Un grupo de cruceristas del Mein Schiff 2 de TUI camina por la calle Larios, junto a Daniel Stachel, guía autorizado que trabaja por primera vez después de 15 meses. Migue Fernández | Vídeo: Pedro J. Quero

Málaga se reencuentra con sus cruceristas: «Es como volver a nacer»

Los guías turísticos y los comerciantes del Centro respiran aliviados ante el retorno de este tipo de viajeros. Una mañana descubriendo la ciudad en un grupo burbuja del Mein Schiff 2

Miércoles, 16 de junio 2021, 00:34

Daniel Stachel es una excepción. Mientras que la mayoría de guías turísticos siguen sin encargos ni ingresos, él está posicionado frente a la Catedral ... de Málaga y cuenta una anécdota a cerca de cómo los locales se refieren a las calles que conforman el Centro. «Si seguís mi dedo», dice al mismo tiempo que va trazando el relieve sobre un mapa, «podéis observar que tiene forma de almendra. Por eso, los malagueños llaman almendra a esta parte de la ciudad». Frente a él, un grupo conformado por 20 cruceristas alemanes asienta y da a entender que sí, que todos podrían estar de acuerdo con esa explicación.

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Daniel Stachel, 33 años, nacido en Marbella, de padre alemán y de madre australiana, lleva una camisa estampada de manga corta y recorre las calles de Málaga como si tal cosa. Conoce cada rincón y sabe la historia que hay detrás. En el mundo anterior a la pandemia, hubiera pasado desapercibido. Las visitas guiadas se habían incrustado en el imaginario colectivo del malagueño, como un elemento más de una ciudad que siempre ha sabido que en el turismo tiene una apuesta segura.

En realidad, Stachel forma parte de esa apuesta. Es uno de los guías que pertenecen a la Asociación de Profesionales de Informadores Turísticos (Apit). Significa que tiene que pasar exámenes periódicos para demostrar que conoce la materia y acreditar un dominio excelso en idiomas. En su caso, habla español, alemán, inglés y francés. Pertenecer a Apit es como tener un certificado de calidad. «Los Freetour son el cáncer de nuestra profesión», precisa. Si antes estas visitas gratuitas, en las que solo se paga la voluntad, se consideraban como competencia desleal, ahora que apenas hay turistas, las pone al mismo nivel que un paria.

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Imagen. Salvador Salas

Mucho ha cambiado en los últimos meses. Antes de la pandemia, Stachel no sabía dónde meterse de tanto trabajo. En la época precovid, había meses en los que los cruceros atracaban en Málaga un día y otro también. Cuando no era una visita guiada a la Mezquita de Córdoba, era una excursión al Torcal. Cuando no era un recorrido por el Caminito del Rey, era una visita exprés a la Alhambra y ver cómo se maravillaban sus clientes con las vistas desde el Mirador San Nicolás. «Han sido 15 meses muy duros», reconoce. Que la llegada del Mein Schiff 2 de Tui seguirá siendo, por ahora, algo esporádico lo sabe. «Pero significa empezar», señala que en este reencuentro también hay mucho de efecto balsámico para su mente.

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Pedro Magdalena tiene desde 2013 un puesto de almendras cerca de la Catedral. Cuando ve pasar el grupo de cruceristas se muestra perplejo y contento al mismo tiempo. No contaba con que hoy iba a ver otra vez a cruceristas. Los viajeros individuales sí habrían aumentado en los últimas semanas, pero este tipo de turismo es más importante para su negocio. Que hoy no venda ni una almendra más, porque la naviera ha insistido en que burbuja significa también evitar el contacto con la población local, le da un poco igual. «Solo verlos es una alegría. Es como volver a nacer», exclama.

Málaga y sus cruceristas podría ser una típica relación de amor y odio. Descubrir la ciudad cuando estaba desierta, pasear en solitario entre todos sus monumentos arquitectónicos, tuvo su aquel. Pero ver las terrazas vacías, los hoteles cerrados y también el silencio sepulcral daba miedo. Las tiendas de 'souvenirs' bostezaban de aburrimiento.

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Aunque los turistas sean una maldición para algunos, la mayoría de los malagueños los consideran una bendición. «De esto comemos muchas familias», recuerda Magdalena y sigue amontonando almendras.

Málaga en una mañana

Pasar semanas en un barco que más bien se asemeja a una ciudad flotante, estar encorsetado en alta mar y, ahora, para colmo, tener que estar pendiente de un riguroso protocolo sanitario. ¿Es posible que todo esto sean, incluso, vacaciones?

«Claro que sí. Está siendo una experiencia agradable. Es normal que los protocolos sean una molestia, pero prefiero esto a nada», cuenta Gabi Kasper. Tiene 60 años, vive en Hamburgo y ha venido con una amiga. Los últimos meses, señala, han sido un «horror» por la suspensión de todas las actividades no esenciales.

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«Los cruceros son así, los amas o los odias», enfatiza esta turista alemana, al mismo tiempo que le hace una foto al Teatro Romano.

Reconoce que está «maravillada» ante la evolución de Málaga y señala que la primera vez que visitó la capital de la Costa del Sol fue en 1975. Entonces, su único objetivo en la vida era salir tan pronto de aquí como le fuera posible. «Mis padres tenían una casa en Benajarafe, me encantaba esa zona. Pero Málaga me pareció una ciudad que tenía poco atractivo. Ahora estoy muy sorprendida, está irreconocible», detalla y asegura que volverá para una estancia de tres o cuatro días: «Ya, cuando quiten las mascarillas».

El turismo de cruceros es un turismo sintetizado y comprimido, con una filosofía que se interioriza pronto: ver lo máximo posible en el tiempo disponible. Los autobuses transportan a los turistas desde el Dique de Levante hasta el Ayuntamiento, donde comienza la exploración de la ciudad sobre las ocho y media de la mañana .

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Desde el Teatro Romano el grupo se dirige a la Catedral. De ahí se llega a la calle Larios y a la plaza de la Constitución, pasando por la plaza del Obispo. Después se callejea un poco hasta llegar a la plaza de la Merced. Vuelta al autobús y a coronar la excursión con una visita a Gibralfaro. Todo está muy medido para garantizar la vuelta al barco antes de la hora del almuerzo. La maquinaria, aunque parada durante 15 meses, sigue engrasada.

El sol sonríe en Málaga, pero de manera tímida porque el cielo luce una fina capa traicionera que, lejos de menguar su fuerza, lo que hace es potenciarla. Apenas corre viento y las perlas de sudor se despiden con cada vez más frecuencia desde la frente y se desliza por la cara. El viaje es frenado de forma abrupta por las mascarillas FFP2. Esta vez, son requisito indispensable para abandonar el crucero. La vuelta de las colas para entrar al castillo de Gibralfaro representan un punto de inflexión.

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Daniel Stachel levanta el 'lolipop' para que todos le vean y camina por la estrecha muralla. Hay que sortear algunos escalones inclinados. Mirada al frente para evitar mareos y el grupo de cruceristas está a punto de descubrir una de las mejores vistas de la ciudad. Alcanzada la plataforma, se abre una ventana que deja ver por un lado la bahía y por otro las edificaciones del centro. Desde la lejanía, parece pequeñas piezas encajadas de manera arbitraria sobre el tablero.

Las olas chocan contra la luz del mediodía y aparece una sensación de estar flotando. Aquí se aprecia una de las grandes paradojas de los cruceros: se está ante una vista de irreal belleza, pero apenas hay tiempo para disfrutarla. Fuera esperan una hilera de autobuses para volver al crucero. Stachel se despide y se le nota que está contento y no es para menos: después de 15 meses ha podido trabajar otra vez.

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