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Juan Leal, cogido por su primero en el duodécimo festejo. :: efe
Herido grave Juan Leal

Herido grave Juan Leal

BARQUERITO

Domingo, 26 de mayo 2019, 00:06

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El toro de la corrida de Pedraza de Yeltes, y solo hubo uno digno del título, fue el tercero. Colorados los cinco primeros, las pintas idénticas pero no el remate ni las hechuras. De lindo cuajo, más largo y menos alzado o levantado que los otros, y por eso bastante mejor hecho, ese tercero hizo de salida lo que todos los demás: soltarse con aire abanto. Pero menos. Dos puyazos -severo el primero y medido el segundo, y así por sistema en la corrida entera- y en banderillas un prometedor galope pronto, que hasta entonces -dos toros apagados por delante- no se había visto ni volvió a verse después. Octavio Chacón se animó a quitar en turno. Tres verónicas en corto, media y revolera, de la que salió apurado porque el toro apretaba.

Era la única tarde de Juan Leal en la feria. Brindis al público y el más sonado alarde de la corrida: en el platillo, cite de largo de rodillas y de esa guisa una tanda de hasta seis ligados y el de pecho. Uno de pecho de rodillas, una rareza. La tanda llegó a la gente. El único toro de Pedraza que metió la cara y repitió fue justamente ese y no solo entonces. El viento obligó a Leal a cambiar terrenos en la primera tanda ya en la vertical. Cinco en redondo, un cambio de mano y el de pecho. El eco no fue el mismo de la serie sorpresa de arranque. Tampoco el toro, que en la tercera tanda se le acostó y, revuelto, desarmó al torero arlesiano. Tras el desarme, un cambio de estrategia: acortar distancias hasta encajarse Juan entre pitones y en distancia asfixiante. Decisión discutida por el sector severo.

Antes de abrirse debate, sobrevino la fatalidad. En solo el tercer muletazos de una primera tanda con la izquierda, Juan sufrió un desarme. Al intentar salir de jurisdicción, el toro lo prendió por la espalda feamente y, se supo luego, lo hirió en el glúteo y atravesó. Mientras se atendía al toro, Chacón, en uno de sus muchos detalles de lidiador competente, sujetó al toro sin reclamarlo. De la cornada sería consciente Leal, pero renunció a dejarse el toro. Volvió a la cara y se enroscó en dos circulares cambiados por la espalda, del gusto del público impresionable de los sábados de San Isidro. Una excelente estocada. No completó la vuelta al ruedo -blandía una oreja- sino que desde la enfermería le aconsejaron cortar.

Infortunio

La cornada, infortunio, no fue la historia de la corrida, pero sí su paradoja. Solo porque el tercero fue el único de calidad y trato. Al primero, que se empleó en el caballo y consintió hasta dos quites -uno de Javier Cortés por mandiles y la réplica de Chacón por chicuelinas-, se le acabó el motor a los diez viajes. Ya entones soplaba un viento que no iba a dejar de enredar de principio a fin. Embestidas al paso y, por tanto, inciertas. Chacón lo trató como si fuera de porcelana. Toro frágil, muletazos caligráficas. Al segundo intento, una estocada hasta el puño.

De esa manera -pinchazo y estocada de ley- despenó el torero de Prado del Rey al segundo de lote, andarín, celoso, correoso y de los que buscan antes de completar viaje, y al sexto de la tarde, el toro que Leal no pudo salir a matar. Castaño albardado, muy astifino, ese último se distrajo más que ninguno antes de pararse. Visto lo visto, convenía faena corta y de aliño. Insistió Chacón. Sin eco. Era la primera de sus tres tardes de San Isidro y parecía la de compensación porque las dos que vienen serán la de Victorino y la de Cuadri. Sus fieles de Madrid, encogidos esta vez, lo prefieren con los platos fuertes.

El quinto fue el toro más complicado de todos. Por recortar, rebañar y enterarse en medias embestías inciertas. El segundo, uno de los de ir y venir sin emplearse. Con éste anduvo sobrado Javier Cortés pero peleado con el viento más que con el toro. Tarde desdichada con la espada: tres pinchazos y entera desprendida en un toro, entera en los blandos después de cuatro pinchazos en el quinto, con el que se estuvo tranquilo incluso después de un tropezón que le hizo caer de bruces en la cara del toro. Y no pasó nada.

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