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¡HABRASE VISTO!

¡HABRASE VISTO!

Nos dejan sin cabinas telefónicas y cualquier día nos venderán la historia de que hay que quitar los nombres de las calles porque los navegadores no los necesitan

diego carcedo

Lunes, 31 de diciembre 2018, 14:04

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Pues, nada, que nos dejan sin cabinas telefónicas. Así, en seco, sin preguntar. Cabinas, fuera. (¿Qué menos que convocar antes un referéndum para que decidamos los usuarios?) Pues ya digo, no. De momento un breve indulto y enseguida adiós que te vi. Noventa años, ¡nueve décadas!, teniendo cabinas a nuestro alcance para atender una urgencia, hablar con la familia del pueblo o para cultivar un ligue, y de pronto, ¡hala, cabinas fuera! ¿Será que estorban a los peatones? Entonces podrían empezar quitando chirimbolos inservibles, limpiando cacas de perro que obligan a desviarse o terrazas que invaden las aceras como si fuesen propias.

Yo he sido un usuario sufrido y agradecido de las cabinas telefónicas. Las he utilizado siempre, igual aquí que en la Conchinchina – si, sí, en la Conchinchina – o Nueva York Hasta he sido asaltado una vez en una por un sujeto que, en vez de robarme la cartera, como temía en medio del susto, me arrebató furibundo el auricular, empezó a darle golpes a la base urgiendo el tono, y obstruyendo la puerta por la que yo intentaba salir huyendo muerto de miedo. ¡Qué me van a contar a mi sobre las cabinas telefónicas!

Si hasta conozco a un vecino extraño que, sabiendo lo que se avecina, ha colocado una en el jardín de su chalé para que los amigos maten la añoranza. Es una cabina inglesa, pintada de colores, pelín chirriante entre los geranios y los claveles. Seguro que es un nostálgico de los tiempos de las colonias africanas cuando había cabinas para blancos y negros. Una vez en Nigeria me confundí con una y al salir varias personas de color que hacían cola me miraron con ojos como platos. ¡Qué tiempos aquellos! Se movía uno por el mundo y se comunicaba a golpe de cabinas. Unas había que alimentarlas con monedas y otras con fichas que se compraban por docenas.

Ahora, nada. Las nuevas tecnologías, las han vuelto obsoletas. O eso dicen. A mi no me lo parece. La milonga de que no son rentables está muy vista. Ahí están los robots esperando para echarnos a patadas de la fábrica, del despacho y de la cocina. Con los teléfonos móviles, dicen la mar de convencidos, las cabinas ya no son necesarias. ¡Habrase visto, coño! ¿Alguien puede decir cosas así en serio? Cualquier día nos venderán la historia de que hay que quitar los nombres de las calles porque los navegadores no los necesitan.

Pero yo me pongo en jarras y recuerdo a quien quiera leerme que los teléfonos móviles se extravían, se estropean, se olvidan o se quedan sin batería cada dos por tres. Y entonces, uno, habituado a tenerlo todo a mano, sin teléfono ni agenda y sin una cabina como Dios manda por los alrededores, ¿qué hace? ¿Cómo se las ingenia para avisar a casa de que llegará tarde? Y si uno desea hacer una llamada que no quede grabada ¿qué hace? Horror: hasta nos dejan sin celestinas.

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