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Maniestación en Málaga contra la puesta en libertad de los miembros de La Manada. Carlos Díaz (Efe)
Violada ante el impasible ojo de la discoteca

Violada ante el impasible ojo de la discoteca

Una década después, la Manada de Guardamar ha sido condenada a cuatro años de prisión por abusar de una chica de 18 años en un párking

Doménico Chiappe

Martes, 14 de agosto 2018, 00:10

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Despertó con la boca pastosa, dolorida, en una casa desconocida. A su lado estaba su prima, que le preguntó qué recordaba de la noche anterior, un sábado de fiesta. Nada, le contestó ella, de 18 años. Su prima entonces le contó que horas antes vio cómo la violaban tres hombres -que serán conocidos como La Manada de Guardamar, aunque en la sentencia les colocaban les situaban en Torrevieja- en un concurrido párking. Quiénes eran ellos, cómo la llevaron hasta el coche. La víctima no lo sabía. Sólo que había salido a la discoteca con un grupo de amigos. Su prima la llevó al centro de salud de Crevillente, donde se sometió a un reconocimiento médico y a las medidas anticonceptivas pertinentes. Allí acudió la Guardia Civil. La víctima interpuso la denuncia. Con el juicio, que terminó diez años después, pudo conocer lo que sucedió el 24 de agosto de 2008. A partir de los 'hechos probados' de la sentencia de la Audiencia Provincial de Alicante, presidida por el juez Francisco Saravia, a continuación se reconstruye lo que sucedió aquella madrugada.

A las 2:30 horas, en la discoteca Barlovento, la chica se encontró con su prima. Habían llegado por separado. Se saludaron, hablaron. «Algo trivial». Después conoció a unos chicos. Bebieron. Ellos no se emborracharon; eran conscientes, reconocerán en el juicio. Dos horas después, ella se tambaleaba, arrastraba las palabras, y llegó escudada por dos hombres -cuyos nombres no han trascendido- hasta un Volkswagen modelo Golf que se encontraba en el párking del lugar, en la avenida Cortes Valencianas de Torrevieja.

Una vez abierto el coche, el primero, mayor de edad y sin antecedentes penales, la metió en el asiento trasero, mientras el otro, también mayor de edad, pero con antecedentes, se sentaba en el delantero derecho. El primero la desnudó, la acostó, le abrió las piernas y la penetró «vaginalmente de forma reiterada».

El primer agresor eyaculó -dentro y sin «utilizar ningún método anticonceptivo»- y salió del coche. Su secuaz abandonó su butaca de primera fila y le imitó: se acomodó sobre el cuerpo de ella y la embistió de la misma forma que el anterior. «Con idéntico ánimo, la penetró vaginalmente de forma reiterada hasta la eyaculación», dirá la sentencia. Afuera, la gente empezaba a rodear el vehículo, a observar la violación, como un show más de una noche de verano.

-¡Miradla! -gritó un espectador-. ¡Si se está quedando dormida con la polla en la boca!

Entonces, llegó un tercero o quizás estuviera mirando antes, como tantos más. «Es gratis», invitó el primer hombre. «¡Venga! ¡Que no se entera de nada!».

Cuando el segundo se retiró, el tercero, mayor de edad y también con antecedentes penales, les relevó en la violación grupal. «Había una persona practicando sexo con la chica dormida», dirá un testigo. Mientras el tercero utilizaba el cuerpo semidormido de la víctima, los otros dos se quedaron al lado del vehículo, e invitaron a la pequeña multitud que se arremolinaba alrededor. «¡Entrad, que hay barra libre!».

Entre el primitivo público de lo atroz estaban algunos amigos de la prima de la víctima. Uno de ellos fue a avisar. La prima había escuchado comentarios dentro de la discoteca y había salido. Se mantuvo a distancia «viendo cómo entraban y salían chicos del coche», hasta que le advirtieron quién era la chica. Ambas no habían vuelto a coincidir en toda la noche. «¡Va al YouTube!», dijo alguien que grababa con su móvil.

Los demás mirones se mantuvieron impasibles. Hasta que intervino un hombre, que reconocerá en el atestado que actuó por conocerla de vista, aunque en el juicio dirá no recordar nada por su «adicción a las drogas». Recriminó a los violadores, intentó pegarles. Sacó a la víctima y la entregó a su prima, que, primero, la vistió. «No pensé en otra cosa que en acostarla», dirá en la vista. «Ella no era consciente de lo que estaba pasando».

-No te la lleves, que estamos disfrutando-, dijo uno de los violadores, que el 13 de junio de 2018 será condenado, junto a los otros dos, a lo mínimo contemplado por «abuso sexual con acceso carnal», cuatro años de prisión.

La prima y sus tres amigos la llevaron «entre dos» hasta otro coche; a rastras, porque la víctima se encontraba «completamente aturdida», según escribirán los magistrados. A pesar del argumento de la defensa, la sala dirimirá que la víctima no podía dar un «consentimiento válido para mantener relaciones sexuales», al comprobarse «impedida de comprender» por la «pérdida o inhibición de las facultades intelectivas y volitivas», aunque sin estar «totalmente inconsciente o inerte». No obstante, al estar «privada de sentido», no opuso resistencia y la violación no será considerada «agresión», debido a la jurisprudencia del Supremo.

La prima la llevó al apartamento que había alquilado para esos días, donde la víctima, aunque no podía hablar ni tenerse en pie, «intentaba llevarse a la cama» a uno de los chicos que la había ayudado, presa de «un apetito sexual intenso». «No olía a alcohol», asegurará la prima, pero la prueba pericial forense no pudo concluir qué sustancia alteró su percepción. Al día siguiente, persistió la desmemoria, pero comenzó el relato de aquel horror. Una década después, ella aún tiene miedo de salir sola.

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