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Qué ocurre en el cerebro al sentir dolor

Qué ocurre en el cerebro al sentir dolor

Nuestro estado emocional unido a factores biológicos y sociales afectan a nuestra sensibilidad

Isaac Asenjo

Madrid

Viernes, 7 de enero 2022, 19:01

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A pesar de que todos lo hemos tenido alguna vez, solo quien lo sufre puede describirlo. De hecho, nadie puede saber directamente cómo lo siente la otra persona. El dolor es así de subjetivo y en una escala del uno al diez habrá los mismos números que sensaciones y tolerancia de unos pacientes a los otros. Porque lo que para uno puede ser un suplicio insoportable, para otro quizás sea un sufrimiento más llevadero.

Muchos habremos sido testigos de los quejidos de algún amigo al hacerse un tatuaje por minúsculo que fuera, mientras otro caía rendido en los brazos de Morfeo a la vez que sentía el traqueteo de las aguas por su piel. Y es que aunque actualmente existan técnicas para intentar medirlo, o al menos aproximarse a él, a la hora de poder instaurar el tratamiento analgésico más adecuado, la realidad es que se trata de una percepción personal, que según la comunidad científica se describe como experiencia sensorial y emocional desagradable, cuya tolerancia parece ser un asunto influenciado por factores biológicos, psicológicos y sociales.

Todos nos hemos quemado, golpeado o caído, y nos han hecho la famosa pregunta ¿te duele?, una interrogación que certifica una realidad tan humana como científica. «La gente suele referirse a un sólo aspecto del dolor, pero éste tiene tres componentes (emocional, sensorial y cognitivo). El primero de ellos tiene mucha importancia ya que nuestro estado emocional afecta a nuestra percepción del dolor», explica Juan Avendaño Coy, profesor titular de la Escuela de Enfermería y Fisioterapia de la Universidad de Castilla-La Mancha y experto con varias investigaciones sobre electroterapia y dolor.

La función básica del dolor es alertarnos del daño que se está creando en alguna parte del cuerpo

El experto añade que nuestra creencias a nivel cognitivo-evaluativo también contribuye a que la sensación sea mayor o menos. «Si pienso que el dolor está provocado por una enfermedad grave, la percepción será mayor que si no le doy tanta importancia, esa sensación de dolor descenderá».

Sentir dolor en algún momento de nuestra vida es prueba de que estamos vivos. No obstante existe un mal invisible que afecta a una de cada seis personas (17%) en España, unos ocho millones, según cifras del Ministerio de Sanidad. El dolor crónico causa a un 11% de ellas problemas de movilidad o limitaciones en su día a día. Cuatro patologías componen la mayoría del dolor no oncológico en nuestro país según Sanidad: la artrosis, la migraña, los dolores lumbares y los cervicales. «Este dolor es patológico y en ocasiones se convierte en una enfermedad en sí misma porque es aquel que persiste más allá del tiempo de curación. Muchas veces puede provocar cambios neuroplásticos negativos y los opioides es el único tratamiento que les ayuda a paliar los síntomas», concreta el especialista.

«Al sentir dolor, una de nuestras neuronas va al sistema límbico, lugar donde se encuentran nuestras emociones, mientras que otra va a la corteza somatosensorial, que es donde yo localizo dónde está mi dolor. Hay que darle la misma importancia a todos los circuitos neuronales, de ahí que el componente emocional sea tan fundamental porque además es bidireccional», aclara el experto, que ejemplifica lo dicho, en clave de humor, con el día del Sorteo de Navidad, cuando personas mayores especialmente, que puedan sufrir algún dolor físico el día anterior, ese día parece no dolerles nada debido al estado de ánimo en el que se encuentran.

La idea de que la percepción del dolor puede verse influenciada por la interpretación de la mente fue desarrollada por el psicólogo Ronald Melzack y el neurocientífico Patrick Wall, artífices de la 'teoría de la compuerta', expuesta en 'Science'. Según éstos, existe un mecanismo en el sistema nervioso central que hace que se abran o se cierren las vías del dolor. Las 'puertas' se pueden abrir, dejando fluir el dolor a través de las fibras aferentes y eferentes –las vías por las que viaja la información sensorial– desde y hacia el cerebro. O al contrario: las 'puertas' se pueden cerrar para bloquear estos caminos del dolor. Los impulsos eferentes pueden verse influenciados por una amplia variedad de factores psicológicos. Esta teoría explica por qué el dolor disminuye cuando el cerebro está distraído.

Y más alla de lo emocional, la ciencia también ha descubierto que existe un gen de nombre SCN9A que es el responsable de que sintamos el dolor físico de diferente manera.

Quienes padecen de insensibilidad congénita ante los dolores sufren una mutación en este gen, responsable de codificar el canal de sodio Nav1.7 de las células nerviosas, de tal forma que lo tienen totalmente bloqueado. Estos canales, que solo se encuentran en unos pocos genes, son los encargados de dar paso o no de las descargas eléctricas hacia las células. Traducido, ante un estímulo concreto, se abren más o menos con el fin de que pasen los iones justos para que el mensaje de dolor llegue hasta el cerebro. Esta mutación también se da en quienes, a la mínima, sienten una enorme cantidad de él. Uno de los grandes retos al que se enfrentan los investigadores es dar con la fórmula para influir en ese gen y así evitar que se den ambos casos.

Componente cognitivo

«El dolor es útil porque su función principal es alertarnos del daño que se está produciendo en alguna parte del cuerpo, como una quemadura o una infección. Al instante, se producirán respuestas de nuestro organismo para abortarlo. Al sentir el calor de una llama, apartamos de forma refleja la mano. Del mismo modo, el dolor desencadena el inicio de conductas conscientes que lo mitiguen. Por ejemplo, cuando sufrimos un esguinces, se sabe que lo mejor es reposar; nuestro cerebro nos empuja a quedarnos quietos», describe el neurocientífico Félix Viana, investigador del Instituto de Neurociencias de Alicante (INH-UMH-CSIC).

«Más allá de las áreas cerebrales que median la sensibilidad, en el dolor se activan redes neuronales involucradas en las emociones (amígdala, ínsula, sustancia gris periacueductal que explican la presencia de llanto, tristeza, malestar, náuseas o taquicardia tras una pérdida afectiva o un fracaso) y en la cognición (corteza cingulada anterior que explica el dolor empático en nuestro pie cuando vemos que alguien pisa un clavo)», explica Gurutz Linazasoro, neurólogo y portavoz de la Sociedad Española de Neurología (SEN).

El hombre ha definido el dolor, y la lucha por evadirlo, a partir de mitos y religiones. Hasta el siglo XIX, cuando arrancó su conocimiento científico. Como escribe Javier Moscoso, profesor de Historia y Filosofía de la Ciencia en el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y autor del libro 'Historia cultural del dolor', el dolor forma parte de la historia natural de la evolución. Hay lesiones sin dolor y dolor sin lesiones. «El dolor está muy relacionado con la valoración cultural. Lo mismo que se aprende a hablar, también se aprende a valorar experiencias como el dolor».

«Aunque esté sonriendo o hablando con alguien, también siento dolor»

Leonor Pérez Vega (1968) sufre desde hace más de un cuarto de siglo una dolencia rara, la neuralgia del trimémino atípica. Un trastorno del quinto nervio craneal, difícil de diagnosticar y que es poco común. Se trata de una de las enfermedades que mayor tormento supone para los pacientes. «Es como tener un cuchillo ardiendo en la cara todo el tiempo», relata esta profesora de la Universidad de Valladolid, profesión que ya no puede ejercer, ya que la dolencia -que le sobrevino tras la extracción de una muela del juicio- provocó su jubilación forzosa. Le duele hablar, comer, beber, el viento en la cara...y también la incomprensión. «No se percibe por los demás, solo tú lo sientes y soportas cómo te asfixia», señala la autora del libro 'El dolor sí tiene nombre', quien destaca que, en su caso «hasta los besos y las caricias en la cara duelen».

«Poca gente sabe lo que vivo, ni conoce las noches de insomnio que paso. Las crisis tan gordas que paso al salir a la calle. Por mucho que esté sonriendo o hablando con alguien, estoy sintiendo dolor», apunta Carmen García Roger (1975), una mujer a la que el dolor le ha enseñado no solo a vivir sino también a sonreir. «Podemos ser felices jugando muchas veces con nuestra mente», explica en su libro 'Fuerte, que se entere el mundo', una autobiografía en la que hace ver al lector lo importante que es luchar contra la adversidad. «He sufrido múltiples cirugías en los tobillos. Con una prótesis, de pequeña, para corregir me causó una artrosis degenerativa a los 23 años», narra esta matemática y astrónoma que ha convertido su lucha contra el dolor crónico en un ejercicio de superación, fortaleza y positividad. «Si eres capaz de gestionar los pensamientos en las crisis eres capaz de gestionar la paz», reflexiona.

«El problema es que tu vida no corre peligro, no te vas a morir por ello, pero vives todo el tiempo con un dolor tan intenso que te quita calidad de vida», señala Ana Verónica Medina (1969), que visibiliza en las redes sociales y en un blog su vivencia con un dolor neuropático incapacitante que limita su movilidad tras una operación de hernia discal en 2015. «Me he llegado a desmayar del dolor».

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