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Mitos y realidades sobre las perseidas

Las lluvias de estrellas fugaces se producen cuando nuestro planeta atraviesa una zona del espacio especialmente plagada de «piedrecitas» que no son más que los escombros que deja a su paso algún asteroide o cometa

luis felipe romero

Lunes, 9 de agosto 2021

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A mediados de agosto, cuando media España está de vacaciones y el calor del verano nos invita a trasnochar, es ya toda una tradición para muchos de nosotros lo de organizar una velada de amigos para la observación de la lluvia de estrellas fugaces conocida como perseidas o lágrimas de San Lorenzo. Pero ¿qué tiene que ver este santo católico con Perseo, el héroe mitológico que decapitó a Medusa? ¿De dónde proceden las estrellas fugaces y cuál es su relación con estos personajes? Pues, paradójicamente, no pretendo con mi artículo desvelar estos supuestos misterios, pues no creo que haya muchos lectores que, a estas alturas, y en esta «sociedad de la sobreinformación», aún no conozcan las respuestas. En su lugar, les quiero aportar algunos datos que rodean al mito y a la realidad, y que es bastante más probable que desconozcan.

Las lluvias de estrellas fugaces se producen cuando nuestro planeta atraviesa una zona del espacio especialmente plagada de «piedrecitas» que no son más que los escombros que deja a su paso algún asteroide o cometa. Uno de los más famosos es el 109P/Swift-Tuttle, «el objeto más peligroso para la humanidad», de cuyos restos proceden las perseidas. Este cometa es una gran roca, del tamaño de la ciudad de Málaga —desde la Araña hasta Torremolinos— que, durante décadas, permanece en una zona del espacio mucho más alejada del Sol que la Tierra; en el misterioso cinturón de Kuiper, posiblemente. Y puntualmente, cada 133 años, la (inicialmente) débil atracción gravitatoria del Sol acerca al cometa a nuestro sistema, y este se acelera hasta casi estrellarse contra el Sol, pero su propia inercia lo evita, saliendo despedido de nuevo a su lugar de origen, y formando así una órbita elíptica que tan bien describió Kepler. Pero al pasar junto al Sol, el intenso calor provoca violentas explosiones de gas en el interior del cometa —como las que tuvo que esquivar Ben Affleck en 'Armageddon'—, y que generan un rastro de partículas que, por inercia, siguen la misma trayectoria que el cometa.

La Tierra, en su giro alrededor del Sol, atraviesa una vez al año esa estela de escombros del cometa Swift-Tuttle. Como ya sabemos, esas minúsculas piedrecitas, al entrar en la atmósfera —y por el roce con la misma—, se vuelven incandescentes y producen la estrella fugaz. De hecho, podríamos decir que los fugaces somos nosotros al girar velozmente alrededor del Sol, y en nuestro camino, tropezamos con los meteoritos a 57 km por segundo.

Y todo esto se produce en agosto, coincidiendo con la festividad de San Lorenzo, y justo cuando la Tierra, en su rotación alrededor del Sol, tiene un rumbo aparente hacia el conjunto de estrellas que se conoce, al menos, desde los tiempos de Ptolomeo, como la constelación de Perseo. Y esa es la única relación entre nuestros protagonistas:

Esculturas de San Lorenzo, en El Escorial y Perseo, en Florencia.

Por un lado tenemos a Perseo, el semidiós de la mitología griega, hijo de Zeus que, enamorado de Nerea, se transformó en una lluvia dorada para poder acceder al lugar donde la ninfa estaba recluida. Pero esta lluvia nada tiene que ver con las perseidas, ya que estas reciben su nombre de la constelación que se encuentra «detrás» del espectáculo nocturno. Por cierto, la constelación de Perseo se sitúa justo al lado de la de Andrómeda, otra de las amantes de Perseo. Por otra parte, Perseus es tan solo la denominación occidental de la constelación. En China, por ejemplo, a esa zona de la bóveda celeste la llaman «la pierna del Tigre Blanco del Oeste».

Mucho más casto debió ser nuestro otro protagonista, Lorenzo de Roma. Este santo, patrono de los cocineros, murió quemado en una parrilla en el año 258, y entre otras curiosidades se dice de él que era quien custodiaba el Santo Grial. Otra leyenda dice que estando en la parrilla pronunció estas palabras: «Assum est, inqüit, versa et manduca» (Ya estoy hecho por este lado; dame la vuelta y a comer). Estos acontecimientos sucedieron un 10 de agosto, día en que se celebra su festividad, y se dice que son sus lágrimas las que iluminan el cielo nocturno en estas fechas. La primera referencia con este nombre se atribuye a un monje irlandés a finales del siglo XVIII, que menciona «the fiery tears of St Lawrence» en su libro Ephemerides Rerum Naturalium.

Las lluvias de estrellas son mucho más antiguas que Lorenzo y Perseo. Seguramente alguna de ellas ya asombró a Lucy, la más famosa de los australopitecos, en el valle de Hadar, así como a los neandertales que se refugiaban en la cueva de Ardales. Pero nadie se percató, hasta hace relativamente poco, de que este era un espectáculo de origen extraterrestre, y mucho menos, de que su periodicidad era anual.

Y es que no fue hasta el año 1833 cuando el norteamericano Denison Olmsted descubrió que una lluvia de estrellas en noviembre, las ahora conocidas como leónidas, era un espectáculo de periodicidad anual, y apuntó que las estrellas fugaces eran radiantes, es decir, que tienen su procedencia aparente en la misma zona del cielo (la constelación Leo). Precisamente por esa trayectoria, Olmsted sospechó de la procedencia extraterrestre de los meteoros. Por cierto, dicen que en las leónidas de 1833 se llegaron a ver alrededor de 20 estrellas fugaces por segundo durante 6 horas, y que la gente estaba aterrada, pues creían que había llegado el fin del mundo.

Abierta la veda, con las leónidas, se catalogaron muchas lluvias de estrellas de periodicidad anual, y entre ellas, las perseidas en 1837, por Edward Herrick, un librero aficionado a la astronomía, discípulo de Olmsted, que además intuyó por primera vez que el origen de la lluvia podría estar en los restos de un cometa o un asteroide. Herrick estimó que el pico de las perseidas era el 9 de agosto, en víspera de San Lorenzo. En realidad, la fecha y hora exacta del máximo de intensidad depende del año, y en 2021 este se producirá el día 12.

Observación de las perseidas

Para observar en condiciones las estrellas fugaces no hace falta telescopio, pero si carretera y manta. Al menos, en Málaga. Carretera, porque hay que alejarse suficientemente de las ciudades evitando la contaminación lumínica. Y la manta, por si acaso, porque deberíamos estar tumbados al raso durante horas. Y no hay que mirar solo hacia Perseo. Como se observa en la imagen, que las estrellas parezcan proceder de un punto del cielo no significa que solo puedan aparecer en ese punto.

Recreación de una lluvia de perseidas al este del monte San Antón

La espectacularidad de una estrella fugaz (meteoro) depende del tamaño del meteoroide (partícula que lo genera). Normalmente son como granitos de arena, y la estrella fugaz es normalita. Si el tamaño es como un grano de arroz, ya empieza a ser espectacular. Y si el meteoroide fuera como una canica, ya se conoce como bólido, y es probable que salga en los periódicos. Y también es ya posible que parte del material llegue a nosotros en forma de polvo de estrellas. Pero para que podamos encontrar un meteorito (denominación del objeto que llega al suelo) del tamaño de un puño, el meteoroide original debería ser tan grande como una pelota de baloncesto.

Si es posible, háganse con unos prismáticos o un telescopio, pues hay que aprovechar el desplazamiento para observar otros objetos tan espectaculares como las estrellas fugaces: el doble cúmulo de Perseo, la galaxia de Andrómeda, Júpiter y Saturno al sureste, la doble-doble estrella ε-Lyrae, o ese nuevo cometa, el C/2021 A1 (Leonard), por mencionar algunos objetos de notable vistosidad. En cualquier caso, prepárense para el gran espectáculo del cielo de verano. La primera gran bola de fuego asociada a las perseidas ya avisa de que este año podría ser histórico. ¿Llegaremos a ver algo parecido a las leónidas de 1833? Es una lotería, pero hay que comprar el boleto.

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