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De la bailarina pensionada al compositor nupciado: La Bella Otero y Felix Mendelssohn

De la bailarina pensionada al compositor nupciado: La Bella Otero y Felix Mendelssohn

Albas y Ocasos ·

Tal día como hoy nacía La Bella Otero, que sería célebre por sus bailes y por sus amantes, y moría Felix Mendelssohn, compositor de una de las marchas nupciales más entonada de las bodas contemporáneas

TERESA LEZCANO

Málaga

Domingo, 4 de noviembre 2018, 01:04

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LA BELLA OTERO | 4-11-1868 a 10-4-1965

Cuatro de noviembre de 1868. Nace en un pueblo de la provincia de Pontevedra Agustina del Carmen Otero Iglesias, quien ya sustituido el nombre de pila por el de Carolina y aclamada como «la bella Otero», se erigiría como uno de los personajes más destacados de la Belle Époque parisina, donde de igual manera te representaba la Carmen de Bizet que te bailaba un fandango o te escenificaba una danza del vientre en las entrañas del Folies Bergère. Envuelta en un aura de falso andalucismo que situaba sus orígenes en Cádiz y sus ascendientes en la raza calé, Otero había ido medrando en el artisteo bajo la sucesiva tutela de hombres influyentes; hecho que no era en absoluto inusual en la época ya que mientras los ricos y poderosos mantenían a la cortesana de turno, ésta a su vez le otorgaba categoría al mantenedor, un perfecto quid pro quo del que todos salían beneficiados. De esta guisa, a la vez que iba moviendo las caderas, dentro del escenario ceñida en tules y perlas y fuera de él desceñida en brazos de Guillermo II de Alemania, Alfonso XIII de España, Eduardo VII de Inglaterra y del mismísimo zar de todas las Rusias Nicolás II, La Bella Otero se iba encarnando en leyenda viva a cuyos pies se inmolaban vía suicidio una gran parte de los pretendientes rechazados por monetariamente incorrectos, mientras la disputada bailarina iba sirviendo de enlace entre la fortuna que recibía de sus amantes y el Casino de Montecarlo, habida cuenta la ludopatía más galopante que trotante que acuciaba las falsamente agitanadas venas de Mademoiselle Otero. Perdió tanto y con tanta constancia la Otero en la monegasca ruleta que para subsanar las estrecheces económicas de su vejez en un viejo hotel de Niza, el casino de Montecarlo le puso una pensión, no de las inmobiliarias con sus paredes y sus camastros sino de las pecuniarias y pagaderas a mes vencido. Doble o nada, por supuesto.

Veintiún años antes del nacimiento pontevedrés de La Bella Otero, moría en Leipziz Felix Mendelssohn, compositor alemán que, además de interpretar y dirigir sus propias obras, tuvo un papel protagonista en el resurgimiento de la música de Bach. Como todo niño prodigio que se precie, Mendelssohn fue tapizando el suelo de su infancia y adolescencia de partituras inventadas, y ora va una sonata para violín ; ora un trío para piano; ora una pieza para órgano; ora una opereta cómica y una cantata; ora un cuarteto para cuerdas y alguna fuga barroquismo abajo ; ora, valga la redundancia coral, un oratorio y me subo al contrapunto y vuelo polifonía arriba... Tenía Mendelssohn unos gustos musicales que muchos de sus contemporáneos consideraban conservadores y unos antecedentes genéticos que otros definían como impuros por aquello de la gota de judaísmo en vena presbiteriana, y se fue un tiempo con la música literalmente a otra parte: a Edimburgo, donde nacería su Sinfonía Escocesa y a la Roma que inspiraría su Sinfonía Italiana, aunque el viaje definitivo a Berlín para dirigir la Singakademie se le atragantó casi frankfurtianamente ya que le birló el puesto Karl Rungenhagen y Felix se marchó a musicar a Düsseldorf, donde aún no había acampado el vampiro homónimo, y poco después a Leipzig; ciudad en la que le empezaron a llover las ofertas de autores principiantes o consagrados, incluyendo a Richard Wagner cuya sinfonía Mendelssohn aseguró haber extraviado cuando lo cierto es que el recuerdo del wagneriano antisemitismo la traspapeló voluntariamente al baúl de los wagnerianos recuerdos. Claro que Wagner se desquitaría tras la muerte de Mendelssohn en un panfleto que los nazis recuperarían posteriormente para denigrar al fundador del Conservatorio de Leipzig. A medida que se iba afianzando su fama artística, Mendelssohn se fue tornando musicalmente más reaccionario, hasta el punto de manifestar hacia los compositores franceses, a quienes atribuía una moral distraída, una aversión tan puritana como irracional, al tiempo que se iba desvaneciendo por proscenios y camerinos, no por conservadurismo radical sino a causa de una enfermedad que nunca fue diagnosticada y le provocó, tras continuos dolores de cabeza, un derrame cerebral y finalmente la muerte a los treinta y ocho años de edad. Entre sus obras más conocidas están el Concierto para violín en mi menor, en cuyo estreno desplegó las alas de su Guarnerius – rival directo del Stradivarius –, y la Marcha Nupcial incluida en su ballet «El sueño de una noche de verano» – a su vez inspirado en la obra de Shakespeare –. Para el anecdotario colectivo, otra de las marchas más nupcializada en la actualidad es la de Wagner. Paradojas de la posteridad.

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