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Retrato de Hernán Cortés en sus últimos años
Del pintor puntillista al conquistador sarcásticamente pacifista: Georges Pierre Seurat y Hernán Cortés

Del pintor puntillista al conquistador sarcásticamente pacifista: Georges Pierre Seurat y Hernán Cortés

Albas y ocasos ·

Tal día como hoy nacía Georges-Pierre Seurat, que inventaría el puntillismo, y moría Hernán Cortés, conquistador de territorios

maría teresa lezcano

Domingo, 2 de diciembre 2018, 00:23

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Tal día como hoy nacía Georges-Pierre Seurat, que puntillosamente inventaría el puntillismo, y moría Hernán Cortés, conquistador de territorios y proveedor de viruela española a discreción.

Georges-Pierre Seurat. Del 2-12-1859 al 29-3-1891

El dos de diciembre de 1859 nacía en París Georges-Pierre Seurat, quien andando el tiempo y las témperas se volvería tan personalmente puntilloso como cromáticamente puntillista. El puntillismo, que Seurat inventaría neoimpresionistamente junto con Paul Signac, consistía en un procedimiento pictórico que sustituía las pinceladas por puntos cuya división de tonos creaba, ojeando el lienzo a cierta distancia, una intensidad óptica que aspiraba a ser mayor que la correspondiente a la mezcla de pigmentos. El Salón de París sin embargo rechazó los lienzos seuratinos y el despechado pintor se fue con su divisionismo a otra parte y, asimetrismo va, punto de fuga viene, inmortalizó su «Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte» como una de las obras cumbre del neoimpresionismo, mientras se peleaba con Monet por incompatibilidad de caracteres artísticos: que si tu cromoluminarismo me hace bizquear; que si me paso yo tu purismo por el forro de los bodegones; que si a que te agredo con un color primario; que si a que te atizo con un boceto paisajístico; que si no hay huevos abstraccionistas; que si a que te hago una omelette de nenúfares; que si tu modernidad reduccionista es un bulo; que si ya puedes meterte el realismo pictórico por el ... En fin, que se hallaba Seurat inacabando un lienzo sobre el circo cuando una angina infecciosa anterior a la penicilina o una difteria previa a la vacunación facultativa, dependiendo de las fuentes historiadas, lo ectoplasmó al paraíso impresionista al cual monsieur Monet tardaría más de treinta años en reunírsele, cuando al pintor nenufariano, tras ser alcanzado por unas caratatas de las que no saltan acuáticamente en la naturaleza sino de las que opacan el cristalino del ojo, fue sucesivamente atropellado por una depresión que lo encamó en su estudio y por una enfermedad pulmonar que lo transportó, crucero en la barquichela de Caronte mediante, hasta una posteridad en la que prolongar insistente y atemporalmente sus desavenencias cromáticas con monsieur Seurat. Merci bien.

Hernán Cortés. Del 3-6-1485 al 2-12-1547

Trescientos doce años antes del nacimiento parisino de Seurat moría, en el sevillano municipio de Castilleja de la Cuesta, Hernán Cortés de Monroy y Pizarro Altamirano. Tras haber participado en modo asalariado en la expedición de conquista de Cuba, Cortés se fue a conquistar por su cuenta y celebró su primer contacto con las civilizaciones mesoamericanas sustituyendo los ídolos religiosos mayas por cruces e imágenes marianas, y acto seguido se fue a invadir Potonchán en busca de oro aunque, como sólo encontró maíz y gallipavos, bendijo a sus nativos con una epidemia de viruela made in Spain que en las décadas siguientes aniquilaría el noventa y siete por ciento de la población regional. Ya bien aviruelados los mayas, se marchó Hernancito hacia poniente para visitar el Imperio mexica, también conocido como azteca, y mientras con el ojo izquierdo le guiñaba a Moctezuma para que aflojara joyas y objetos preciosos, con el derecho les lanzaba destellos castizos a los totonacas, que bien podrían ser rebautizados como tontonacas ya que, fiándose de la palabra hernandina, se aliaron a Cortés para intercambiar guerrillas presentes por futuras bonanzas, siendo desechados como una sandalia azteca en cuanto el conquistador dejó de necesitarlos. Una vez atontonacados los totonacas, se marchó Cortés en busca de Moctezuma, el cual creyendo que los españoles eran enviados del anunciado dios que vendría del este, es decir de la Serpiente Emplumada Quetzacóatl, los hospedó y los agasajó en su palacio, del que el emperador azteca acabaría siendo prisionero, mientras en Veracruz desembarcaban tropas españolas que acusaban a Cortés de rebelde con poca causa y que, a las órdenes de Pánfilo de Narváez, hicieron honor al nombre de pila del capitán y fueron tranquilamente apanfiladas por la astucia cortesina. Ya libérrimo en su embestida conquistadora, Cortés consumó la invasión azteca y, puesto en conocimiento de las riquezas existentes en Las Hibueras, actualmente Honduras, allá que se fue a pacificar la zona, sarcasticamente hablando, al tiempo que repartía asimismo un soplo de viruela por si las moscas aguacateras, y después siguió hasta Guatemala, donde fue recibido a pedrada limpia, actuación que aprovecharon los cortesinos para matar y saquear otro poco, a la vez que diseminaban otras dosis de viruela para la posteridad, será por viruela. Aún le dio tiempo a Cortés a descubrir la baja California antes de regresar a España para ser aristocráticamente enmarquesado y, tras unos cuantos viajes más de eufemística pacificación, cristianización voluntaria y aviruelamiento a discreción, letalmente acastillejado en la provincia de Sevilla, donde comenzaron sus viajes póstumos, casi tan frecuentes como los que disfrutó de organismo vivo y coleante. Aunque ésta ya es otra historia.

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