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Del escritor ametrallado al emperador invadido: Ernest Hemingway y Manuel II

Del escritor ametrallado al emperador invadido: Ernest Hemingway y Manuel II

Albas y ocasos ·

Tal día como hoy nacía Ernest Hemingway, que tras haber sido corresponsal de guerra recibió un Pulitzer y el Nobel de la Academia sueca, y moría Manuel II, emperador bizantino a quien los otomanos le fueron sisando el imperio a pedazos

MARÍA TERESA LEZCANO

Domingo, 21 de julio 2019, 00:02

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Tal día como hoy nacía Ernest Hemingway, que tras haber sido corresponsal de guerra recibió un Pulitzer y el Nobel de la Academia sueca, y moría Manuel II, emperador bizantino a quien los otomanos le fueron sisando el imperio a pedazos.

Ernest Hemingway 21-7-1899/ 2-7-1961

Oak Park, Illinois, veintiuno de julio de 1899. Nace Ernest Miller Hemingway, quien dieciocho años más tarde y tras haber respondido a una campaña de reclutamiento de la Cruz Roja en la cual se alistó como conductor de ambulancias en el frente italiano sería gravemente herido de metralla en ambas piernas mientras le llevaba cigarrillos a los soldados, para que después digan que el fumador pasivo no corre riegos. Eso sí, pese a hallarse más disparado que un pato de cartón en una caseta de tiro, Ernest se las ingenió para salvarle la vida a un combatiente italiano, hazaña que le valió la Medalla de Plata al Valor Militar del gobierno patrio. Ya finiquitada la guerra primermundialesca, Hemingway regresó a Norteamérica, aunque tras haber sido contratado como corresponsal en el extranjero por el Toronto Star se instaló en París para experimentar convenientemente la cotidianidad de la Generación Perdida, término que él mismo popularizaría en su novela Fiesta.

Después de cubrir para el Toronto Star la guerra greco-turca sin recibir ni un solo rasguño, a Ernest se le vino encima el tragaluz de su apartamento parisino, no mediante una afilada metáfora sino de una no menos cortante ventana de la que tiró en una euforia de absenta cascabelera confundiéndola con la cadena del retrete, despiste que le marcaría la frente de una prominente cicatriz que le conminó a dejar de empinar el hada verde para ir a ponerse, primero ciego de bourbon en Cayo Hueso y posteriormente de daiquiris en Cuba, haciendo sendas escalas en la Batalla del Ebro de la Guerra Civil Española, en el el Desembarco de Normandía que mandó a los nazis a freír croissants y hasta en la liberación de París, donde asegura la leyenda hemingwayana que fue el primero en entrar y hasta en liberar el hotel Ritz, aunque lo cierto es que ni abanderó la desalemanización de la ciudad de la luz ni la del Ritz, donde en cambio sí que se tomó un par de cócteles para celebrar la victoria.

Ya en paz Europa, se convirtió Hemingway en una celebridad internacional, en primer lugar por El Viejo y el Mar, que le reportó un Pulitzer, y dos años más tarde por el Nobel de la Academia Sueca, el cual no le impidió seguir trufando su hígado de alcoholes varios para mitigar las depresiones que la ciencia médica se empeñaba en curarle a golpes de electrochoques, ni comerse letalmente un mal día el cañón de su escopeta Boss calibre 12. Oh, boss.

Manuel II 27-6-1350 21-7-1425

Cuatrocientos setenta y cuatro años antes del nacimiento illinoisano de Ernest Hemingway, moría en Constantinopla Manuel II, emperador bizantino que, después de que los turcos le invadieran el Peloponeso se desimperializó a sí mismo retirándose a un convento. Antes de enclaustrarse para meditar sobre el cisma religioso y sobre su personal cisma de humillación a la turca, Manuel había llevado una existencia de cuyo confín había sido desterrado el concepto de aburrimiento: hijo segundo del emperador Juan V Paleólogo, quien no era un estudioso de las lenguas antiguas sino un miembro dinástico de los Paleólogos, Manuel era el preferido de su padre ya que el hermano mayor, Andrónico, era más terco que mil mulas del Cuerno de Oro y más irascible que mil víboras de Anatolia.

Oficialmente nombrado déspota por la gracia paterna, unos doscientos años antes de la peyorativización del término y cuando este aún era un mero título bizantino equivalente al latín dominus, Manuel fue nombrado gobernador de Tesalónica a los veintiún años de edad y su primera función fue la de salir a rescatar a su padre el emperador, que había ido a darse una vuelta por Roma a ver que se cocía en los hornos vaticanos y a su regreso fue retenido diez meses en Venecia por moroso, ya que su imperial madre e imperial abuela de Manuel pidió años ha en la Serenísima República a orillas del Adriático un préstamo que nunca fue reintegrado.

Habida cuenta, como ya iba anticipando Juan V Paleólogo, que el primogénito Andrónico era un conspirador habitual en el regazo de bandos diversos aunque siempre anti-Paleólogos, el padre ofuscado nombró coemperador a Manuel, que era como más respetuoso o más sibilino, si bien después de que los otomanos le birlaran Tesalónica, Manuel fue enviado por orden imperial al destierro en la isla de Lemnos, que tenía unas preciosas vistas al Egeo pero una naturaleza volcánica tan inhóspita que los reyes de la antigüedad habían asociado su agreste orografía con la residencia de Hefesto, dios griego del fuego y de la forja. Allí permaneció Manuel hasta que la muerte de Juan V lo ascendió de coemperador a emperador, aunque los turcos le amargaron una vez más el mandato invadiéndole el imperio a pedazos hasta sitiarle testaruda y otomanamente Constantinopla, que antes fue Bizancio y posteriormente sería Estambul. Y es que no gana uno para dátiles.

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