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JON A. SEDANO
Jueves, 8 de junio 2017, 20:27
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En 1998, el médico británico Andrew Wakefield publicaba un estudio en la revista especializada 'The Lancet' donde asociaba de forma directa el autismo con la vacuna de la triple vírica (paperas, rubeola y sarampión). 12 años después, en 2010, el Colegio General Médico Británico expulsó al investigador al darse cuenta de que tanto las conclusiones como la forma de llegar a ellas se habían manipulado para alcanzar resultados. El estudio era un fraude.
En 2015 en cambio se realizó una nueva investigación, solo que en lugar de estudiar a 12 niños, como había hecho Wakefield, se tuvieron en cuenta a 95.000, concluyendo que no había ningún tipo de relación entre la vacuna y el autismo.
Asimismo, desde la salida del primer estudio, muchos se han apoyado para vincular el autismo a las vacunas en el hecho de que algunas contienen metales que el cuerpo de los niños no es capaz de absorber. Incluso el presentador Javier Cárdenas realizó esta afirmación en el programa 'Levántate y Cárdenas' que se emitió este miércoles. Pero es falso. Algunas vacunas contienen tiomersal, que se compone de etilmercurio para evitar el crecimiento de bacterias y hongos, pero según indica la OMS la cantidad es inferior al 0.1% del mercurio al que los seres humanos se exponen. Es más, EEUU pidió la retirada de este componente de las vacunas por precaución, pero estudios posteriores establecieron que no se había producido ningún efecto en trastornos como el autismo.
Por último, algunos expertos indican que el crecimiento del autismo en algunos países está relacionado con el hecho de que antes no se diagnosticaba de forma correcta y ahora sí.
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