Del presidente embalsamado a la reina decapitada
Albas y ocasos ·
teresa lezcano
Málaga
Domingo, 19 de mayo 2019, 09:27
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Tal día como hoy nacía Hô Chí Minh, futuro presidente de la República Democrática de Vietnam, y moría Ana Bolena, decapitada por orden de su marido Enrique VIII bajo las acusaciones de adulterio y traición.
Nghe, centro de Vietnam, 19 de mayo de 1969. Nace Hô Chí Minh, quien siendo muy joven se trasladó a estudiar a Francia, donde entró en contacto con nacionalistas indochinos que le inculcarían la metodología del marxismo, y posteriormente a Moscú, donde participó en varios congresos de la Internacional Comunista. De regreso en Asia, Minh fue detenido y protagonizó un vía crucis carcelario, fundando en un interín escapista en Hong Kong el Partido Comunista de Vietnam, mientras Vietnam pasaba de estar bajo el dominio de Francia a verse imperializado por Japón, volvía a ser gabachamente recuperado y finalmente desfrancesaba definitivamente su territorio, convirtiéndose Hô Chí Minh en presidente de la República Democrática de Vietnam. Sin embargo, ya liberados los autóctonos del dilatado yugo galo y del breve colonialismo nipón, vietnamitas del norte y del sur se enzarzaron entre sí en una contienda para averiguar quién la tenía más larga, la logística naturalmente, y fue entonces cuando los Estados Unidos de América, aprovechando que el Mekong pasaba a dos tiros de piedra de Saigón, proyectaron su alargada sombra sobre la jungla del Viet Cong, que deforestaron a base de napalm al tiempo que lanzaban sobre el país, además de las cien mil toneladas de sustancias químicas tóxicas, más bombas que las utilizadas durante la totalidad de la Segunda Guerra Mundial. A Minh sin embargo no lo mató el aliento naranja del napalm ni un repentino abrazo bombardero sino la tuberculosis que, en mitad de la invasión estadounidense y en una cueva de Hanói, derivaría su imagen a los billetes vietnamitas, su nombre a Saigón que sería rebautizada como Ciudad Hô Chí Minh, y su cuerpo, pese a las instrucciones que había dejado el interfecto para una incineración completa, a ser embalsamado con el fin de exhibir su ultratumba en un homónimo mausoleo. Como bien dice un refrán vietnamita: «Para hacer la guerra se necesita arroz; para la paz también se necesita arroz». Xin chào.
Trescientos cincuenta y cuatro años antes del nacimiento vietnamita de Hô Chí Minh moría en Londres Ana Bolena, reina consorte de Inglaterra por su matrimonio con Enrique VIII. Éste se encaprichó de Ana cuando aún estaba casado con Catalina de Aragón y, como todavía no se había aficionado soberanamente a la decapitación conyugal, convenció al arzobispo de Canterbury para que declarara nulo su matrimonio con la dama aragonesa y acto seguido se ennupció alegre y bolenamente, desafiando así al Papa y añadiendo a su corona de rey la titularidad de la Iglesia Anglicana. Y durante un tiempo Ana y Enrique comieron muchas perdices aunque lo que se dice felices no fueron: a pesar de los trescientos sirvientes per cápita coronada que les amenizaban las vidas palaciegas, lo que la Casa de Tudor necesitaba era un heredero varón y éste no llegaba, ya que tras el parto de su primera hija Ana Bolena encadenó los abortos y, mientras Enrique ya iba murmurando por sus aposentos que Dios estaba en su contra y su matrimonio con la Bolena maldito, ya le iba echando el ojo real a una dama de compañía de su esposa llamada Jane Seymour. Decidido por tanto a desbolenarse como fuese, Enrique acusó a Ana de cornamentarlo con un músico flamenco, con un mozo de cámara y hasta con el propio hermano de la Bolena, tras lo cual los encerró a todos en la Torre de Londres, residencia acomodaticia donde las haya por aquellos días y, tras un juicio de mero protocolo, tuvo a bien su graciosa majestad tudoriana conmutar la sentencia de cremación de la reina por la de decapitación, que era menos dolorosa y matar mataba lo mismo. Ya destestada, tras ser detestada, Ana, Enrique se aseymouró con Jane, que le duraría menos que un hugonote en la noche de la San Bartolomé ya que murió de parto un año más tarde, y a la cual sucedería Ana de Cléveris, cuyo matrimonio se anuló por falta de consumación; Catalina Howard, quien además de anulada fue decapitada por si quedaba alguna duda y, finalmente, Catalina Parr, que tuvo la suerte de que Enrique finara antes que ella y conservó así la cabeza y las ganas de recasarse con un tío de Eduardo VI para que todo quedara en familia. En cuanto a la Bolena, fue venerada como mártir y heroína del protestantismo inglés y posteriormente entronizada como víctima romántica que ha protagonizado biografías, óperas y películas como 'Ana de los mil días', de cuyo sumario queda la última frase que pronunció, destinada a su verdugo: «No se preocupe, no voy a darle mucho trabajo: tengo el cuello muy fino». The end.
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