producción de 20.000 HL/año. Esta pequeña fábrica que tan sólo contaba con 10 empleados no llegó a hacer competencia en la industria cervecera local.
Cerveza San Miguel (1966), el otro gigante, entre 1964 y 1965 construía su planta de Málaga con una inversión de 400 millones de pesetas. Fue la segunda planta cervecera de dicha marca, la primera estaba situada en Lérida. Se situó en terrenos próximos al aeropuerto, por tanto afectados por la servidumbre aérea lo que obligó a realizar bodegas semienterradas para un aislamiento eficaz de los barriles a ras del suelo. En la década de los 80 la planta de Málaga es dotada con la más novedosa tecnología y se convierte en la más moderna cervecera de España.
El desarrollo industrial alcanzado en Málaga durante el siglo XIX fue importante, tanto que hacia 1850 Málaga era la segunda ciudad industrial después de Barcelona. Los sectores siderúrgico y textil habían generado a su alrededor gran número de pequeñas industrias auxiliares, fábricas de jabón, de curtidos, de pintura, de cerveza, de salazones, serrerías de madera. Este desarrollo industrial favoreció la instalación de la red ferroviaria entre Córdoba y Málaga, entre otras infraestructuras.
A lo largo del primer tercio del siglo XX, la población malagueña crece. En cuanto a la economía, es esta una etapa de reajustes, cuyos resultados finales son: el afianzamiento y cierta expansión y mejora de la agricultura, que se consolida como el sector dominante; el progresivo desmantelamiento industrial y el fluctuante desenvolvimiento del comercio. Todo ello en el seno de una sociedad atrasada y escasamente alfabetizada, en la que una reducida oligarquía desempeña el papel hegemónico mediante el poder económico y político.
La depresión económica y los problemas sociales con que se cierra la historia malagueña del siglo XIX prosigue en los primeros años del XX. La neutralidad española durante la I Guerra Mundial abrió paso a una corta coyuntura de recuperación económica, pero se agudizó la conflictividad social e irrumpió una crisis de contenido revolucionario.
En la década de los años 20 se procuró enderezar la situación económica del país, fomentando la industrialización, mejorando la agricultura, impulsando el comercio exterior y desarrollando un amplio programa de obras públicas. Todo ello, al amparo de la próspera coyuntura de «los felices años 20». Al final, el «crack» del 29, en el exterior, rompió la balanza económica y, en el interior, volvieron a aflorar los viejos males de la política y de la economía española. Tras la Guerra Civil y el periodo de Autarquía económica, en los años cincuenta se va afianzando una economía dual en el ámbito malagueño: un sector moderno y progresivo, el turismo, y otro tradicional y regresivo, la agricultura.
Las condiciones de trabajo, en el siglo XIX y principios del XX en las fábricas eran peligrosas y causaban gran padecimiento: el ritmo de las máquinas, los frecuentes accidentes, a veces mortales, las largas jornadas, el frío y el calor asfixiante en verano, la total ausencia de medidas protectoras contra el polvo, los humos y las sustancias tóxicas, estas condiciones no eran casuales. Lo que se propiciaba era someter a los trabajadores e impedir la protesta, así como garantizar costes laborales lo más bajos posibles.
Las condiciones de vida de los trabajadores no mejoraron con la misma rapidez ni intensidad que lo hicieron los beneficios que dejaba su trabajo. Mientras la riqueza y la ostentación de la nueva burguesía crecía, los trabajadores recién llegados a las ciudades tardarían más de un siglo en disponer de unas condiciones de vida dignas, como reflejan sus reivindicaciones. Si las condiciones de vida de los trabajadores eran pésimas (hacinamiento, viviendas sin agua corriente ni luz eléctrica, mala alimentación, malas condiciones higiénicas, falta de escuelas...), las de trabajo dentro de las empresas en cuanto a salarios, horas de trabajo, días de descanso, cobertura médica por accidente o vejez, fueron siempre por detrás de los avances tecnicos. A lo largo del siglo fue creciendo la preocupación de los políticos por la situación de los trabajadores, o más bien por la creciente conflictividad (huelgas, paros, rotura de maquinaria, sabotajes) que esta situación provocaba.
El trabajo industrial no sólo era el que se realizaba dentro de las fábricas, una parte importante de las manufacturas industriales estaban producidas a domicilio y en pequeños talleres, muchas veces clandestinos, en el siglo XIX ésta era mucho mayor. Es muy difícil saber qué parte de la industria de bienes de consumo (confección, calzado, juguetes, sombreros, guantes...)se manufacturaba en las casas de los trabajadores, pero todo indica que decenas miles de familias vivían de este trabajo, que improvisaba talleres en las casas obreras y convertía en trabajadores a mujeres, niños y hombres de todas las edades, sin horarios, sin derechos, sin reconocimiento alguno. En estos años surge el barrio obrero de Huelín y se consolidad los barrios de la Trinidad y El Perchel.
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