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El Bosque Urbano de Málaga se convierte en una realidad por la vía de los hechos, los de los vecinos que han plantado ya tres centenares de árboles y que organizan jornadas de riego cada semana para que la vegetación arraigue, prospere y sea capaz de dar sombra cuando se cumpla su sueño de que ese paraje, ahora aún algo desolado, se convierta en un refugio climático, expresión que se escucha con creciente frecuencia porque el calentamiento global hace cada vez más necesaria la existencia de estos oasis en las urbes para que la población pueda refugiarse de un sol y un calor que amenazan con ser cada vez más abrasadores. En esos antiguos terrenos de Repsol los vecinos que plantan árboles y los cuidan prometen que habrá cinco o seis grados menos que bajo los bloques de pisos y sobre el asfalto.
SUR irrumpe en una de estas jornadas de riego. En una calurosa tarde de agosto se juntan una docena de voluntarios de todas las edades con sus garrafas llenas de agua de un pozo privado –para estos menesteres no está permitido emplear agua municipal en virtud de la normativa de la Junta y del Ayuntamiento en tiempos de sequía, lo que multiplica el esfuerzo necesario para alimentar a las plantas–. Tienen que ser –y lo son– muy ordenados con el riego, así que lo organizan por zonas para que ningún árbol se quede atrás. Desde la pequeña loma sobre la que se divisa el paisaje se observa como estos individuos ataviados con camisetas verdes se desperdigan por el terreno y van parándose ante cada esqueje, cada brote, cada pequeño árbol –aunque ya alguno no es tan pequeño: las plantaciones comenzaron hace siete años y, por tanto, hay ejemplares ya de esa edad–.
Los vínculos afectivos existentes entre cada planta y los voluntarios se hacen evidentes inmediatamente. Porque muchos de ellos tienen árboles propios plantados y se sienten responsables de su evolución. Juan Espejo cuenta que tiene especial cariño por su encina, Libertad, «un árbol», dice, «que significa el bosque entero». Pepe Aguilar cuenta que ha plantado ocho o diez, sobre todo álamos y pinos. Pilar Camero tiene cuatro –uno con el nombre de su nieta Daniela– entre los que destaca un algarrobo y una penca. Esta última es una especie originaria de México, pero que ya se puede considerar autóctona, porque lleva en España quinientos años.
Quien desvela esto último es Francisco Javier Sarmiento, ingeniero técnico en electrónica industrial, pero con un saber y un compromiso con el desarrollo del Bosque Urbano de Málaga que cualquiera podría decir que es o botánico o ingeniero forestal. Sarmiento explica que ese espacio se renaturalizaría solo y que los vecinos voluntarios lo que están haciendo posible es que el proceso sea más rápido: «Estamos acelerando el ritmo de la naturaleza». Y siempre, insiste, con especies del área mediterránea, como pinos, olivos, álamos, alcornoques, algarrobos, romero, retama, tomillo, lentisco... No con especies invasoras. Sarmiento aclara que aunque en Málaga se esté ya acostumbrado a ver palmeras por todas partes, son árboles exóticos, no propios de estas latitudes. De hecho, advierte de que ésa es una de las causas de la extinción de especies: el desplazamiento de las propias del territorio por las ajenas.
Una de las consecuencias positivas de plantar árboles autóctonos de la zona es que, como explica Sarmiento, una vez que «sepan andar», una vez que hayan conseguido arraigar en la tierra y salgan adelante, ya no necesitarán nada más, se desarrollarán y crecerán por sí solos. Por eso el grupo insiste en que lo que quieren para ese área no es un parque, es un bosque, deseo del que se deriva un coste de mantenimiento más bajo.
Aunque antes de poderlo disfrutar en su plenitud, queda mucho por hacer. Para empezar, seguir con esas plantaciones que en ocasiones proceden de viveros que ceden ejemplares. A veces los propios vecinos siembran semillas en macetas en sus propias casas y luego trasplantan el resultado a estos suelos. Funcionan mucho además con el sistema prueba-error. Y los experimentos cada vez les salen mejor, como ése que consistió en plantar una rama de un álamo de la que está surgiendo otro ejemplar sano y brioso.
Así que una vez que pase el verano, habrá que redoblar esfuerzos. Plantar en otoño supone usar menos agua y una mayor probabilidad de salir adelante: los 300 árboles necesitan 3.000 o 3.500 litros mensuales en verano, frente a los 1.000 litros en los meses de invierno. Y, hablando de agua, Sarmiento recuerda que en el subsuelo hay un acuífero –de hecho, por eso y por la cercanía del puerto se situó ahí Repsol– del que se podrían alimentar también los árboles, siempre que se descontamine. Pero, en todo caso, insiste, al tratarse las plantadas de especies propias del clima mediterráneo su consumo de agua será limitado –al contrario que el de un jardín o un parque–, acorde al poco agua que cae del cielo en este territorio.
El objetivo de los voluntarios es que el Bosque Urbano gane visibilidad. Ahora, desde el carril bici que corre en paralelo a ese solar salpicado de plantas, apenas se aprecia su trabajo, así que buscan que el arbolado crezca junto a la verja de la avenida de Juan XXIII.
Estos vecinos de Málaga se oponen a que esos terrenos se urbanicen. Temen que no contribuiría a aliviar la necesidad de vivienda asequible de la ciudad. Sospechan que se trataría sólo de una operación financiera especulativa: «La gente de aquí no se va a poder comprar ninguna de las viviendas que se construyan», dicen. Así que lanzan: «Si el alcalde quiere pasar a la posteridad, si quiere descentralizar la ciudad, que haga aquí un Central Park; en otras ciudades, los espacios verdes también se convierten en reclamos turísticos».
Ismael Romero, estudiante de jardinería y floristería de 19 años, pone sobre la mesa también el problema de que los barrios que circundan esos terrenos, que son los más populosos de Málaga, no cuentan apenas con espacios verdes. Y saca a relucir además que el trabajo de los voluntarios no se limita al plantado y al regado: limpian, delimitan los caminos con piedras, lo convierten en un espacio agradable del que disfrutan sobre todo, por el momento, los perros con sus dueños. Aunque ese incipiente refugio climático en ocasiones se convierte también en un hogar a la intemperie para quienes no encuentran solución habitacional en la jungla de asfalto.
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