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Pepe Viyuela. r. c.
Entrevista a Pepe Viyuela: «Es un gran elogio que me llamen payaso»
Entrevista a Pepe Viyuela

«Es un gran elogio que me llamen payaso»

Risas con calor ·

Pensó ser fraile o médico pero hoy es un cómico orgulloso de su oficio que cree que el humor es ahora «más necesario que nunca»

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Viernes, 27 de agosto 2021, 00:04

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Pensó ser fraile o médico. Estudió filosofía y acabó siendo actor y payaso. Algo que enorgullece a Pepe Viyuela (Logroño, 1963 ), pareja cómica en el cine de José Mota en 'García y García', que hoy llega a los cines. Por la calle le llaman Filemón y Chema, dos de sus grandes personajes. Y le agrada.

–¿La comedia goza de buena salud en España?

–Sí. Cuanto más difíciles sean los tiempos, más se necesita la comedia para la convivencia. Para distender. Y hoy más que nunca. La risa y el sentido del humor son salvavidas que nos mantienen a flote en momentos duros.

–¿Somos un país de chiste?

–Tenemos motivos para reírnos de nosotros mismos y sabemos hacerlo. Nuestra particular idiosincrasia nos hace muy reconocibles en el mundo.

–¿Reírse de uno es obligatorio?

–Es conveniente y aconsejable.

–Cómico, mimo, actor... pero ¿sobre todo payaso?

–Sí. Es un gran elogio que me llamen payaso. Los admiro desde niño por su capacidad de reírse de sí mismos, por su aspecto estrafalario y por ofrecerse como médiums para invocar la risa. Entre cómico, actor o payaso, me quedaría con el payaso y renunciaría a los demás. Siendo payaso se puede ser poeta.

–De no ser payaso, ¿que sería?

–Pensé en la medicina, pero no obtuve la nota. Encontré el camino del payaso, que contribuye a la sanidad mental de la gente.

–El humor de 'La Codorniz' en la dictadura, ¿era más osado que ahora?

–El mayor peligro del humor y cualquier actividad creativa es la autocensura. Y vivimos tiempos en los que parece que da mucho miedo hablar. Llueven los zascas en las redes y estamos un poquito encabronados. Son ciclos, y este acabará porque el humor encorsetado se desvirtúa y fracasa.

–Estudió filosofía, ¿aprendió más de Aristóteles o de Mortadelo y Filemón y su creador, Ibáñez?

–De Ibáñez. Es muy poco metafísico, directo y reconocible. Es un gran filósofo que lleva más de medio siglo analizando la realidad española y nos ha enseñado muchísimo: desde el valor del trabajo, a reírnos y reconciliarnos con este país de pandereta. Es un genio que modifica y mejora la realidad con su trabajo.

–¿El humor puede ser dañino?

–Depende de cómo se use. El buen humor construye. El malo destruye. El que acosa y denigra en la escuela o el entorno laboral es nocivo y hay que erradicarlo.

–¿De qué no se ríe nunca?

–Del dolor ajeno. Hay que respetarlo. Es sagrado. Te puedes descojonar del tuyo, eso sí.

–¿De qué le ha salvado el humor?

–Del desánimo muchas veces y de la depresión en algunas. Puede convertirse en una vivificante corriente de aire fresco.

–¿Qué piensa José Viyuela Castillo de Pepe Viyuela?

–Me jode que sea más gracioso que yo. Tiene mucho más talento y es mucho más inteligente el payaso que yo.

–¿Chaplin o Buster Keaton?

–Charlot está más en mis orígenes, pero me quedaría con 'Buster Chaplin'.

–¿La peor pesadilla del cómico?

–Salir a escena y que no se ría nadie. Que te desprecien y te griten pírate. Me ha pasado muchas veces. Dedicarse al humor es vivir en riesgo permanente. La gente puede ser muy cruel.

–El 'cacaculopedopís' ¿no falla?

–La escatología y los tropezones son infalibles. El peligro es abusar y caer en la pesadez. Un buen pedo llamará la atención en cualquier sitio.

–¿Harto de que le llamen Chema, como el tendero de 'Aída'?

–Lejos de cargarme, me encanta. Que te llamen como tus personajes sin saber quién eres es la prueba de que tu trabajo funciona. Es reconfortante. Lo agradezco de corazón.

–¿A Filemón le tiene simpatía?

–Muchísima. Sería un sueño volver a hacerlo, pero no está en el horizonte. En su momento me dio vértigo y ahora me daría placer.

Platos rotos en el monasterio

Con 16 años fui a conocer una orden religiosa en Italia en la que me planteé entrar. El primer día en el monasterio, en la cena, con el refectorio lleno de frailes graves y silentes, cogí un montón de platos para ponerlos sobre el carro y se fueron todos al suelo. Sudé tinta.

A los frailes no les hizo ni puta gracia que hiciera añicos la vajilla. Comprendí que era mejor ser payaso que fraile. Que quizá había nacido para hacer reír con mi torpeza».

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