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ANTONIO JAVIER LÓPEZ ajlopez@diariosur.es
Sábado, 2 de marzo 2013, 20:33
Tiene Brinkmann aire de sabio asceta, inteligente y cordial, modesto y certero. Saborea las palabras, las ideas, antes de compartirlas, mientras parte con dos dedos la boquilla de un Ducados que enciende con mimo y no vuelve a mirar hasta que lo apaga en el cenicero como quien despide a un viejo amigo en la estación.
Enrique Brinkmann (Málaga, 1938) figura por derecho en los libros de Historia del Arte como una figura esencial en la renovación plástica del arte español del último medio siglo. Una trascedencia, la de su obra, que recibe con una sonrisa amable y un ligero encogimiento de hombros. Brinkmann regresa a la escena expositiva de la ciudad después de tres años. Reúne a partir del viernes en el Taller Gravura una docena de grabados, piezas en las que se mantiene fiel a su abstracción, delicada y hermosa. «Creo que, en el arte, ya está casi todo inventado. La única manera de aportar algo nuevo es añadiendo sutileza», reflexiona.
«La expresividad siempre está en poner lo imprescindible», añade Brinkmann, que dialoga con Francisco Aguilar, también artista y director de Gravura, sobre los materiales empleados en sus nuevas creaciones. «El cobre es lo mejor para grabar», coinciden ambos. «Al principio trabajaba con zinc, pero si haces la punta seca muy suave, en el zinc se pierde antes», ofrece Aguilar, experto grabador.
El director de Gravura pregunta a Brinkmann por el papel elegido para dar soporte a sus nuevas composiciones. «Es papel Arches -responde- en todas las obras. Tiene un punto de blanco que creo que va muy bien con mis grabados, porque no es un blanco puro. Además, tiene mucho trapo y resulta mucho más resistente».
¿Y es diferente para Brinkmann la elaboración de un grabado a la de una pintura? «No tiene nada que ver...», zanja con una media sonrisa y un brazo alzado. «Por ejemplo, un taller de pintura puede estar todo sucio, pero uno de grabado debe estar inmaculado, porque el papel es un soporte muy delicado y enseguida se mancha o se dobla», argumenta Brinkmann mientras se suma a la charla Marian Martín, del Taller Gravura: «El grabado es una disciplina que tiene mucha 'cocina', sobre todo en artistas como Brinkmann, que realiza sus obras él mismo en su propio taller».
Porque Brinkmann ha compuesto esas obras en el taller de su casa en Churriana durante los últimos dos veranos, un periodo del calendario que le resulta más propicio para cultivar su faceta de grabador. «En los veranos me gusta más trabajar los grabados porque el ácido 'come' mejor y, como además tengo parte del taller en el exterior, puedo aprovechar que los días son más largos», aclara Brinkmann, cuya coherencia artística encuentra un ilustrativo correlato en su manera de trabajar.
«Creo que el grabado está en esencia más próximo a la pintura que el dibujo. El grabado y la pintura necesitan conocer la técnica y el dibujo, no. Pueden lanzarte con más facilidad», avanza Brinkmann, y sigue: «Cuando me pongo a hacer grabados me olvido de la pintura. No puedo grabar por las mañanas y pintar por las tardes, como otra gente. Necesito estar centrado en el proceso de grabación».
No en vano, para Brinkmann el grabado es «más mental» que la pintura o el dibujo. «Resulta mucho más difícil rectificar una plancha. Siempre es mejor aplicar el 'menos es más', aunque uno siempre se da cuenta tarde...», confiesa con otra sonrisa cómplice.
Puntos y rayas
En el caso de los grabados reunidos en Gravura hasta el 8 de abril, Enrique Brinkmann sigue cultivando el aguatinta, el aguafuere y la punta seca. Técnicas aplicadas con esmero maestro para lograr una inmensa gama de contrastes y efectos. El propio artista presenta sus nuevas creaciones en tres grupos esenciales: las que brindan composiciones basadas en rayas horizontales, las elaboradas a partir de puntos y tres creaciones, las únicas verticales, inspiradas en un antielectrón. «Vi la imagen de un antielectrón en 'Der Spiegel' y pensé '¡Vaya, si parece una de mis obras! Así que me puse a ello y aquí está el resultado», aporta Brinkmann, que traza el grabado de manera directa sobre la plancha.
«El grabado tiene mucho trabajo. A veces crees que los vas a sacar adelante, pero te das cuenta de que no es así. En esos momentos es mejor tirar la plancha y empezar de cero», defiende. ¿Una labor ardua? Brinkmann vuelve a sonreír, descabeza otro Ducados, lo prende con esmero y cierra: «Desconfío de lo fácil, de lo que no tiene un poso, un sustento. Eso al final se nota y la obra se queda sólo en una imagen».
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