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Justo Rodríguez
El vigilante del agua

El vigilante del agua

Oficios de Verano ·

A punto de finalizar Ingeniería de Caminos, Samuel ejerce como socorrista en el camping donde antes trabajó de camarero. «Esto es como una gran familia», asegura

Teri sáenz

Jueves, 12 de agosto 2021, 00:06

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Aún faltan diez minutos para que, a las once en punto, abran las piscinas del camping de Bañares y ya hay gente esperando para poder zambullirse. Y eso que, aunque ha amanecido soleado, no aprieta el calor que se promete a partir del mediodía. Es una fila tan improvisada, heterogénea y bien avenida que no merece el rango de fila. La encabeza una veterana con la toalla enroscada a la cintura, le sigue un hombre con albornoz y el pelo alborotado y está rematada por una madre con dos mocetes a los que se les marcan las costillas mientras soplan fuerte para inflar sus flotadores. «Siempre son los primeros, nunca fallan», informa Samuel Riaño, que saluda a cada uno de ellos por su nombre mientras abre la valla para que vayan pasando después de confirmar el número de la parcela donde se alojan, aunque las conoce casi de memoria. El entorno está impoluto y todo huele a cloro, calma y césped recién cortado.

Igual que los bañistas cumplen su ritual y toman el sitio que ocupan cada día, Samuel completa la liturgia que le impone el trabajo de socorrista en el que se ha estrenado este verano y que comienza media hora antes de que el vaso empiece a agitarse. Activar el walkie talkie que le comunica con mantenimiento, recoger en recepción las llaves de acceso, revisar el botiquín, chequear los niveles del agua, verificar que no hay ninguna baldosa suelta, controlar el aforo que la pandemia ciñe ahora a 787 personas... Es su primer año en una tarea con la que se confiesa encantado, pero ya ha cumplido cuatro trabajando en el camping. Los anteriores, detrás de la barra de uno de las dos bares (además del chiringuito, ahora cerrado para respetar las limitaciones obligadas por la covid) que se reparten por unas instalaciones de más de 120.000 metros cuadrados ordenadas en calles y con todos los servicios imaginables a solo un par de kilómetros de Santo Domingo de la Calzada. Frontones, supermercado, farmacia, lavandería, restaurante , miniclub o, por supuesto, una extensa piscina principal y otra más recogida para los pequeños. «No es que sea como un pueblo, es que es mucho más grande que la mayoría de los pueblos de alrededor», comenta Samuel, mientras recuerda que también a él le sorprendió esa enormidad la primera vez que franqueó la entrada principal jalonada por una colección de banderas que anticipan la diversidad de los inquilinos que habitan dentro. Unos exclusivamente para el periodo estival o festividades, pero no pocos durante prácticamente todo el año, con picos de hasta 2.800 usuarios en las temporadas más concurridas.

Erasmus en Roma

A punto de completar sus estudios de Ingeniería de Caminos en la Universidad de Cantabria y después de un curso en Roma de Erasmus, Samuel siempre ha tenido claro que sus veranos de estudiante son un poco para disfrutar y un mucho para sacarse un dinero. «Así echo una mano en casa y tengo para mis gastos», cuenta mientras se cala una visera a la moda que le protege de un sol que va a aumentado en intensidad. Cuando contactó con Jon Salgado, el director de las instalaciones de Bañares, la primera opción fue la de camarero. Esta vez las prioridades han cambiado y ha preferido cambiar la bandeja por el bañador. «Muchos de mis amigos de Santander han acabado la carrera y ya tienen trabajo en diferentes ciudades, así que es el último que vamos a poder disfrutar todos y de esta manera tengo algo más de tiempo para poder compartirlo con ellos», expone este calceatense de 24 años que con esa flexibilidad –turnos de mañana o tarde compartidos con otro compañero, de 11 a 16 horas o de 16 a 21 horas– también puede ir y venir a casa cuando acaba su jornada.

Amante de los deportes acuáticos desde chaval y con una forma física bien acreditada, el curso para obtener el título de socorrista no le supuso un esfuerzo excesivo. Una parte teórica, otra exclusivamente práctica y un examen final para obtener la acreditación a la que suma una preparación específica en prevención contra el coronavirus y el manejo de desfibriladores que confía en no tener que utilizar. «En todos los veranos que llevo aquí nunca ha ocurrido nada y antes tampoco me consta que haya habido ningún incidente», dice. «El ambiente del camping es muy cercano, casi todo el mundo se conoce y la gente se comporta con mucha educación; somos una gran familia y a mí ya me conocen de antes», completa sin dejar de dirigirse a los que entran y salen –«¿cómo estás?; hoy parece que va a pegar fuerte; qué bien se respira aquí, agur, agur»– del recinto de una piscinas «que no tienen nada que ver con otras más concurridas de algunos municipios, donde las cuadrillas de adolescentes van a su aire y hay quien no respeta nada».

«No es que el camping sea como un pueblo;es más grande que muchos pueblos de la zona y puede llegar a los 2.800 usuarios»

Que no haya una sensación de peligro acuciante no significa que Samuel baje la guardia. Entre la piscina grande donde nadan los mayores y la menos profunda para chapotear los chiquillos hay instalada una atalaya. Es la silla reservada para el socorrista en lo alto de unas escalerillas y desde la que se domina el entorno, aunque Samuel rara vez se sienta en ella. «Prefiero estar todo el rato en movimiento, dando vueltas alrededor y observando todo de cerca». «Lo más probable es que no pase nada –razona–, pero si hay que llegar a actuar, unos segundos pueden ser vitales».

La mujer que ha inaugurado el baño nada más abrirse las puertas da fe. «No quita ojo, siempre está encima; muy buen chaval». Se llama Gema, viene de Arrasate, achicharre o esté nublado pasa cada mañana caminando en la parte menos profunda para aliviar su ciática y ya casi ni se acuerda de cuándo fue la primera vez que recaló en Bañares. «Por lo menos hace 33 años que vamos viniendo», calcula. «Aquí se está en la gloria, y por las noches duermes de maravilla con la brisita que entra por la ventana, aunque el día haya sido criminal de calor».

Samuel está un poco colorado. O se ha sonrojado o el sol, que ya ha roto definitivamente cualquier tregua, se ha cebado con su piel pese a tener siempre cerca la crema protectora. Las bañistas que pasan por el pasillo central de las piscinas han mojado las baldosas. Dos críos corretean con sus flotadores y el socorrista les advierte:cuidado que resbala.

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