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La misión de su vida

La misión de su vida

Algunos profesionales trabajan en proyectos tan a largo plazo que dudan de si los verán terminados. Aun así, se dejan la piel cada día. Su compromiso, la fe ciega en lo que hacen, les recarga de energía para aguantar tantos años sin ver resultados. Aquí van cinco de ellos...

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Lunes, 26 de noviembre 2018, 01:23

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Llevan muchos años, a veces décadas, dedicados en cuerpo y alma a un proyecto. Unos por vocación y otros por convicción. Han sacrificado tiempo y familia; alimentado su pasión con grandes dosis de fe y recuperado las energías en momentos de desánimo con recargas de resilencia, tozudez y constancia. Eligieron participar en una carrera de fondo donde no se atisba la meta. Quizá no la vean nunca, porque el camino hasta llegar a ella es como una selva donde es difícil abrirse paso. Pero «habrá merecido la pena el esfuerzo», coinciden los cinco profesionales del ámbito de la medicina, la arqueología, la astrofísica, la cooperación y la ingeniería aeroespacial que cuentan a este periódico cómo viven, en ocasiones «a ciegas», inmersos en el día a día, en el problema que tienen delante y donde, a menudo, los árboles no les dejan apreciar el bosque.

Llevar el hombre a Marte, acabar con el hambre en el mundo o encontrar la curación de una enfermedad tan cruel como el alzhéimer. ¿Imposible? «En absoluto», aseveran. Van provistos con las mejores armaduras para vencer en sus luchas particulares: por un lado, la educación que recibieron de niños, basada en el esfuerzo y la perseverancia; por otro, la creencia ciega en el ser humano. «La Historia nos enseña que, a lo largo de los siglos, hemos sabido superar grandes males con ciencia, técnica e inteligencia. ¿Por qué no íbamos a ser capaces nosotros?», se preguntan. No obstante, reconocen que en la sociedad actual, donde se impone el consumo rápido de casi todo, su trabajo a cincuenta años vista «no está de moda». Embarcados en la misión de su vida, se ven en casi cualquier escenario, menos abandonando el barco. ¿Tirar la toalla? «Jamás».

Días para todo

Ninguno es de piedra. Tienen días malos y días peores, pero también buenos y, alguna que otra vez, «extraordinarios». Son estos los que les proporcionan la energía necesaria para tirar adelante durante tiempo indefinido. En esta larga carrera, donde cada etapa es en sí misma una misión, rebasar cada obstáculo reporta el combustible preciso para permanecer en pie y acercarse al éxito. «Si al final no lo conseguimos, habremos avanzado en el camino y dejado un legado importantísimo para que otros lo continúen». Es un enunciado que comparten nuestros cinco protagonistas, unidos por la generosidad, el compromiso social, el propósito de vida, la empatía al más alto nivel, la capacidad de servicio y el amor a su profesión. Quizá no crucen la meta, pero alguien tomará el relevo y el triunfo, si llega, será colectivo.

PACO MORENO. Abogado y cooperante

«No me veo en otro sitio en el mundo que no sea Etiopía»

Paco Moreno, a la derecha, trabaja en la realización de pozos en Etiopía para acercar el agua potable a la población.
Paco Moreno, a la derecha, trabaja en la realización de pozos en Etiopía para acercar el agua potable a la población.

No había cumplido los 30 años y a Paco Moreno no le podía ir mejor la vida. Tenía su propio despacho de abogados en Madrid, donde triunfaba como letrado especializado en derecho tributario e inmobiliario; acababa de comprarse una casa; conducía un buen coche y daba clases como el profesor más joven en una universidad privada. «Ganaba mucho dinero, más del que necesitaba», asegura por teléfono desde Addis Abeba (Etiopía). Se sentía afortunado, pero también en deuda. Quería compensar todo lo bueno que había recibido. En aquel momento no sabía cómo hacerlo, aunque solo era cuestión de tiempo.

Han pasado quince años desde que Paco abandonó su acomodada existencia y puso rumbo a un futuro incierto, lleno de penurias. Pero en la convivencia con los más pobres se ha encontrado a sí mismo. Allí, en Afar, en una de las regiones africanas más castigadas del planeta, donde las temperaturas alcanzan los 56 grados y el hambre devora a niños famélicos (la mortalidad infantil alcanza el 35%), Moreno ha dado con el sentido de su vida, el motivo por el que seguir adelante.

Hasta Etiopía viajó en 2003 animado por un amigo. Quiso probar lo que era el voluntariado en una de las casas que las Misioneras de la Caridad tienen en el país. Volvió en 'shock' y, aunque juró que no regresaría, repitió dos veranos más. Fue suficiente para advertir que había encontrado el camino, que a partir de entonces su proyecto vital no iba a ser otro que trabajar en el desarrollo de las zonas más pobres de África y «contribuir a un mundo más justo». Así fue como en 2005 se despojó de su pasado y fundó, con tan solo un euro, la ONG Amigos de Silva, una organización sin ánimo de lucro basada en un modelo empresarial de gestión eficiente para garantizar los mejores resultados. «En lugar de enfocar mis conocimientos a ganar dinero, como hacía en España, ahora los utilizo para sacar proyectos y ayudar a los demás».

PERSONAL

  • Origen: Francisco Moreno Arangüena (Madrid, 1974). Abogado.

  • Misión: Programas sanitarios de desarrollo y construcción de pozos de agua en Etiopía.

Desde que habita en el cuerno de África, este abogado reconvertido a filántropo no ha cejado en su empeño de aliviar la enorme carestía nutricional y sanitaria de la zona. Ha trabajado en la rehabilitación de un hospital en Dubti y la construcción de otro en Asayita, en el desarrollo de campañas de vacunación y, sobre todo, en idear fórmulas para mejorar el acceso al agua potable. «Es prioritario para evitar que la población contraiga enfermedades como la lepra, la tuberculosis, el tétanos o la difteria, pero también para acabar con una costumbre injusta y discriminatoria: las niñas faltan al colegio para ir en busca de agua a pozos que pueden estar a quince o veinte kilómetros de sus casas y luego regresar cargadas con diez litros a sus espaldas», relata.

Perforar resulta caro

Ha puesto ya en marcha 31 pozos con la fundación Ayudare, con la que llegó a un acuerdo para comprar la maquinaria. «Nos ha permitido abaratar costes y generar ingresos con los trabajos a terceros. Un dinero que reinvertimos en nuevos proyectos y nos posibilita ser autosostenibles». Antes ya había construido quince pozos con recursos propios y rehabilitado otro medio centenar. No ha sido una tarea sencilla, ni barata. «Si en España perforar un metro de terreno cuesta entre 50 y 100 euros, en Etiopía se multiplica por tres», recalca Moreno, que, harto de tener que pagar a hidrogeólogos para que realizaran informes previos a la perforación, aprendió la técnica de los zahoríes y se vale de un péndulo para situar el sitio exacto en el que hay agua. «Tengo un 98% de aciertos», presume.

En España no le faltaba de nada, y en Etiopía lo tiene todo por hacer. Su proyecto de vida es a muy, muy largo plazo. «Acabar con el hambre en el planeta es casi imposible, pero cada jornada es una conquista –defiende–. A veces, tras reunirme con representantes del Gobierno, me he ido a la cama llorando, rendido y pensando si podría seguir adelante. Pero me levantaba con las mismas fuerzas del primer día». Pese a tener mujer y tres hijos (el más pequeño, de tres meses) que viven en España, Paco Moreno tiene claro dónde está su sitio en el mundo. «No me veo en otro lugar que no sea aquí, y espero que esta misión en la que me he embarcado la continúe alguien cuando yo falte».

CARLOS GARCÍA-GALÁN Ingeniero

«Confío en ver la llegada del hombre a Marte»

Cuando hacia 2030 el hombre ponga un pie en Marte, Carlos García-Galán ya podrá descansar tranquilo. Será otro gran paso para la Humanidad y el sueño cumplido de un hombre que de niño anhelaba ser astronauta. No lo ha conseguido aún y no lo descarta, pero tiene una responsabilidad mayor. Hoy, este malagueño que con 22 años hizo las maletas y se fue a EE UU a estudiar Ciencias del Espacio e Ingeniería Aeroespacial está al frente del Proyecto Orion. Lidera el equipo de ingenieros que trabaja en el desarrollo e integración de todos los sistemas de una nave espacial que en una década será lanzada al espacio en dirección al planeta rojo con seis ocupantes a bordo.

Una misión de altísima complejidad en la que, además de la nave, hay que construir un potente cohete capaz de cubrir una distancia superior a cincuenta millones de kilómetros; resolver el transporte de víveres y oxígeno suficientes para garantizar la supervivencia de seis astronautas entre dos y tres años (solo en llegar a Marte desde la Tierra se tarda seis meses) y superar las condiciones extremas de radiación que soportará tanto la nave como la tripulación. «Jamás el hombre ha hecho algo parecido. Hemos tenido a personas más de un año en el espacio, pero siempre en la órbita terrestre», aclara.

PERSONAL

  • Origen: Carlos García-Galán Castillo (Málaga, 1974). Ingeniero aeroespacial y en Ciencias del Espacio.

  • Misión: Trabaja desde 2006 en el Proyecto Orion, que llevará al hombre a Marte.

Será el lanzamiento más trascendental de la NASA desde que Neil Armstrong se convirtiera, el 20 de julio de 1969, en el primer humano en pisar la Luna, tras cuatro días de viaje a bordo del Apolo 11. «El día que lleguemos a Marte, la Humanidad se paralizará; hay pocas cosas en el mundo que puedan unir tanto a todos», declara García-Galán a este periódico desde Houston, donde vive con su esposa y dos hijos y trabaja en el Centro Espacial Johnson.

Hace ya doce años que este ingeniero, hijo de piloto y azafata, forma parte del Proyecto Orion. Probablemente, se jubilará con él. Le ha robado tiempo (mucho), sueño, momentos familiares y hasta juventud, por las dosis de preocupación que conlleva, pero «esto es el motor de mi vida», resume. «La carga de trabajo es enorme. Hay días en que no puedes pensar en lo que representa una misión tan a largo plazo, solo en resolver el problema que tienes delante. Aun así, cuando voy al Centro Espacial Kennedy, en Cabo Cañaveral, y veo la nave a la que tengo que realizar pruebas, vuelvo a tomar conciencia de la dimensión de lo que tengo entre manos. Me parece increíble que, en breve, vayamos a lanzarla a la Luna (paso previo a su viaje a Marte) y en ella haya dejado mi huella».

García-Galán confía en ver culminada su misión. Será el final de una película que tendrá momentos legendarios y que, en la actualidad, está protagonizando «con gran intensidad». El primero hito fue en 2014, cuando la nave realizó un vuelo de prueba que se alejó 5.800 kilómetros de la superficie terrestre (la Estación Espacial Internacional está a 420 kilómetros de altura). La siguiente misión será a la Luna, en junio de 2020, sin tripulación, para probar el cohete y la estructura aeroespacial en una órbita donde la gravedad es similar a la existente en Marte. Al año siguiente se repetirá, pero con astronautas. «A partir de ahí, queremos volar todos los años al satélite para construir una pequeña estación espacial que nos sirva de plataforma intermedia en el viaje a Marte», explica García-Galán.

Hasta que eso ocurra, queda tarea por hacer. «Hay muchos problemas que resolver, pero nada que no se pueda superar». Su entusiasmo es contagioso y permanece tan virgen como el día en que empezó esta aventura. Admite la posibilidad de que todo pueda acabar mal; a veces le «obsesiona». Sin embargo, cree que el proyecto es suficientemente «robusto». La cuenta atrás de la epopeya a Marte ha empezado. Cada noche, al acostarse, sueña con poder decir algún día: misión cumplida.

JUAN MANUEL MUÑOZ Arqueólogo

«Estoy dispuesto a morir con la picola en la mano»

Su vida ha transcurrido entre excavaciones, dedicado a estudiar la huella fenicia en el origen de la ciudad de Málaga. La vocación arqueológica de Juan Manuel Muñoz Gambero nace de niño, cuando la lectura de 'La guerra de Troya' le hace soñar con ser un gran descubridor. Tenía siete años; en breve cumplirá 76 y está dispuesto a morir con la pluma o la picola en mano. «Lo mío es como el sacerdocio», confiesa.

En 1959, con tan solo 17 años, funda un grupo de investigaciones arqueológicas y espeleológicas con otros estudiantes y aficionados «a lo desconocido» para dar rienda suelta a su afición. Ya nunca la abandonaría. A los pocos meses, siguiendo su instinto y las referencias que recordaba de su abuelo carbonero sobre una cueva con «huesos prehistóricos», Muñoz Gambero descubre en Málaga el yacimiento de La Tortuga, uno de los santuarios íbero-púnicos más importantes de Andalucía. Del siglo V antes de Cristo, es declarado Bien de Interés Cultural (BIC) tras nueve años de excavaciones, que arrojaron cientos de piezas de cerámica y restos de lo que pudo ser un templo dedicado al culto funerario.

Lo mejor estaba por llegar. Nuestro hombre recuerda cómo el 20 de diciembre de 1965 cayó en sus manos un resto del yacimiento fenicio del Cerro del Villar, que ahora languidece junto a la desembocadura del río Guadalhorce (Málaga). «Lo traía a la carrera uno de los chavales que trabajaba en el grupo de arqueología. Fue verlo y me dio un vuelco el corazón. Supe inmediatamente que se trataba de algo importante», revive el veterano arqueólogo, que comenzó las excavaciones en el yacimiento en 1966.

El Cerro del Villar es uno de los centros coloniales fenicios más importantes del Mediterráneo occidental. Su fundación tuvo lugar a mediados del siglo VIII antes de Cristo y se cree que en el apogeo de esta urbe llegaron a residir más de 3.000 personas, no solo fenicios, sino también colonos griegos, egipcios e incluso íberos que terminaron asentándose en él para comerciar con los fenicios. «Antes de que sus moradores lo abandonaran debido a las inundaciones periódicas que sufría (se trasladaron a la bahía, donde fundaron Malaka, la actual Málaga), el Cerro del Villar registró una importante actividad metalúrgica y comercial; fue la puerta de entrada a la península de productos como el hierro, la vid o el olivo».

PERSONAL

  • Origen: Juan Manuel Muñoz Gambero (Málaga, 1942). Arqueólogo.

  • Misión: Estudio de la influencia fenicia en el origen de Málaga. Halló los yacimientos de La Tortuga y Cerro del Villar.

Aunque sin abandonar sus trabajos sobre el terreno, Muñoz Gambero mantiene vivo el estudio de esta etapa de la historia de su ciudad con la elaboración de un manual de las tipologías de materiales arqueológicos fenicios e ibérico-púnicos. «Me gustaría que la Junta de Andalucía retomara algún día el proyecto de construcción de un parque arqueológico con un centro de interpretación que en su día anunció para dar a conocer el yacimiento», declara. No sabe si vivirá para contarlo. Mientras tanto, su esperanza es que «uno de mis nietos herede todo el material que he reunido durante tantos años y pueda continuar las investigaciones sobre la huella fenicia en esta tierra».

Director también de diversas misiones arqueológicas españolas en Egipto y otros países del Mediterráneo a través de la Unesco, Juan Manuel dice que la única forma de mantener vivo el entusiasmo cuando las excavaciones no dan fruto o la Administración deja su patrimonio cultural en manos de expoliadores es «el deseo de seguir descubriendo cosas».

Hoy, más de cinco décadas después de devolver a la luz el Cerro del Villar, esta joya arqueológica subsiste sin pena ni gloria y continúa siendo una gran desconocida. Pese a haber sido declarado BIC por la Junta en 1998, solo el 40% ha sido excavado. «Pero yo soy incombustible y, hasta que me duren las fuerzas, seguiré defendiendo la necesidad de proteger estos dos grandes yacimientos de Andalucía», sentencia.

JOAN COMELLA Científico

«La investigación es para gente valiente»

Joan Comella es desde hace diez años director científico del Instituto de Investigación del Vall d'Hebron de Barcelona, pero lleva toda la vida dedicado en cuerpo y alma al estudio del alzhéimer. Sin parar, hasta convertirse en una referencia en este campo. Es el motor de su existencia desde que, en segundo de Medicina, llegó a la conclusión de que no sería un médico «convencional», que no ejercería como tal, porque en el laboratorio y en el estudio de las enfermedades neurodegenerativas estaba su verdadera vocación.

Descubrió que durante el proceso embrionario se produce un exceso de neuronas, más del doble de las que finalmente tiene un animal adulto. ¿Qué ocurría para que el 50% muriese de forma natural? Aquella puerta a lo desconocido le cautivó. «Durante quince años me dediqué a buscar los factores que permitían sobrevivir a las neuronas, y llevo otros tantos intentando entender qué es lo que ocurre para que mueran. Ahora sabemos que no hay factores que las hagan sobrevivir, y también que el proceso de muerte no es pasivo; no es que se mueran, es que se suicidan. Esto ha sido una revolución en el estudio del alzhéimer», ilustra Comella.

Pero, añade, queda mucho por hacer. «Lo que sabemos es insuficiente para conocer la enfermedad. Somos una legión de científicos en el mundo y llevamos veinte años intentando averiguar qué hace morir o qué hace vivir a las neuronas del cerebro. Hemos avanzado mucho, aunque nada nos ha permitido aún crear un fármaco que prevenga esa muerte», se lamenta.

PERSONAL

  • Origen: Joan Xavier Comella Carnicé (Vilanova de Segrià, Lérida, 1963). Científico.

  • Misión: En segundo de Medicina decidió que sería investigador. Hoy es una referencia en el estudio del alzhéimer.

'La investigación de hoy es la medicina del mañana'. Es el lema de la institución científica que lidera, y en la que trabajan 1.700 personas en 150 proyectos. En su devenir hay días, y días. «En una escala del uno al diez, puede haber picos, pero, para un investigador, el nivel de optimismo no puede bajar nunca del siete». Comella saca coraje para seguir al pie del cañón de la educación que recibió de su familia, de origen humilde, dedicada a la agricultura y sin una vida fácil. Con ellos aprendió la cultura del esfuerzo, de levantarse cuando uno se cae y reemprender el trabajo aunque la recompensa no sea inmediata. También le impide desfallecer su formación humanística, esa que le permite seguir creyendo en la humanidad, «porque, con todo lo malo que tiene nuestra especie, ha sido capaz de hacer obras prodigiosas y superar grandes males con ciencia, técnica e inteligencia».

En la incierta misión en la que está embarcado, maneja una sola certeza: «No pienso tirar la toalla». Y si muere antes de hallar un fármaco que prevenga o trate el alzhéimer, «no me iría con un sentimiento de fracaso o frustración; habremos allanado el camino y facilitado a la siguiente generación que pueda obtener resultados. El esfuerzo habrá merecido la pena. Si nadie lo hace, estaremos retrasando la victoria» sobre la enfermedad.

Joan Comella dirige uno de los cinco grupos dedicados al estudio del alzhéimer en el Vall d'Hebron. Son ocho personas volcadas en la hipótesis de que este mal cruel e irreversible es fruto de una «especie de inflamación crónica del cerebro, como si sufriese una gripe durante años». El problema es que, «cuando la tratamos, no se obtienen resultados; hay que abordarla de forma específica con unas herramientas que todavía no tenemos».

Sin embargo, saber lo que es proporciona una información «valiosísima». «Creemos que estamos tirando de un hilo que, por el momento, sigue cediendo y que seguramente serán otros quienes den con la respuesta. ¿Quién sabe?». Pero Comella no desiste de su empeño. «La investigación es para valientes, para gente que arriesga, se sacrifica y apuesta por un tipo de vida. En mi caso, no hay nada que me produzca tanta satisfacción que hallar algo que nadie ha visto antes», apostilla.

JULIO RODRÍGUEZ Físico

«Hay otras misiones, pero ninguna es como Rosetta»

Han pasado dos años, pero aquella frase lapidaria sigue resonando en su cabeza: «Esto es todo». Desde el Centro de Control de Operaciones Espaciales en Darmstadt (Alemania), Julio Rodríguez asistía en mitad de un silencio sepulcral al final de Rosetta, la primera misión destinada a acompañar a un cometa en su viaje hacia el Sol y posarse en su superficie. Cuando dejó de emitir señales, su corazón se partió en dos. «Tuve una sensación agridulce, de enorme satisfacción y de inmenso orgullo por el trabajo bien hecho, pero también de profunda tristeza y vacío», confiesa.

El 30 de septiembre de 2016 quedará grabado para siempre en la memoria de este físico, especializado en el desarrollo de instrumentación científica para proyectos espaciales del Instituto de Astrofísica de Andalucía. Con Rosetta, se iban 21 años de trabajo; acababa la que él considera la misión de su vida, y se siente un afortunado por haberla podido concluir. «Hay otras misiones, pero ninguna será como esta», apunta Rodríguez, que fue distinguido por la Junta de Andalucía por desarrollar para otra misión un espectógrafo que demostró que había vapor de agua en la atmósfera de Marte.

En Rosetta, participó en el desarrollo de Osiris, un sistema de dos cámaras científicas que durante los doce años de viaje de la sonda espacial proporcionó casi 100.000 imágenes e hizo las primeras fotografías de un asteroide, el Stein, a 360 millones de kilómetros de la Tierra. También trabajó en el montaje de un detector y analizador del polvo del cometa y, finalmente, en un módulo de descenso (Philae) para medir el campo magnético del cometa y tomar muestras de los materiales de la superficie del núcleo.

PERSONAL

  • Origen: Julio Federico Rodríguez Gómez (Granada 1963). Físico.

  • Misión: Desarrollo de la instrumentación cientítica de las misiones espaciales, entre ellas Rosetta.

El viaje de Rosetta comenzó en marzo de 2004, cuando despegó desde la base de lanzamiento de Kourou (Guayana Francesa) con un cohete Ariane 5, después de dos intentos fallidos y un aplazamiento. El objetivo era alcanzar la órbita del cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko para estudiar su composición. Pero el viaje de la sonda hasta el cometa no fue directo; no existe un cohete de tal potencia. Por eso, fue tomando impulso gravitatorio al acercarse a algunos planetas como la Tierra o Marte; incluso tuvo que hibernar 31 meses porque viajaba tan lejos del Sol que no le llegaba la suficiente radiación que la alimentase de energía. «Sabíamos que tenía que despertar en algún momento y el día que vimos en las pantallas una rayita en el espectro de recepción de la antena que indicaba que había señal eso fue inmenso, casi como ser padre», revive.

Julio tiene dos hijos. El mayor nació y creció con Rosetta. «Cuando se decidió estrellar esta sonda contra el cometa (al alejarse del Sol ya no recibía energía para continuar) y acabó el proyecto en el que había invertido media vida, mi hijo me escribió una carta muy emotiva. Sentía que se le iba un hermano. Había convivido con Rosetta desde que nació, venga a oír hablar de ella a su padre, y no pudo reprimir la necesidad de despedirse. Si fue conmovedor para mi hijo, imagínese cómo fue para mí. Estoy muy satisfecho del trabajo que hicimos y de que el instrumento no diera ni un problema hasta el último día. Es la sensación del deber cumplido».

Dice Rodríguez que la instrumentación espacial va marcada por una serie de hitos «que nos lleva a estar estresados todo el tiempo. Aunque sea a largo plazo, nunca vives tranquilo», asegura. Son años de estudio, de resolución de problemas para que otros investiguen y puedan hacer una ciencia de excelencia. «No soy la estrella de rock, pero sí el que hace una buena guitarra para que el intérprete suene bien y sea aclamado», ejemplifica. Y en ese tortuoso y dilatado proceso, se saborea cada alegría, cada «momento de éxtasis» al superar una fase. «Pero eso es efímero; al día siguiente, en lo único que piensas es en el reto inmediato».

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