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Joaquín Álvarez, 27 años de pastor trashumante, posa entre la nieve en el Camino Real de la Mesa que atraviesa Torrestío. FOTOS: SERGIO GARCÍA
Luces y sombras de quedarse en Babia

Luces y sombras de quedarse en Babia

Contrastes. En el valle situado entre León y Oviedo que servía de inspiración a quienes sólo deseaban perderse conviven el cierre de aulas y bancos con la apertura de hoteles. Jóvenes emprendedores empiezan a sustituir por calles y pastos a los mayores que escapan del invierno

sergio garcía

Domingo, 12 de diciembre 2021

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Cuando era un guaje de apenas 9 años, Ismael Rodríguez, hijo de madre soltera y con un futuro más negro que las maracas de Machín, se hizo pastor trashumante. Cada año, allá por octubre, él y otros tres vecinos de su pueblo de León recogían las ovejas, cabras y yeguas en la majada y bajaban por el Camino Real de la Mesa hasta Villamanín, donde embarcaban el ganado en tren rumbo al Casar de Cáceres y de allí marchaban a la dehesa. «Al sur del río Tajo no hay lobos ni osos y el invierno no es tan duro, esa es la parte buena», recuerda Ismael, que carga ya 70 inviernos a las espaldas y tiene la cara curtida y cruzada de venillas rojas, las cejas como ramas de arbusto mirando cada una en una dirección.

«Estábamos a tres horas a caballo del pueblo más próximo y pasaban semanas sin que viéramos a otro ser humano, a menudo sin más refugio que el chozuelo que levantábamos con varas y paja, o el capote de lluvia si descargaba mientras estábamos a campo abierto». Allí se quedaban siete meses, hasta mayo, lo mismo cocinando que atendiendo la paridera. Siempre a la intemperie, lejos del hogar, de la mujer y los hijos. Soñaban con volver a Babia, con sus 1.400 habitantes repartidos en 28 pedanías, agrupadas a su vez en torno a dos ayuntamientos, San Emiliano y Cabrillanes; con el recuerdo de los puertos cubiertos de nieve, de los mastines velando por el rebaño y del agua del deshielo precipitándose en furiosas cascadas.

Aislados, pero menos. Ismael y Norino vigilan el caudal del río, entre cumbres donde se enreda el invierno. Lisardo cuelga los chorizos de los varales en Villafeliz. A la derecha, Josefa, la última maestra de escuela de San Emiliano.
Imagen principal - Aislados, pero menos. Ismael y Norino vigilan el caudal del río, entre cumbres donde se enreda el invierno. Lisardo cuelga los chorizos de los varales en Villafeliz. A la derecha, Josefa, la última maestra de escuela de San Emiliano.
Imagen secundaria 1 - Aislados, pero menos. Ismael y Norino vigilan el caudal del río, entre cumbres donde se enreda el invierno. Lisardo cuelga los chorizos de los varales en Villafeliz. A la derecha, Josefa, la última maestra de escuela de San Emiliano.
Imagen secundaria 2 - Aislados, pero menos. Ismael y Norino vigilan el caudal del río, entre cumbres donde se enreda el invierno. Lisardo cuelga los chorizos de los varales en Villafeliz. A la derecha, Josefa, la última maestra de escuela de San Emiliano.

En Torrestío, una esas pedanías, siguen rentando los puertos 'pirenaicos' para que pasten sólo las ovejas, como durante décadas hizo el conde de la Oliva. El dinero que recauda el pueblo se reparte luego entre los vecinos que pueden acreditar seis meses de estancia al año, porque el invierno es tan crudo que «muchos mayores salen 'escopeteaos' el día de Todos los Santos y ya no vuelven hasta la primavera». Se van a Oviedo, a León, a Madrid... donde hay comodidades y uno no tiene que deslomarse quitando nieve con la pala para no quedar incomunicado.

Sin farmacia y con helipuerto

Basilio, jubilado, es el alcalde de San Emiliano y por razón del cargo vive a caballo entre el pueblo y Oviedo. No corren buenos tiempos, admite, aunque mirando las fotos sepias que me alcanza un paisano -calles sin asfaltar, aldeanos emergiendo de sus casas enterradas por un manto blanco-, uno se pregunta si alguna vez los hubo buenos. La farmacia, por ejemplo. Ya no abre los fines de semana y eso porque alguien decidió que no hacía falta si había otra a 30 minutos, un argumento discutible si rompe a nevar y cortan la carretera. «¿A quién se le ocurre? -ruge Celsa-. Hay un centro de salud con médico y ATS titulares, ambulancia y hasta helipuerto, de guardia las 24 horas, pero no se pueden comprar aspirinas el sábado».

El cuartel de la Guardia Civil cierra a mediodía y todas las urgencias se atienden en el 112 o en Villablino, a 30 kilómetros. Unicaja hace honor a su nombre después de que en verano echase la persiana Abanca, que abría sólo los jueves y no tenía cajero automático. La sucursal que queda sí lo tiene, pero sólo atiende una agente financiera y los abuelos hacen cola a la puerta, no importa que llueva o nieve. «Cada vez que hablan de la España vaciada me subo por las paredes -brama Basilio-. Acaban de cerrar cuatro aulas en el colegio de Huergas y de los tres autobuses diarios que había a León, nos han dejado sólo uno. ¡Ojo, y los miércoles ninguno! Ah, y para ir a Oviedo es lo mismo, pero peor: si antes había un viaje al día, ahora es a la semana».

Josefa Suárez | Maestra jubilada

«Los niños tienen la calle y son felices. Luego muchos van a la universidad; vivir en un pueblo no significa falta de ambición»

Basilio Barriada | Alcalde de San Emiliano

«Cierran cuatro aulas en Huergas, dejan el servicio de autobús bajo mínimos... Los mismos que hablan de salvar la España vaciada»

Ángel Álvarez | Ganadero

«El invierno gusta sólo #a los que venís de fuera. Sal a buscar 200 vacas, a 15º bajo cero, con la nieve hasta la cadera... y verás»

Quedan, curiosamente, los jóvenes. «No todos, por supuesto, porque cuando salen a estudiar amplían sus horizontes y a lo bueno nos acostumbramos rápido», desliza Celestino Rodríguez, Tino, ingeniero en Madrid y antes procurador en las Cortes de Castilla-León. Señala el hotel -hay dos en San Emiliano-, el kiosco, el estanco, la peluquería, el supermercado donde lo mismo venden embutidos caseros que material de construcción... Savia joven. Con la pandemia empezaron a llegar matrimonios hasta de Madrid con hijos pequeños, lo que siempre es motivo de esperanza por estas soledades. Unos llegaron para teletrabajar y se fueron; otros aprovechando las ayudas públicas para emprendedores y ganaderos, aguantan el tipo.

Tiempo de matanza

Josefina Suárez vive con su marido al otro lado del río, en Abelgas de Luna, y nadie diría que gasta 80 años. Hijos no tienen, pero si algo no ha faltado en la vida de Josefa son niños. Fue la última maestra de San Emiliano, cuando los ecos de la chavalería se escuchaban por doquier. Enseñaba a párvulos y los dos primeros cursos de la EGB, lo mismo Matemáticas que Lengua, hasta que los críos con 7 ó 8 años se iban a Huergas y remataban el Bachillerato en Villablino. «Vivir en un pueblo no es sinónimo de falta de ambición. He tenido muchos alumnos -Tino es uno de ellos- que han ido a la Universidad y han prosperado. ¿Sabe? A mí esto me gusta, incluso la nieve. Lo dices fuera y te miran raro. Hay una cercanía que no encuentras en la ciudad».

Estos días, la rutina en San Emiliano tiene un común denominador: la matanza. O sería mejor decir lo que hacen con el cerdo ya sacrificado, porque la mayoría de las familias compran las canales a mataderos como el de León y luego se entregan a ese ritual preñado de aromas que son la pesadilla de cualquier vegano. Bernabé Quiñones tiene la cocina de horno debajo de casa, en un anexo donde lo mismo guarda la moto del hijo que la caja de herramientas. Allí, junto a un anaquel repleto de botellas de Fundador, de Soberano y de Cynar, pone en sal costillas, lacones y rabadillas. Cada pieza tiene su tempo: los solomillos apenas 12 horas; los jamones, un día por cada kilo.

Las cifras

  • 1.400 habitantes tiene Babia repartidos en 28 pedanías, agrupadas a su vez en torno a dos ayuntamientos, San Emiliano y Cabrillanes. La comarca se extiende a los pies de Peña Ubiña, equidistante de Oviedo y León, en la cordillera Cantábrica. Su aislamiento y las posibilidades cinegéticas convirtieron la zona durante siglos en refugio de reyes.

  • 380 kilómetros cuadrados tiene Babia. Ganadería (caballos, vacas y ovejas) y turismo son sus dos principales fuentes de riqueza.

En Villafeliz, el pueblo de al lado, Lisardo Álvarez terminó hace un par de días de adobar todo el picadillo que amontonaba en la artesa, mezclado con pimentón, sal y un poco de ajo machacado. «No te imaginas el trabajo que dan 50 kilos», desliza mirando con arrobo el fruto de sus desvelos. Un día después embute la mezcla en tripas de cerdo y las cuelga de los varales. El resultado es una pasarela de salchichones y chorizos, «el Congreso de los Diputados tengo aquí metido». Lisardo, que es cartero en Ponferrada, enciende el fuego con ramas y astillas. «El humo y el frío harán el resto», dice rodeado de bramante y más ganchos que en una película gore.

En casa de Gabriela Hidalgo, ella y su hija Celsa echan la tarde delante del televisor, mientras detrás de los cristales llueve y llueve, que diría Serrat. Gabriela tiene 96 años, la cadera rota desde el pasado verano y una cabeza lúcida que atesora los recuerdos de toda una vida. A ellos se agarra con fiera determinación: el abuelo del que le separaron para fusilarlo en los primeros compases de la guerra, las noches desapacibles en la casa de La Majúa, donde no había cuarto de baño ni más calefacción que la cocina de carbón, sus cuatro hijos «incluido el que se me murió al nacer»... Celsa la cuida con devoción, aunque no puede evitar sentirse más a gusto en Madrid, «paseando con las amigas, yendo a conferencias, al cine...» En dos palabras, «con gente. Porque aquí los vecinos, salvo que tengan que comprar o ir al médico, no salen».

Belenes en los charcos

Los pastizales, de un verde jugoso, están salpicados aquí y allá de rebaños de caballos hispano-bretones y de vacas, todos bajo la atenta mirada de los mastines, que asoman insobornables detrás de cada cancela. Olisquean a los extraños para luego desentenderse de ellos, empapados como sufridas bestias. Ángel Álvarez y su hijo Pablín pastorean las vaques por la carretera que conduce al puerto de Ventana. Tienen 200 de raza 'asturiana de los valles', que buscan un bocado entre piornos y espinos. Ángel reniega del invierno. «Gusta sólo a los que venís de fuera. Tú saca el ganado a 15º bajo cero, con la nieve hasta la cadera... y verás. Y eso que ya no es como antes, que empezaba a caer a fines de otoño y no paraba hasta abril».

A una hora a pie, Joaquín -Álvarez, cómo no- suelta el humo de la faria que parece congelarse en la noche. Lleva los pies embutidos en madreñas de madera con las que recorre el suelo encharcado, donde se reflejan los hórreos y la espadaña del pueblo. Parece un belén. 'El Juaco' tiene su propio ganado, pero cuando era joven y hacía la trashumancia bajaba con otros 30 pastores hasta seis rebaños de 2.000 ovejas cada una. «Duro de verdad, no como ahora que los pastores son señores», dispara con una sonrisa lobuna. No pierde de vista los barachones -raquetas artesanas de madera de fresno- que aguardan en un rincón a que el temporal que anuncian por televisión imponga su ley. «Aquí pega un trueno y te quedas sin señal una semana», escupe al vacío.

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