Este es el mejor mirador de la Sierra de Cádiz
Frente a un alcázar andalusí y a una basílica gótica de origen mudéjar, el Parador de Arcos de la Frontera es el punto de partida para visitar los pueblos blancos más bonitos de España


Se puede considerar la provincia de Cádiz como un universo en sí mismo. Hablar de arte, duende y aje roza ya el cliché. Lo que sí es cierto, sin embargo, es la blancura entre la sierra verde, la belleza de los versos que han creado incontables poetas y artistas, o los paseos en los que desearíamos perdernos. “Si me pierdo, buscadme en Cádiz” es una expresión que bien podría suscribir quien esto escribe. Más allá de las playas de nuestros sueños, de ese mar inconfundible de vacaciones, se otean los albos visos de los acebuchales, si parafraseamos a Alberti. Perderse entre los pueblos es como encontrarse desprendido de las preocupaciones cotidianas que atenazan a cualquiera. Calles adoquinadas, vistas inmejorables y un laberinto por explorar en el que aparecen galerías de arte, talleres de cerámica y recuerdos de bohemia flamenca. Eso definiría la localidad de Arcos de la Frontera.
“La puerta a los pueblos blancos de Cádiz” es como lo define el director de su Parador, Francisco Jesús de Manuel. Este beculense, tras casi once años al frente del Parador, ha plantado su corazón en Arcos. Aquí, en la peña que corona el río Guadalete, se contempla el verdor atlántico de su naturaleza que contrasta con las blancas casas. La plaza donde se ubica es pequeña, menuda, con vistas a la campiña y a la historia. “De un lado, en la plaza, la Basílica Menor de Santa María de la Asunción, el castillo de los Duques de Arcos; al otro, los campos que se pierden en el horizonte”, cuenta. La basílica se levanta sobre una mezquita, es de origen mudéjar y data del siglo XIV, posteriormente se convirtió en una iglesia gótica, cuya influencia es la imperante en el interior. El campanario hará las delicias de los aficionados por la arquitectura con sus detalles azules. Su torre, sin embargo, no es la original, se construyó en el siglo XVIII, pues sustituía a una anterior que sucumbió a causa del trágico terremoto de Lisboa de 1755. Por su parte, el castillo ducal, aunque de propiedad privada, fue un antiguo alcázar andalusí del siglo XI. El origen musulmán del edificio se mezcla con las reformas de los siglos XIV y XV; de la primera época conserva el gran arco de herradura de la entrada y una parta de su muralla.
Esta plaza que alberga en pocos metros cuadrados todo un recorrido a través de la historia y la arquitectura, ha mutado con el paso del tiempo. Fue patio de armas del Castillo Ducal, zoco árabe, plaza de toros y escenario de juegos medievales. Todo eso se lee y se percibe en el aura que envuelve la plaza, desde la que contemplar los campos o las edificaciones más llamativas de Arcos. Hay que consignar que es un punto inmejorable para los amantes de las fotografías.

Vistas, historia y relatos de picaresca
El mejor nexo entre ambas esferas, es la terraza del Parador, para dominarlo todo, para deleitarse con esas vistas henchidas de calma. Este mirador es como una promesa, alberga lo mejor del paso del tiempo, los mejores amaneceres, el sol durante el día y las líneas violáceas de un crepúsculo que se mezcla con los campos sin límites. El hecho de disfrutar de un café mientras uno goza del noble arte del dolce far niente es una experiencia trascendente. Erigido en 1966, su arquitecto, José Luis Picardo, proyectó un edificio sencillo que respetara el estilo del lugar; de hecho, su fachada es de estilo neoclásico, pero lo más llamativo es su interior: con un marcado espíritu neomudéjar que nos lleva directamente al patio andaluz con enrejados y azulejos que representan la obra de “El Corregidor y la molinera”, una carpintería fina con arabescos y pasillos plácidos de luz tenue anaranjada. La atmósfera que envuelve al edificio es el de las típicas casas andaluzas, con su zaguán. El nombre oficioso del Parador, además, es el de “El Corregidor”, por la leyenda que atraviesa Arcos.

Envuelto en leyenda, por el Parador han pasado diversas personalidades, como Carmen Sevilla, los reyes de España o Penélope Cruz, pero merece una mención especial el liberador de Francia y posterior presidente, Charles de Gaulle. El general francés también pasó por el Parador de Arcos de la Frontera cuando recorrió Andalucía al final de su vida.
Más allá de relatos e historias, Arcos de la Frontera es un cajón de sorpresas. Por más que su encanto sea el de esos pueblos de postal también hay una sorpresa para los amantes del sol y la playa. No porque Cádiz esté a 40 minutos en coche, sino porque Arcos de la Frontera cuenta con su propia playa. Sí, en la sierra gaditana también encontramos su alma marítima. El Paraje Natural Cola del Embalse de Arcos cuenta con una playa artificial en su embalse con todas las comodidades para darse un chapuzón, tomar el sol y descansar.

Jesús narra atendiendo a las distintas versiones y al impacto que ésta tuvo en diversas manifestaciones artísticas. “El corregidor del pueblo se enamoró de una atractiva molinera que estaba casada. Una noche acude al molino cuando el molinero no se encontraba allí y la seduce. Más tarde, llega el molinero y se da cuenta de que la ropa de su esposa y del corregidor están por el suelo, por lo que decide cogerla, vestirse como él, robar su hermoso caballo y acudir al castillo disfrazado como él”. Jesús cuenta que hay diversos finales; entre ellos, “cuando regresa el molinero al castillo es éste quien seduce a la esposa de aquél a modo de venganza”. También apunta que cuando el corregidor regresa al castillo tiene que hacerlo sobre la mula del molinero y con sus ropajes, por lo que cuando llega al castillo los centinelas se mofan de él”, concluye. Es más, se cree que donde se encuentra el Parador se hallaba la casa del corregidor que inspira la historia.
Esta leyenda de picaresca ha tenido un gran recorrido en las artes. Su influencia ha llegado a la novela corta, con “El sombrero de tres picos”, de Pedro Antonio de Alarcón; al cine con la película del mismo nombre de la mano del director Valerio Lazarov, a un ballet homónimo que compuso Manuel de Falla; al teatro, con el nombre de “La molinera de Arcos”, de Alejandro Casona; e incluso se ha llevado a la música de la mano del grupo Jarcha. Esta última mantiene el carácter oral de su origen. Jesús narra una anécdota con respecto al rodaje de la película. Antonio “El bailarín”, el prodigioso bailarín que recorrió el mundo, participaba en el filme desplegando su recordado talento y se hospedó allí durante el rodaje del film, que retrató esta localidad andaluza.
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Las perlas de Grazalema
Arcos de la Frontera abre la ruta de los pueblos más llamativos de la Sierra de Grazalema. Desde Ubrique, Grazalema, Zahara de la Sierra o Benaoján, merecen una visita. En coche se puede recorrer prácticamente toda la sierra con facilidad y descubrir esos lugares donde recargar pilas y respirar. Paseos, rutas verdes y excursiones son casi obligaciones. A modo de curiosidad hay que consignar que Grazalema es de los lugares donde más llueve de España. Si Cádiz es la Tacita de Plata, bien podría llamarse Grazalema ‘La esmeralda de Andalucía’. Dentro de toda esa belleza, hay que mencionar un tesoro oculto: Setenil de las Bodegas. Este pequeño pueblo forma parte de la Ruta de los Pueblos Blancos y de la asociación de los Pueblos Más Bonitos de España. Se dice que se esconde entre las rocas porque en la parte baja del pueblo las casas se incrustan en las rocas, ya que aprovechan el tajo que forma el río Guadalporcún.
De nuevo, la naturaleza se mezcla con la historia, pues su emplazamiento fue importantísimo para la conquista de Granada. Inexpugnable para los cristianos hasta en siete ocasiones, y de ahí el nombre, septem nihil, hay una leyenda que sostiene que la reina Isabel la Católica dio a luz a un niño allí. Realidad o ficción este pueblo supera aquello que podemos imaginar.

Un punto de partida para la Ruta del toro y del caballo
La provincia de Cádiz es el hogar de las reses retintas. Impresiona, cómo no, esas imágenes de los toros en las playas. Desde Arcos de la Frontera se puede partir para recorrer la Ruta del Toro. Esta excursión está pensada para los amantes de las reses bravas, pues desde Jerez de la Frontera hasta Medina Sidona, pasando por San José del Valle o Benalup-Casa Viejas, las ganaderías y las fincas que se dedican a su cría abren sus puertas a los turistas para contemplar los toros en su hábitat natural. Este recorrido mantiene un personaje principal, el toro, y un conjunto de fondos que cambian continuamente a través de un paisaje cambiante y lleno de vida.
Por su parte, los caballos también cuentan con una ruta propia. Es posible ver los famosos espectáculos de los caballos en Jerez o hacer rutas montados en caballos para contemplar aún más de cerca los parajes naturales de la sierra. El animal está ligado a la provincia desde Tartessos, y por eso es tan importante en la cultura gaditana. Quienes sientan la majestuosidad de los equinos también pueden acudir a las Carreras de Caballos de Sanlúcar de Barrameda, la Feria del Caballo de Jerez, el Circuito Hípico del Sol de la Dehesa Montenmedio, en Vejer de la Frontera; o las visitas a la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre y a la Yeguada de la Cartuja.
Hoy comemos…

La cocina, por más reglas que tenga, nunca será una ciencia, sino un arte. Cada cocinero tiene una concepción particular de los fogones, un sentido estético y culinario únicos que canalizan sus personalidades o las enseñanzas de una escuela u otra. En el Parador de Arcos de la Frontera, ocurre un fenómeno sorprendente. Se llama May Torres. Nacida en el Puerto de Santa María, esta gaditana no se entretiene hablando de técnicas, al contrario; ella mira a las sensaciones y la enseñanza más importante que ha tenido nunca en la cocina: su abuela Mari Ángeles. “Ella siempre decía que debemos darle a la tierra todo el amor que nos da con sus ingredientes”, explica. La sencillez de la sopa de tomate que ella elabora es como la que hacía Mari Ángeles cuando May era pequeña: “Cuando la cocinaba yo la reverenciaba”. La buena materia prima y un corazón generoso son suficientes para trascender algo tan complejo como la herencia gastronómica de la provincia de Cádiz.
No se crean, sin embargo, que no hay en sus platos una sofisticación envidiable. Por más que su lema sea “el cariño y el amor”, junto con una pasión por la música que le ayuda a concentrarse (“cada vez que entro en la cocina es una fiesta”, confiesa) tiene un talento en sus manos. La sopa de tomate merece una mención especial por todo lo que pueden ocultar los detalles. El privilegio de este enclave es su cercanía con todo lo bueno, el mar y la montaña. Por eso, empezar con una corvina a la roteña, con su cama de cremoso de calabaza, despierta los sentidos. La sierra se presenta a través de dos platos difícilmente mejorables, el lomo de ciervo con puré de castañas y setas de temporada, y el rabo de ternera a la jerezana. El primero es una fina obra del trabajo del tiempo, la espera ve la recompensa de la ternura, que se combina con la delicadeza del puré de castañas y las setas para crear un recuerdo que perdurará en quien lo pruebe. El rabo de ternera a la jerezana mide su calidad por lo fácil que es separar la carne del hueso; el a la jerezana se compone de una base que lleva un sofrito de cebolla, apio, puerro, ajo, pimiento rojo, pimiento verde, zanahoria y puerro. Y no podemos olvidar sus habituales patatas.
Es obligado dejar hueco para el postre. Ya sea para disfrutar del postre de las naranjas. Se trata de un postre que conmemoraba los 25 años del Parador y se ha quedado en la carta por méritos propios. Una base de crema de naranja bajo un bizcocho de naranja con helado de naranja y un muelle de caramelo. Si piensan que puede ser exceso de naranja, se equivocan, porque May consigue el punto perfecto entre la fuerza cítrica y el punto dulce que culmina una gran velada. La otra estrella de la sección dulce es la tarta de queso con mermelada de aguacate y helado.