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La oportunidad le llegó en 1930 con Howard Hughes, que la contrató para 'Los ángeles del infierno'. :: ARCHIVO
Cena a las ocho con Jean Harlow
TERRITORIOS

Cena a las ocho con Jean Harlow

El próximo 3 de marzo se cumple el centenario del nacimiento de Jean Harlow, la estrella incomprendida, fugaz, torrencial, símbolo del erotismo y el sexo en los años treinta, que serviría de modelo a Marilyn Monroe

MIGUEL ÁNGEL OESTE

Sábado, 26 de febrero 2011, 02:51

Es conocida la cantinela de que sin Jean Harlow no hubiese existido Marilyn Monroe. Que ésta quiso llevar la vida de la Rubia Platino a la pantalla sin fortuna, que emulaba sus poses, estudiaba sus gestos, y que la ingenuidad sólo era otra forma de abrirse paso en la frondosa selva de Hollywood. Igual de conocida suena la cantinela de sus limitaciones para la actuación, de la sombra férrea de su madre dominando cada paso que daba, al proyectar en su hija su anhelo frustrado de ser una gran actriz. Y también se repite la cantinela de que a Harlow le importaba poco o nada ser actriz, que deseaba ser una esposa con un hogar y muchos niños, muy lejos de la imagen de bomba sexual, vampiresa vulgar, depredadora de hombres, salvaje y natural, orgullosa y tierna, con la que aparecía en la mayoría de sus películas.

Quizá todo esto sea cierto, pero todavía hoy la vida de Harlow es inasible, se deshace en bifurcaciones donde la invención y lo real terminan por confundirse (y encubrirse), pues según quien la cuente, se tendrá una u otra versión, prolongándose hasta en la manera en que murió. Es lo que abrigan algunos símbolos fabricados por Hollywood (ente vampírico que suele educar mal a sus estrellas): mitos aparentemente invencibles, frágiles por dentro, igual de fugaces y fascinantes como portadores de esos deseos que prometen los astros y jamás se realizan, menos luminosos incluso que la fosforescente Jean Harlow, ya que de ese modo resultan más rentables. Con seguridad, una de las mayores certezas que se alberga sobre la Rubia Platino es que sus películas se parecían a su vida, porque su vida fue una verdadera película. Qué se puede decir si no de una mujer que a los 23 años se había casado tres veces; que uno de sus maridos se había suicidado, lo cual se usó como trama en una de sus películas; que se hacía pasar por otra persona buscando sexo con desconocidos, pero que luego decía «Me tratan como una perra en celo»; que anticipó la célebre frase de James Dean al dejar su bonito cadáver con sólo 26 años; que se hizo actriz por una apuesta.

Niña precoz

Bautizada por sus padres (Mort Clair Carpenter, un dentista, y Jean Poe Harlow, ama de casa con sueños de fama) como Harlean Carpenter, en Kansas City, tras nacer un 3 de marzo de 1911, la futura actriz siempre demostró una precocidad desafiante y un desparpajo connatural. Su infancia estuvo marcada por el progresivo distanciamiento de sus padres, hasta que se separaron cuando ella tenía once años. La madre huía entonces con su hija de la árida Kansas rumbo al oasis de Los Ángeles, donde la inscribía en la escuela para chicas de Hollywood. Sin embargo, nada salió como ella pensaba, así que se desplazaron a Chicago. Por lo visto, su verdadero padre la perseguía, pero la madre le impedía verla.

En Chicago su madre se casaba con el parásito Marino Bello, mientras que la todavía Harlean se enamoraba de un rico empresario, Charles McGraw, con el que se fugaba a una mansión de Beverly Hills. Ella sólo tenía 16 años y él, 20. Al poco tiempo su madre se mudaba con su nuevo esposo a vivir plácidamente con su hija. La avidez por la vida, el entusiasmo burbujeante, la mirada de pantera latente de la joven no casaban bien con el rutinario lujo de su recién adquirido estatus de mujer pudiente de Charles McGraw. Harlean se aburría.

Se ha sabido que al constante estribillo de su madre por que se convirtiera en actriz, se sumó un juego en el que se apostaron con ella 250 dólares a que no conseguía un papel en una película. Harlean aceptó la apuesta y se dirigió a Central Casting, donde, en lugar de dar su nombre, dio el de su madre, Jean Harlow. De este modo comenzó su carrera, con papeles de extra y pequeños personajes para Stan Laurel y Oliver Hardy, en los que salía ligera de ropa, sugiriendo sus curvas y atributos. En cambio, McGraw, su marido, no soportaba que Harlow se dedicara al cine y le lanzó varios ultimátums. Sin embargo, éste no logró vencer el poder persuasivo de la madre de Jean, así que la audaz actriz terminó por divorciarse por recomendación de su progenitora en 1929.

Risa, sexo, éxito

La oportunidad le llegó en 1930 con Howard Hughes, que buscaba un rostro desconocido para 'Los ángeles del infierno'. Se trataba de una producción cara para la época que fue un éxito arrollador. Ahí empezó a cincelarse el mito de Jean Harlow, en la inolvidable escena en la que le suelta a Ben Lyon: «¿Te importa que me ponga algo más cómoda?», mientras se gira y muestra su espalda desnuda de un modo sugerente, erótico, al dirigirse hacia el dormitorio, provocando delirios en hombres y mujeres.

Si hasta ese momento la sensualidad se había focalizado en las piernas de actrices estilizadas, filiformes, con la Bomba Platino, como también se la llamaba, se trasladó a la totalidad del cuerpo. Un cuerpo que sabía usar en la pantalla muy conscientemente. Como asevera Alexander Walker en 'El sacrificio del celuloide. Aspectos del sexo en el cine': «El erotismo de Jean Harlow no depende exclusivamente del impacto de sus pechos. Estaba en todo su cuerpo. Su piel tenía una blancura anormal pero poderosamente sensual. Parecía encendida, con un fuego como el del fósforo, que da luz pero no calor; irradiaba una luminosidad que tenía el propio brillo del oro y se ha insinuado que tenía indicios de albinismo. Coronaba el efecto con una cabeza de pelo reluciente como el neón. Su pelo le dio, casi instantáneamente, lo más esencial para cualquier aspirante a estrella: una inconfundible identidad cinematográfica. La convirtió en la Rubia Platino».

Hughes había descubierto una mina. Obligó a la actriz a firmar un contrato de cinco años y únicamente le pagaba 100 dólares a la semana. Luego trabajaría en 'El enemigo público', de William A. Wellman, aunque el verdadero protagonista era James Cagney; en 'La jaula de oro', de Frank Capra, junto a Loretta Young; en 'Goldie', de Benjamin Stoloff, dando réplicas a Spencer Tracy. Las tres, de 1931, cosecharon un desaforado éxito de público, pero no evitaron que la crítica tachara de espantosas las interpretaciones de la estrella, lo que no impedía que acaparara portadas de Silver Screen, Movie Classic, Photoplay, que la reclamaran para anunciar cualquier producto, y que las mujeres la imitaran y los hombres soñaran húmedamente con ella.

Paul Bern, productor influyente de la Metro que había lanzado la carrera de Greta Garbo y Joan Crawford, quería que Louis B. Mayer comprara el contrato de Harlow a Howard Hughes. Sin embargo, el mandamás de la Metro mostraba sus reticencias, pues consideraba que sus actrices debían ser damas, algo que en su opinión Harlow no era. Al final prevaleció el sentido del negocio y Mayer adquirió el contrato por 30.000 dólares.

Por tierra y mar

En la Metro Goldwyn Mayer su carrera se disparó más allá de los astros celestes, mientras que su vida lo hacía exponencial e inversamente, ejemplificando un símbolo insatisfecho, infeliz, inseguro, en el que la ficción se alimentaba de todas sus inseguridades. Con la primera película para la Metro, 'La pelirroja' (Jack Conway, 1932), su fama siguió batiendo récords. En este filme, Harlow seducía a varios hombres para ascender, se burlaba de las damas, era abofeteada por un hombre, al tiempo que le replicaba que volviera a hacerlo. y en general el filme desprendía para la época un mensaje amoral que fue criticado y hasta censurado en Gran Bretaña. A la vez, Paul Bern se había convertido en su protector. La acompañaba a fiestas, estrenos, cenas, cuidaba de ella, comportándose como el caballero al que sus personajes solían despreciar. Aunque su madre le recomendó que no se casara, Jean Harlow contraía matrimonio con el escuálido Paul Bern el 2 de julio de 1932.

Por lo visto, las fantasías sexuales de la Rubia Platino superaban a las de sus personajes. Tal vez se creyó su propio papel, pero todo lo que se ha sabido en las últimas décadas refleja una existencia tortuosa. El matrimonio con Bern fue un fracaso absoluto. Se dice que él era impotente y que para satisfacer a su mujer se ponía una prótesis en el pene. También que no soportaba los deseos que su esposa provocaba en los hombres, terminando en palizas que la actriz aguantaba porque se consideraba culpable. Y es que su ansia sexual, se ha averiguado más tarde, la llevó a salir de madrugada a la calle, disfrazada, en busca de sexo con desconocidos que la conducían a un hotel y le dejaban unos dólares en la mesilla de noche. Atormentado, Bern se suicidaba de un disparo dos meses después de la boda.

Esta tragedia sería usada en una cinta posterior titulada 'En busca del amor' (Victor Fleming, 1935), en la que Harlow interpreta a una cantante que se casa con un rico heredero que se suicida de un disparo al creer que su mujer le engaña. Igualmente en 'Polvorilla' (Victor Fleming, 1933) se rastrean semejanzas con su vida, pues en esta ácida comedia compone el papel de una heroína que soportaba el peso de la familia, como en la realidad lo hacía con su madre y el sangrante Marino Bello. Pero sus personajes más recordados se asocian junto a Clark Gable.

Una semana después del suicidio de Bern comienza el rodaje de 'Tierra de pasión' (Victor Fleming, 1932), en la que su naturalidad penetra como un rayo, estalla como fuegos artificiales, seduce en maravillosas escenas tan conocidas como la del baño en el barril de agua potable en la que Gable le hunde la cabeza bajo el agua un par de veces. Quizá sea su mejor actuación. Entre conmovedora y lúcida arrastra con su energía y desprende un carisma que embauca. 'Mares de china' (Tay Garnett, 1935) es el otro título reseñable al lado de Gable. Aunque no son desechables ni 'Esposa contra secretaria' (Clarence Brown, 1936) ni el filme póstumo 'Saratoga' (Jack Conway, 1937), que se convirtió en su mayor éxito.

Muerte del mito

Inolvidable es también su personaje en 'Cena a las 8' (George Cukor, 1933), en la que se la presenta en la cama, contestando al teléfono y despreciando unos bombones, donde interpreta a una mujer vulgar, infiel, que desea entrar en la alta sociedad. Jean Harlow ya ganaba 4.000 dólares a la semana, pero su día a día era muy sacrificado. Seguía una dieta estricta debido a su tendencia a engordar. Su piel translúcida reaccionaba con alergias al maquillaje. Rodaba de lunes a sábado y el domingo se lo pasaba en un salón de belleza para teñirse el pelo y estar lista para la siguiente semana de trabajo. Deseaba hacer papeles alejados del estereotipo de mujer erótica y sin categoría, algo que no logró.

Su tercer matrimonio en 1933 con el director de fotografía Harold Rosson, también mayor que ella, con el que se sentía cuidada, tampoco funcionó, frustrándose en 1934. El público la amaba, sin embargo su vida era menos idílica, más sucia, marcada por un aire funesto de pérdida.

Con William Powell empezó un romance que se prolongó hasta el día de su muerte. Pero nunca alcanzó su verdadero sueño de crear un hogar, ser una mujer normal; estaba señalada, paradójicamente, por lo inadecuado o el fracaso. El caso es que el 29 de mayo de 1937 la actriz se desplomaba en el set de 'Saratoga'. Aquí su historia vuelve a bifurcarse en versiones distintas. Que si no fue atendida por los médicos por la creencia de la madre a la Ciencia Cristiana, que sí fue atendida. Da lo mismo. El 7 de junio los periódicos lanzaban tiradas extra anunciando: «Muere la Reina del Cine». Nacía otro mito y el mundo lloraba a esa actriz de aspecto abandonado, desafiante, desajustado, mientras en su funeral sonaba 'Ah! Sweet Mystery of Life'.

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